mismo. -Suspiro de nuevo-. Sentaos -dijo-, y callaos antes de que me confirmeis la impresion de que sois un idiota aun mayor de lo que pareceis.

El senor Hacklett palidecio. Sin duda no estaba acostumbrado a ser tratado con tanta rudeza. Se sento rapidamente en una silla junto a su esposa. Ella le toco la mano para tranquilizarlo, un gesto sincero, de parte de una de las amantes del rey.

Sir James Almont se levanto, haciendo una mueca por el dolor que le subia del pie. Se inclino sobre la mesa.

– Senor Hacklett -dijo-. La Corona me ha encargado expandir la colonia de Jamaica y mantener su prosperidad. Permitid que os explique algunos hechos pertinentes relacionados con el desempeno de vuestra tarea. Somos un puesto avanzado pequeno y debil de Inglaterra en medio de territorio espanol. Soy consciente - prosiguio pesadamente- de que en la corte se finge que Su Majestad esta bien asentada en el Nuevo Mundo. Pero la verdad es muy distinta. Los dominios de la Corona se limitan a tres colonias diminutas: St. Kitts, Barbados y Jamaica. El resto pertenece al rey Felipe de Espana. Este sigue siendo territorio espanol. No hay barcos ingleses en estas aguas. No hay guarniciones inglesas en estas tierras. Hay una docena de navios espanoles bien equipados y varios miles de soldados espanoles repartidos por mas de quince asentamientos impor- t antes. El rey Carlos, en su sabiduria, desea conservar las colonias pero no desea tener que defenderlas de una invasion.

Hacklett le miraba, cada vez mas palido.

– Soy responsable de proteger esta colonia. ?Como debo hacerlo? Sin duda, proveyendome de hombres para el combate. Los aventureros y los corsarios son los unicos a los que tengo acceso, y me ocupo de que sean bien recibidos aqui. Tal vez a vos os parezcan poco agradables, pero Jamaica estaria indefensa y seria vulnerable sin ellos.

– Sir James…

– Callaos -le interrumpio Almont-. Tambien tengo la responsabilidad de expandir la colonia de Jamaica. En la corte es habitual proponer que incentivemos el establecimiento de granjas y explotaciones en esta zona. Sin embargo no han mandado a ningun campesino desde hace dos anos. La tierra es pantanosa y poco productiva. Los nativos son hostiles. ?Como puedo expandir la colonia y aumentar su poblacion y su riqueza? Con el comercio. El oro y los bienes necesarios para establecer un mercado floreciente nos llegan gracias a los asaltos de los corsarios a los navios y a los asentamientos espanoles. Lo cual enriquece las arcas del rey, y segun tengo entendido, esta situacion no desagrada del todo a Su Majestad.

– Sir James…

– Y finalmente -prosiguio Almont-, tengo el deber, tacitamente, de privar a la corte de Felipe IV de tanta riqueza como sea posible. Sin duda su majestad considera, aunque en privado, que este es tambien un objetivo digno de esfuerzo. Sobre todo teniendo en cuenta que gran parte del oro que no llega a Cadiz acaba en Londres. En consecuencia, las iniciativas corsarias se fomentan abiertamente. Pero no la pirateria, senor Hacklett. Y no se trata de una cuestion terminologica.

– Pero, sir James…

– La dura realidad de la colonia no admite un debate -sentencio Almont, sentandose de nuevo y apoyando el pie en el cojin-. Podeis reflexionar a placer sobre cuanto os he dicho, pero comprendereis, estoy seguro de que lo hareis, que hablo con la sabiduria que se deriva de la experiencia en estos asuntos. Tened la amabilidad de acompanarme esta noche en la cena con el capitan Morton. Mientras tanto, estoy seguro de que teneis mucho de lo que ocuparos para instalaros en vuestro alojamiento.

La entrevista habia llegado claramente a su fin. Hacklett y su esposa se levantaron. El secretario hizo una leve y rigida reverencia.

– Sir James.

– Senor Hacklett. Senora Hacklett.

La pareja salio y el ayudante cerro la puerta. Almont se froto los ojos.

– Santo cielo -dijo, sacudiendo la cabeza.

– ?Deseais descansar un poco, excelencia? -pregunto John.

– Si -contesto Almont-. Desearia descansar.

Se levanto de detras de la mesa y salio al pasillo, para dirigirse a sus habitaciones. Al pasar por una estancia, oyo agua salpicando en una banera de metal y una risita femenina. Miro a John.

– Estan banando a la nueva criada -dijo John.

Almont gruno.

– ?Desea examinarla mas tarde?

– Si, mas tarde -respondio Almont. Miro a John y sintio cierta diversion.

Estaba claro que John seguia asustado por la acusacion de brujeria. Los miedos de la gente del pueblo, penso, cuan necios eran y cuan arraigados estaban.

5

Anne Sharpe se relajo en el agua tibia de la banera y escucho la charla de la enorme negra que se afanaba por la habitacion. Anne no lograba entender casi nada de lo que decia la mujer, a pesar de que aparentemente hablaba en ingles; su entonacion y su rara pronunciacion le sonaban muy extranas. La negra decia algo sobre la bondad del gobernador Almont. Anne Sharpe no estaba preocupada por la benevolencia del gobernador. Desde muy tierna edad habia aprendido a tratar a los hombres.

Cerro los ojos y la cantilena de la negra dio paso en su cabeza al tanido de las campanas de la iglesia. En Londres habia acabado odiando aquel sonido incesante y monotono.

Anne era la menor de tres hermanos, la hija de un marinero retirado reconvertido en fabricante de velas en Wapping. Cuando estallo la peste, poco antes de Navidad, sus dos hermanos mayores habian empezado a trabajar de vigilantes. Su mision era montar guardia frente a las puertas de las casas infectadas y procurar que sus habitantes no salieran por ningun motivo. Anne, por su parte, trabajaba de enfermera en casa de varias familias acomodadas.

Con el paso de las semanas, los horrores que habia visto empezaron a mezclarse en su memoria. Las campanas tocaban de dia y de noche. Todos los cementerios estaban llenos a rebosar; pronto no quedaron tumbas individuales, asi que los cadaveres se echaban por docenas en zanjas profundas y se cubrian apresuradamente con cal y con tierra. Los carros funerarios, completamente cargados de cadaveres, recorrian las calles; los sacristanes se paraban frente a todas las casas gritando: «Sacad a vuestros muertos». El olor del aire putrido era omnipresente.

Como el miedo. Anne recordaba haber visto a un hombre caer muerto en plena calle, con una bolsa repleta al lado, llena de monedas tintineantes. La gente paso junto al cadaver, pero nadie se atrevio a recoger la bolsa. Mas tarde se llevaron el cuerpo, pero la bolsa siguio alli, intacta.

En todos los mercados, los tenderos y los carniceros tenian cuencos de vinagre junto a sus articulos. Los vendedores echaban las monedas en el vinagre; las monedas no pasaban de mano en mano. Todos procuraban pagar con el importe exacto.

Amuletos, baratijas, pociones y hechizos eran los articulos mas solicitados. Anne se compro un medallon que contenia una hierba pestilente, de la que se decia que repelia la peste. Lo llevaba siempre puesto.

Aun asi la gente seguia muriendo. Su hermano mayor cayo victima de la peste. Un dia, ella lo vio en la calle; tenia el cuello hinchado con grandes bultos y le sangraban las encias. No volvio a verlo.

Su otro hermano sufrio una suerte bastante comun entre los vigilantes. Una noche, mientras custodiaba una casa, los habitantes encerrados en ella se volvieron locos por la demencia de la enfermedad. Consiguieron salir y mataron a su hermano de un disparo durante su evasion. A ella se lo contaron, porque nunca volvio a verlo.

Finalmente, Anne tambien quedo encerrada en una casa perteneciente a la familia de un tal senor Sewell. Estaba cuidando a la anciana senora Sewell, madre del dueno de la casa, cuando al senor Sewell se le manifestaron los bultos. La casa fue puesta en cuarentena. Anne cuido a los enfermos lo mejor que pudo. Uno tras otro, todos los miembros de la familia murieron. Los cadaveres se fueron yendo en los carros funerarios. Al final se quedo sola en la casa y, milagrosamente, con buena salud.

Fue entonces cuando robo algunos objetos de oro y las pocas monedas que encontro; aquella noche escapo

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