Hunter pretendia colocar el canon en lo alto de la colina que sobresalia de la bahia del Mono. Desde aquella posicion tendrian a tiro el barco espanol y podrian disparar contra el. El puesto elegido era seguro; los espanoles no alcanzarian esa altura con sus canones, y los hombres de Hunter podrian lanzar proyectiles sobre el barco hasta que se quedaran sin municion.
La cuestion principal era cuando abrir fuego. Hunter no se hacia ilusiones sobre la potencia de aquel canon. Una bala de dos kilos y medio no era precisamente formidable; necesitarian muchos disparos para causar un dano significativo. Pero si abria fuego de noche, con la confusion, quiza el navio de guerra espanol levaria anclas y se alejaria de su alcance. Y con el agua poco profunda y la escasa visibilidad cabia la posibilidad de que embarrancara o incluso se hundiera.
Esto era lo que esperaba.
Cuando el canon, colocado en el bote que oscilaba de un modo inquietante, llego a la costa, treinta hombres lo arrastraron con gran esfuerzo a la playa. Alli lo colocaron sobre unos cilindros y laboriosamente lo arrastraron, centimetro a centimetro, hasta el inicio del sotobosque.
A partir de alli, tenian que empujar el canon treinta metros hasta la cima de la colina, entre el espeso follaje del manglar y las palmeras. Sin cabrestantes ni poleas para aligerar el peso, era una tarea que parecia imposible, pero la tripulacion se puso manos a la obra con celeridad.
Todos trabajaban con la misma dureza. El Judio supervisaba a cinco hombres que limpiaban el oxido del hierro de las balas y llenaban los saquitos de polvora. El Moro, que era un
buen carpintero, construyo una curena para el canon con pivotes adaptados.
Al llegar el crepusculo, el canon estaba en posicion, con el navio a tiro. Hunter espero a que faltaran escasos minutos para que la oscuridad fuera absoluta y dio la orden de disparar. El primer tiro fue demasiado largo y paso por encima del navio espanol. El segundo dio en el blanco, al igual que el tercero. Despues, la oscuridad fue demasiado densa para ver nada.
En la siguiente hora, el canon siguio disparando contra el navio de guerra espanol y en la penumbra vieron que desplegaban velas blancas.
– ?Huyen! -grito Enders asperamente.
Los artilleros de Hunter lanzaron gritos de alegria. Dispararon mas proyectiles mientras el navio de guerra retrocedia hinchando las velas, despues de soltar las amarras. Los hombres de Hunter siguieron disparando con una frecuencia constante, incluso cuando el navio ya no era visible en la oscuridad, el capitan dio ordenes de seguir bombardeando. El crepitar del canon se oyo durante toda la noche.
Con la primera luz del alba, aguzaron la vista para intentar distinguir los frutos de sus esfuerzos. El navio negro estaba anclado de nuevo, quiza a un cuarto de milla de la costa, pero el sol que surgia por detras de el lo transformaba en una inquietante silueta negra. No se apreciaban danos evidentes. Los corsarios sabian que habian causado algunos, pero era imposible evaluar la gravedad de estos.
Tras los primeros momentos de luz Hunter se sintio decepcionado. Por la forma como se balanceaba el navio en su ancla podia ver que no estaba gravemente danado. Con mucha fortuna, habia logrado maniobrar en la oscuridad y salir de la bahia sin chocar con el coral ni encallarse.
Una de las velas colgaba hecha trizas. Parte del aparejo estaba destrozado y la proa estaba astillada y rota. Pero eran danos menores; el navio de guerra de Bosquet estaba a salvo, y se balanceaba tranquilamente en las aguas costeras iluminadas por el sol. Hunter sentia una enorme fatiga y una gran decepcion. Siguio contemplando un rato el barco, fijandose en su movimiento.
– Por la sangre de Cristo -exclamo en voz baja.
Enders, a su lado, tambien se habia fijado.
– Oleaje largo -dijo.
– El viento es favorable -corroboro Hunter.
– Si. Al menos un par de dias mas.
Hunter miro fijamente el mar que, hinchandose en olas largas y lentas, balanceaba adelante y atras el navio espanol anclado. Solto una blasfemia.
– ?De donde viene?
– Yo diria -respondio Enders- que, en esta epoca del ano, tiene que soplar directamente del sur.
Todos sabian que en los ultimos meses del verano podian presentarse huracanes. Eran consumados marineros, asi que conseguian predecir la llegada de aquellas aterradoras tormentas con un par de dias de adelanto. Los primeros avisos se encontraban siempre en la superficie del mar; las olas, empujadas por vientos de tormenta a ciento cincuenta kilometros por hora, mostraban alteraciones procedentes de lugares muy alejados.
Hunter miro al cielo despejado.
– ?Cuanto tiempo calculas?
Enders sacudio la cabeza.
– Manana por la noche como muy tarde.
– ?Maldicion! -bramo Hunter. Se volvio a mirar al galeon en la bahia del Mono. Se balanceaba placidamente sobre el ancla. La marea habia subido y era insolitamente alta-. Maldicion -repitio, y regreso a su barco.
Como un hombre encerrado en un calabozo, estaba muy agitado mientras paseaba por las cubiertas del barco bajo el sol abrasador de mediodia. No estaba de humor para conversaciones educadas, pero tuvo la mala suerte de que lady Sarah Almont eligiera aquel momento para hablar con el. Le pidio una chalupa y los hombres necesarios para acompanarla a tierra.
– ?Con que motivo? -pregunto el secamente. En un rincon de su cerebro penso que ella no habia mencionado que no hubiera ido a visitarla a su camarote la noche anterior.
– ?Que motivo? Recoger fruta y verdura para comer. No llevais nada adecuado a bordo.
– Es imposible satisfacer vuestra peticion -dijo Hunter y se alejo de ella.
– Capitan -grito ella, dando un golpe con el pie en el suelo-, debeis saber que no es un asunto nimio para mi. Soy vegetariana y no como carne.
Hunter se volvio.
– Senora -dijo-, os aseguro que no me preocupan ni poco ni mucho vuestras extravagancias y no tengo ni tiempo ni paciencia para satisfacerlas.
– ?Extravagancias? -repitio ella, ruborizandose-. Debeis saber que los hombres con las mentes mas claras de la historia eran vegetarianos, desde Tolomeo a Leonardo da Vinci, y debeis saber tambien que no sois mas que un canalla y un vulgar patan.
Hunter estallo con una ira equivalente a la de ella.
– Senora -dijo, senalando el oceano-, ?sois consciente en vuestra inagotable ignorancia de que el mar esta alterandose?
Ella se quedo en silencio, perpleja, incapaz de relacionar el ligero oleaje del mar con la evidente preocupacion de Hunter.
– Parece muy poca cosa para un barco tan grande como el vuestro.
– Lo es. Por el momento.
– Y el cielo esta despejado.
– Por el momento.
– No soy marinero, capitan -dijo ella.
– Senora -continuo Hunter-, las olas son largas y profundas. Solo puede significar una cosa. En menos de dos dias estaremos en medio de un huracan. ?Podeis comprenderlo?
– Un huracan es una tormenta espeluznante -dijo ella, como si recitara una leccion.
– Una tormenta espeluznante -repitio el-. Si todavia estamos en este maldito puerto cuando se desencadene el huracan, nos hara pedazos. ?Podeis comprenderlo?
Muy enfadado, la miro y vio la verdad: ella no lo comprendia. Su cara reflejaba inocencia. Nunca habia presenciado un huracan, y por lo tanto solo podia imaginar que era algo mas fuerte que cualquier otra tormenta en el mar.
Hunter sabia que un huracan era tan parecido a una fuerte tormenta como un lobo salvaje a un perro faldero.
Antes de que ella pudiera responder a su estallido, Hunter le dio la espalda y se apoyo en un amarradero. Sabia que estaba siendo demasiado duro; sus preocupaciones no podian ser las de ella, asi que debia tratarla con