LVII

Adamsberg recibio la llamada de la Brigada de Evreux a las ocho y veinte de la manana, en el bar cutre que desafiaba a la dormida Brasserie des Philosophes. Estaba tomandose un cafe en compania de Froissy, que iba por el segundo del desayuno. El cabo Maurin, que llegaba de Clancy para el relevo, acababa de descubrir el cuerpo de su colega Grimal, con dos balas en el pecho que lo habian cruzado de parte a parte. Una de ellas habia dado en el corazon. Adamsberg suspendio su gesto, dejo ruidosamente la taza en el plato.

– ?Y la virgen? -pregunto.

– Desaparecida. Al parecer tuvo tiempo de huir por la ventana de la habitacion del fondo. La estamos buscando.

La voz del hombre temblaba de sollozos. Grimal tenia cuarenta y dos anos y siempre se habia ocupado mas de podar su seto que de tocar las narices a nadie.

– ?Y su arma? -pregunto Adamsberg-. ?Disparo?

– Estaba en la cama, comisario, estaba durmiendo. Su arma estaba encima de la comoda de la habitacion, ni siquiera tuvo tiempo de cogerla.

– Imposible -murmuro Adamsberg-. Habia pedido que el agente de guardia estuviera sentado, vestido, despierto y con el arma preparada.

– Devalon pasaba, comisario. Nos enviaba alli despues del trabajo. No podiamos aguantar despiertos.

– Digale a su jefe que se vaya a arder en los infiernos.

– Ya lo se, comisario.

Dos horas despues, apretando los dientes, Adamsberg entraba con su escolta en casa de Francine. Habian encontrado a la joven llorosa, con los pies llenos de rasgunos, refugiada en el pajar de los vecinos, escondida entre dos rollos de paja. Una silueta gris que vacilaba como la llama de una vela, eso era todo lo que habia visto, y el brazo del gendarme que la habia sacado de la cama y empujado hacia la habitacion de atras. Ya estaba corriendo hacia la carretera cuando sonaron los dos disparos.

El comisario habia puesto la mano sobre la frente fria de Grimal, arrodillandose junto a su cabeza para no pisar su sangre. Luego marco un numero y oyo una voz adormilada en su auricular.

– Ariane, ya se que no son todavia las once, pero te necesito.

– ?Donde estas?

– En Clancy, en Normandia. Chemin des Biges n.° 4. Date prisa. No tocamos nada antes de que llegues.

– ?Que es todo este equipo tecnico? -pregunto Devalon con un gesto hacia el pequeno grupo que rodeaba a Adamsberg-. ?Y a quien ha dicho que venga? -anadio senalando el telefono.

– He llamado a mi forense, comandante. Y le desaconsejo que se oponga.

– Vayase al carajo, Adamsberg. Es uno de mis hombres.

– Uno de sus hombres a quien usted ha enviado a la muerte.

Adamsberg miro a los dos gendarmes que escoltaban a Devalon. Su postura indicaba aprobacion.

– Vigilen el cuerpo de su colega -les dijo-. Que nadie se acerque antes de que llegue la forense.

– Usted no da ordenes a mis agentes. Aqui no necesitamos para nada a la pasma de Paris.

– No soy de Paris. Y usted ya no tiene agentes.

Adamsberg salio, olvidando al instante el destino de Devalon.

– ?Como va eso?

– Se va perfilando -dijo Danglard-. La homicida paso por encima del muro norte, cruzo los cincuenta metros de hierba hasta la puerta de la recocina, que es la que esta mas destartalada.

– La hierba no esta alta, no hay huellas.

– Las hay en el muro, que es de tierra. Cayo un trozo de arcilla cuando salto.

– ?Y luego? -pregunto Adamsberg sentandose, con los codos en la mesa en una pose casi tumbada.

– Forzo la puerta, cruzo la recocina, luego la cocina y entro en la habitacion por esta puerta. Tampoco hay huellas, no hay ni una mota de polvo en las baldosas. Grimal venia de la habitacion del fondo, el asalto tuvo lugar junto a la cama de Francine. Aparentemente, disparo a bocajarro.

Devalon habia tenido que salir de la granja pero se negaba a abandonar el lugar a Adamsberg. Caminaba echando pestes por la carretera, esperando la llegada de la forense de Paris, firmemente decidido a imponer a su propio forense para la autopsia. Vio que el coche aparcaba bastante brutalmente delante del viejo porton de madera, vio a la mujer salir y volverse hacia el. Y encajo su ultimo golpe al reconocer a Ariane Lagarde. Retrocedio sin decir nada, con un saludo silencioso.

– A bocajarro -confirmo la forense-, entre las tres treinta y las cuatro treinta de la madrugada, en un primer calculo. Los disparos se hicieron durante la pelea, cuerpo a cuerpo. El no tuvo tiempo de luchar realmente. Y creo que paso mucho miedo, se ve todavia en sus rasgos. En cambio -dijo sentandose junto a Adamsberg-, la asesina conservo toda su sangre fria y se tomo el tiempo de poner su firma.

– ?Lo ha pinchado?

– Si. En la sangradura del brazo izquierdo, y es casi invisible. Comprobaremos, pero pienso que se trata, como en Diala y La Paille, de un pinchazo ficticio, sin inyeccion de ninguna sustancia.

– Su marca de fabrica -dijo Danglard.

– ?Tienes idea de su estatura?

– Tengo que examinar la trayectoria de las balas. Pero, a primera vista, no es alguien alto. El arma tampoco es de gran calibre. Discreta, mortal.

Mordent y Lamarre volvian de la habitacion.

– Asi es, comisario -dijo Mordent-. Durante la lucha estuvieron empujandose mutuamente, inclinados, sin moverse del sitio. Grimal estaba descalzo, no ha dejado ninguna huella. Ella si. Es infima, pero hay un ligero rastro azul.

– ?Esta seguro, Mordent?

– No es perceptible si no se busca, pero es indiscutible cuando uno lo espera. Venga a verlo usted mismo, coja la lupa. En este pavimento viejo no se ve facilmente.

A la luz suplementaria que le proporcionaba el tecnico, Adamsberg, con el ojo pegado a la lupa, examino el rastro azul, de entre cinco y seis centimetros, dejado en una baldosa de barro. Una parcela de betun mas viva resultaba mas visible en la junta. Otra huella, mas pequena, se adivinaba en la baldosa adyacente. Adamsberg volvio en silencio al comedor, con el semblante contrariado. Abrio armarios y aparadores, paso a la cocina, y, en un estante, encontro una caja de betun y un viejo trapo.

– Estalere -dijo-, coja esto. Vaya hasta el muro norte, a la parte exacta por donde paso la asesina. Alli, frote bien con betun las suelas de sus zapatos. Y vuelva aqui.

– Pero el betun es marron.

– Da igual, Estalere. Vaya.

A los cinco minutos, Estalere entro por la puerta de la cocina.

– Detengase, cabo. Quitese los zapatos y pasemelos.

Adamsberg examino las suelas a la luz de la ventanita, metio la mano en uno de los zapatos y lo apoyo en el suelo haciendolo pivotar. Examino la huella con la lupa, repitio la operacion con el otro zapato y se puso en pie.

– Nada -dijo-. La hierba mojada lo ha limpiado todo. Queda alguna mancha de betun en la suela, pero no suficiente como para dejar rastro en las baldosas. Puede volver a calzarse, Estalere.

Adamsberg volvio a sentarse en la sala, rodeado de sus tres agentes y Ariane. Sus dedos acariciaban el hule, como tratando de reunir lo invisible.

– No cuadra -dijo-. Es demasiado.

– ?Demasiado betun? -pregunto Ariane-. ?A eso te refieres?

– Si. Es demasiado y es incluso imposible. Y sin embargo, es su betun. Pero no viene de sus suelas.

– ?Cree que es otra de sus firmas? -pregunto Mordent, con el ceno fruncido-. ?Como lo de la jeringuilla? ?Que pone betun a proposito en el suelo? ?Para dejar el rastro de su paso?

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