– Ha herido a Perkins en la oreja con esto -informo Enders, tendiendole una pistola al capitan.

La tripulacion se estaba reuniendo poco a poco en la cubierta principal, torvos y lugubres al calor del sol. Hunter saco su pistola del cinto y comprobo el cebo.

– ?Que vais a hacer? -pregunto lady Sarah, que lo observaba todo.

– No es asunto vuestro -contesto Hunter.

– Pero…

– Volveos -dijo Hunter y levanto la pistola.

Bassa, el Moro, solto al marinero. El hombre se quedo quieto, cabizbajo, borracho.

– Me hizo enfadar -dijo el marinero.

Hunter le disparo en la cabeza. El cerebro del hombre se esparcio por encima de la regala.

– ?Cielo santo! -grito lady Sarah Almont.

– Lanzadlo por la borda -ordeno Hunter.

Bassa cogio el cadaver y lo arrastro; los pies rozaron ruidosamente el suelo en el silencio de aquel torrido mediodia. Poco despues se oyo un peso que caia al agua; el cadaver habia desaparecido.

Hunter miro al resto de la tripulacion.

– ?Quereis elegir a un nuevo capitan? -pregunto con voz atronadora.

Los hombres de la tripulacion gruneron y bajaron la cabeza. Nadie dijo nada.

Al poco rato la cubierta volvia a estar vacia. Los marineros habian ido abajo para huir del calor del sol.

Hunter miro a lady Sarah. Ella no dijo nada, pero su expresion era acusadora.

– Son hombres rudos -dijo Hunter-, y viven segun unas reglas que aqui todos respetamos.

Ella siguio en silencio; luego se volvio y se alejo.

Hunter miro a Enders, quien se encogio de hombros.

Aquella tarde, los vigias informaron a Hunter de que volvia a haber actividad a bordo del navio de guerra; todas las barcas se habian calado por el lado de mar abierto, y no eran visibles desde tierra. Parecia que estaban atadas al barco porque no habia aparecido ninguna. Del puente del barco se levantaba una gruesa columna de humo. Habian encendido algun tipo de hoguera, pero no estaba claro con que objetivo. Esta situacion se prolongo hasta el anochecer.

La llegada de la noche fue una bendicion. Con la llegada del aire fresco, Hunter paseaba por las cubiertas de El Trinidad contemplando las largas hileras de canones. Iba de uno a otro, parandose para tocarlos, acariciando con los dedos el bronce, que todavia conservaban el calor del dia. Examino el equipo ordenadamente dispuesto junto a cada canon: la baqueta, los sacos de polvora, los proyectiles, las plumas de oca para introducir en el oido y las mechas lentas dentro de cubos de agua con muescas.

Estaba todo a punto para ser utilizado: todas aquellas armas, toda aquella potencia de fuego. No faltaba nada, aparte de los hombres necesarios para accionar los canones. Pero sin artilleros, era como si no estuvieran.

– Pareceis perdido en vuestros pensamientos.

Hunter se volvio, sobresaltado. Vio a lady Sarah vestida con una tunica blanca. En aquella penumbra parecia una prenda de ropa interior.

– No deberiais vestiros asi, con tantos hombres rondando por aqui.

– Hacia demasiado calor para dormir -dijo ella-. Ademas, me sentia inquieta. Lo que he presenciado hoy… - Se le quebro la voz.

– ?Os ha angustiado?

– No habia visto cometer tal brutalidad ni a un monarca. Ni siquiera Carlos es tan despiadado, tan arbitrario.

– Carlos tiene otras cosas en la cabeza. Sus placeres.

– No quereis entenderme deliberadamente. -Incluso en la penumbra, los ojos de la mujer brillaban con una especie de rabia.

– Senora -dijo Hunter-. En esta sociedad…

– ?Sociedad? ?A esto le llamais… -hizo un gesto con la mano abarcando el barco y a los hombres dormidos en cubierta-… le llamais sociedad?

– Por supuesto. Siempre que hay hombres conviviendo, existen reglas de conducta. Las de estos hombres tal vez sean distintas de las de la corte de Carlos, o de Luis, o las de la colonia de Massachusetts, sin ir mas lejos, donde naci yo. Pero siempre hay reglas que deben respetarse, y castigos cuando se violan.

– Estais hecho todo un filosofo. -Su voz en la oscuridad sonaba sarcastica.

– Hablo de lo que conozco. En la corte de Carlos, ?que os habria sucedido si os hubierais negado a hacer una reverencia al monarca?

Ella solto una risita burlona viendo el derrotero que tomaba la conversacion.

– Aqui sucede lo mismo -dijo Hunter-. Estos hombres son fieros y violentos. Si yo estoy al mando, ellos deben obedecerme. Si van a obedecerme, tienen que respetarme. Si deben respetarme, tienen que reconocer mi autoridad, que es absoluta.

– Hablais como un rey.

– Un capitan es un rey, para su tripulacion.

Ella se le acerco.

– ?Y tambien os concedeis algun placer, como hace un rey?

El solo tuvo un momento para reflexionar antes de que ella lo rodeara con sus brazos y le besara en la boca, con intensidad. El le devolvio el beso. Cuando se separaron, ella dijo:

– Estoy aterrada. Es todo tan extrano para mi.

– Senora -dijo Hunter-. Es mi obligacion devolveros sana y salva a vuestro tio y amigo mio, el gobernador sir James Almont.

– No es necesario ser tan pomposo. ?Sois puritano?

– Solo por nacimiento -dijo el y la beso otra vez.

– Tal vez os vea mas tarde -comento ella.

– Tal vez.

La mujer volvio abajo, pero antes le lanzo una ultima mirada en la oscuridad. Hunter se apoyo en uno de los canones y observo como se marchaba.

– Impetuosa, ?verdad?

Se volvio. Era Enders sonriendo.

– A algunas mujeres de buena familia les basta con cruzar la linea para perder la cabeza.

– Eso parece -dijo Hunter.

Enders miro la hilera de canones, y dio un manotazo a uno de ellos con la palma de la mano. Resono.

– Es desesperante -se lamento-. Tantas armas y no podemos utilizarlas por falta de hombres.

– Id a dormir un rato -dijo Hunter bruscamente, y se marcho.

Pero lo que habia dicho Enders era cierto. Mientras seguia paseando por las cubiertas, Hunter se olvido de la mujer y sus pensamientos volvieron a los canones. Una parte de su cerebro, inquieta, no cesaba de darle vueltas al problema, una y otra vez, buscando una solucion. Estaba convencido de que habia alguna manera de utilizar aquel armamento. Algo que habia olvidado, algo que sabia desde hacia tiempo.

Era evidente que la mujer lo consideraba un barbaro, o peor, un puritano. Sonrio en la oscuridad solo de pensarlo. De hecho, Hunter era un hombre educado. Habia recibido lecciones en todos los campos principales del saber, tal como se definian desde la epoca medieval. Conocia historia clasica, latin y griego, filosofia natural, religion y musica. Aunque en aquella epoca, nada de eso habia despertado su interes.

Ya en su juventud le atraia mas el conocimiento empirico y practico que la opinion de unos pensadores que llevaban mucho tiempo muertos. Todos los colegiales sabian que el mundo era mucho mayor de lo que Aristoteles podia haber sonado. El mismo Hunter, sin ir mas lejos, habia nacido en una tierra que los griegos ni siquiera sabian que existia.

Sin embargo, en ese momento, ciertos elementos de esa formacion clasica le rondaban la cabeza. No dejaba de pensar en Grecia, algo sobre Grecia o sobre los griegos, pero no sabia que ni por que.

Entonces recordo la pintura al oleo colgada en el camarote de Cazalla, a bordo del navio de guerra espanol. En aquel momento Hunter apenas se habia fijado en ella. Y tampoco la recordaba claramente. Pero habia algo en la presencia de un cuadro a bordo de un barco que lo intrigaba. Por algun motivo, era importante.

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