Recogieron a toda prisa el contenido de la nevera, lo pusieron en una cesta frigorifica y metieron las cosas de Elias en una bolsa de deporte. Mahler se aseguro de guardar en ella la locomotora y el resto de los juguetes, asi como el telefono movil y algo de ropa para cambiarse.

No disponian de sacos de dormir ni de una tienda, pero Mahler tenia un plan. Durante los ultimos dias, sobre todo antes de dormirse, habia ido imaginando diferentes escenarios, pensando que podrian hacer si ocurria algun imprevisto. Bien, pues ahora habia sucedido, y en la bolsa de plastico, junto a la ropa, echo un martillo, un destornillador y una palanqueta.

Otros veranos, cuando habian salido a pasar el dia en el mar, los preparativos les habian llevado mas de una hora. Ahora, cuando se trataba de estar fuera de casa por un tiempo indefinido, tardaron diez minutos, y era muy probable que se hubieran olvidado la mitad de las cosas.

No importaba. En ese caso, Mahler podia volver a tierra firme despues y comprar lo que necesitaran. El caso era esconder a Elias.

Caminaron despacio a traves del bosque. Anna llevaba el equipaje y Mahler a Elias. No notaba nada raro en el corazon, pero sabia que aquella era una de esas situaciones en las que podia darle un ataque si no se lo tomaba con calma.

Elias parecia una talla de madera en sus brazos: no daba ninguna senal de vida. Mahler caminaba con cuidado, tanteando con el pie las raices de los arboles que cruzaban el sendero, ya que no podia ver el suelo. El sudor le picaba en los ojos.

«Tanto trabajo por esta pequena pizca de vida».

Svarvargatan, 11:15

El Volvo-740 de Sture estaba recien lavado, pero aun asi seguia impregnado de un fuerte olor a madera y aceite de linaza. Sture era carpintero y vivia entregado a su casita hexagonal de madera, que el mismo habia dibujado y que construia, mas que nada, para los veraneantes.

Magnus se acurruco en el asiento de atras, David le entrego el cesto con Baltasar y se sento en el asiento del copiloto. Sture ojeaba el mapa que habia arrancado de la guia de telefonos y se rascaba la cabeza tratando de encontrarlo.

– Heden, Heden…

– Creo que no viene en el mapa -dijo David-. Esta en Jarvafaltet, en direccion a Akalla.

– Akalla…

– Si. Hacia el noroeste.

Sture meneo la cabeza.

– Quiza sea mejor que conduzcas tu.

– Preferiria no hacerlo -contesto David-. Me siento tan… Mejor no.

Sture alzo la vista del mapa. Aparecio una sonrisa en la comisura de sus labios, se inclino hacia la guantera y la abrio.

– He traido esto. -Le dio a David dos munecas de madera, de unos quince centimetros de altura, y arranco el coche.

– Voy a coger la E-20, y despues ya veremos.

Las munecas eran tan suaves como solo pueden serlo a fuerza de limarlas con las manos y con los dedos. Eran la representacion de un chico y una chica, y David conocia su historia.

Cuando Eva era pequena, Sture trabajaba como carpintero en la construccion de edificios por toda Noruega, pasaba dos semanas fuera y otra en casa. Durante una de esas semanas que trabajaba en casa habia hecho las munecas y se las habia dado a su hija, que por aquel entonces tenia seis anos. Para su satisfaccion, esas munecas se convirtieron en los juguetes preferidos de ella, pese a que tenia tanto la Barbie como Ken y el perro de Barbie.

Lo curioso era que ella les habia puesto nombre a las munecas: se llamaban Eva y David. Eva le habia contado la historia unos meses despues de conocerse.

– Es inevitable -dijo entonces Eva-. Yo ya te habia elegido desde que tenia seis anos.

David cerro los ojos mientras deslizaba los dedos sobre las munecas.

– ?Sabes por que las hice? -le pregunto Sture con la vista puesta en la carretera.

– No.

– Por si moria. Como sabras, aquel trabajo no carecia de riesgo. Asi que pense que si… que ella tendria algo. -Solto un suspiro-. Pero no fui yo el que murio.

Esto ultimo sono como un lamento. La madre de Eva habia muerto de cancer seis anos antes, y a Sture le parecio injusto, que el era menos importante. Que deberia haber sido el.

El antiguo carpintero lanzo una mirada a las munecas.

– No se. Creo que pense en… hacer algo por lo que me recordara.

El humorista asintio, y penso en lo que le iba a dejar el a Magnus: montones de papeles y cintas de video con sus actuaciones. Nunca habia hecho nada con sus propias manos. Al menos, nada que hubiera valido la pena guardar.

David fue guiando a Sture a traves de la ciudad lo mejor que pudo. Les pitaron varias veces, pues el anciano conducia muy despacio, pero consiguieron llegar. A las 11:50 estacionaron el vehiculo en una explanada proxima a un cartel de aparcamiento colocado a toda prisa. Ya habia alli cientos de coches aparcados en filas. Sture apago el motor y permanecio sentado.

– No hay que pagar aparcamiento, por lo menos -comento David para romper el silencio.

Magnus abrio su puerta y bajo del coche con la cesta en brazos. Sture seguia con las manos sobre el volante. Miro hacia el grupo de gente agolpada ante las verjas.

– Tengo miedo -admitio.

– Si -repuso su yerno-. Yo tambien.

El nino dio unos golpecitos en la ventanilla.

– Pero venga, ?salid ya!

Sture recogio las munecas antes de salir. Las apretaba muy fuerte entre las manos mientras se iba acercando a Eva.

La zona se hallaba rodeada con una alambrada levantada hacia poco, lo cual le conferia el desagradable aspecto de un campo de concentracion, cosa que, en el sentido literal de la expresion, tambien era: un campo de prisioneros. La perspectiva quedaba distorsionada porque la aglomeracion de gente se encontrabafuera de la valla, mientras que el interior estaba vacio, salvo unos pocos edificios grises esparcidos por la explanada; esparcidos y cercados.

Habia dos entradas y cuatro vigilantes en cada una. Aunque no portaban pistolas -ni siquiera porras, al parecer confiaban en la urbanidad de la gente-, resultaba dificil pensar que aquello fuera Suecia. A David le molestaba menos el aire represivo provocado por la alambrada y el gentio que la impresion de estar en un circo, donde el publico esperaba jadeante e impaciente para ver que se ocultaba detras de las barreras. Y Eva se encontraba alli dentro, en el corazon de ese circo.

Se acerco un hombre joven y le puso un papel en la mano.

?Te atreves a vivir sin Dios? El mundo se va a acabar. El hombre va a desaparecer. Por favor, por favor, por favor, regresa al seno de Dios antes de que sea demasiado tarde. Podemos ayudarte.

El papel estaba bien hecho: un texto bellamente impreso sobre una imagen palida de fondo que representaba a la Virgen Maria. Le entrego el pasquin un hombre cuyo aspecto guardaba mas parecido con el de un agente inmobiliario que con el de un fanatico. David le hizo un gesto con la cabeza para

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