Mahler se encontraba a poco mas de veinte metros del individuo cuando este se levanto. Aquello era una persona y no lo era. La luz de la luna era suficiente para ver que le faltaba buena parte del cuerpo. La suave brisa marina traia consigo un hedor a pescado podrido. El periodista vadeo unos metros entre los carrizos y subio a la roca donde le estaba esperando aquel ser. Tenia la cabeza ladeada como si no pudiera creer lo que veian sus ojos.
«?Ojos?».
No tenia ojos. Movia la cabeza de un lado a otro como si olfateara, o buscara el ruido de sus pasos. Cuando se hallaba a tan solo unos metros de el, Mahler vio que a aquel tipo le habian arrancado la piel del pecho a mordiscos, y que las costillas destacaban blancas a la luz de la luna. Advirtio un movimiento entre los huesos y jadeo al creer que lo que se agitaba era el corazon del monstruo.
Alzo el hacha y encendio la linterna, apuntando hacia aquel ser para deslumbrarlo, si es que tenia ojos con los que ver. El haz luminoso hizo que aquella figura se recortara blanca como la tiza contra el mar de fondo, y ahora vio Mahler cual era la causa de los movimientos: dentro del pecho tenia enroscada una gruesa anguila negra, como encerrada en una nasa, que estaba abriendose camino hacia fuera a mordiscos.
Una especie de reflejo compasivo hizo que Mahler, para no mostrar su asco, se diera media vuelta antes de que los alimentos que se habia comido se le revolvieran dentro del estomago y fueran expulsados. Salchichas, bollos y leche salieron vomitados sobre las rocas y se escurrieron hacia el agua. Antes de que dejara de sentir nauseas se volvio para no estar de espaldas a aquel monstruo.
Los vomitos seguian fluyendo entre sus mandibulas convulsas, resbalandole por la barbilla. Vio a la anguila dando algunas sacudidas dentro del pecho y en medio del silencio oyo los ruidos que hacia su cuerpo de serpiente al resbalarse sobre la carne que quedaba dentro de su carcel. Mahler se paso la mano por la boca, pero los dientes no querian dejar de castanetear.
Su repugnancia era tan grande que lo unico que tenia en la cabeza era una aversion incontrolable, la idea fija de deshacerse de el, matarlo, hacer desaparecer aquella abominacion de la superficie de la tierra.
«Matarlo… matarlo…».
Dio un paso hacia aquel monstruo y al mismo tiempo el monstruo dio un paso hacia el. Avanzaba rapido, mucho mas rapido de lo que el hubiera podido imaginarse con aquel cuerpo hecho pedazos. Los huesos chocaron un par de veces contra la roca y, pese a su furia ciega, Mahler retrocedio a causa de la anguila; no queria que la anguila, que habia engordado a base de comer carne humana, se acercara a el.
Retrocedio, y se resbalo en sus propios vomitos. El hacha salio despedida de su mano cuando su cuerpo aterrizo sobre las rocas con un golpe sordo. Su nunca choco contra la roca; la parte posterior de la cabeza se le hundio del golpe. Vio rayos y centellas, y un instante antes de que se apagaran y lo sumieran en la oscuridad, Mahler sintio las manos de aquel monstruo sobre su cuerpo.
Anna lo vio todo. Vio caer a su padre cuan largo era contra la roca, oyo su cabeza chocar contra la piedra, vio al monstruo abalanzarse sobre el.
Se levanto de un salto, con Elias todavia en brazos.
«?No, Dios mio! Maldito demonio».
El monstruo levanto la cabeza hacia ellos y en ese instante Anna oyo la voz interior de Elias, que le aconsejaba: «… cosas buenas… piensa en cosas buenas…».
Ella sollozo y dio un par de pasos sobre la roca. Algo sonaba a sus pies, pero ella no se molesto en mirar lo que era, sino que siguio bajando hacia el bote, hacia el monstruo que agitaba la cabeza sobre el cuerpo inmovil de su padre.
«… demonio repugnante…».
«… cosas buenas…».
En realidad, Anna ya lo sabia. La criatura se habia limitado a permanecer sobre la roca mientras se mantuvo acostada sin hacer nada ni pensar en nada. Unicamente cuando ella se acerco a la ventana y le grito que se marchara, transmitiendole su odio y su repulsion hacia el, fue cuando aquella cosa rompio el cristal. Su panico le habia incitado a querer irrumpir en la casa.
Cuando su padre empezo a transmitir odio contra el y la anguila que llevaba en el pecho, ella trato de enviarle el mismo mensaje que Elias le enviaba a ella ahora -«piensa en cosas buenas»-, pero no consiguio conectar con el, y ahora era demasiado tarde.
Era dificil pensar amablemente cuando alguien acababa de matar a tu padre. Muy dificil.
«Maldito demonio blanco asqueroso…».
Siguio caminando sobre la hierba sin encontrar ninguna palabra amable. Todas desaparecian de ella, una a una, persona tras persona. Vio que el monstruo se levantaba, se metia entre los carrizos y continuaba por la playa en direccion al bote, hacia ella.
Anna agacho la mirada para intentar localizar una rama gruesa en el suelo, algo que pudiera usar como arma. Todas las ramas del suelo estaban podridas, logicamente, de lo contrario no se habrian caido. Los pies del engendro chapoteaban sobre las algas mojadas y ella vio el tendedero del que aun colgaban los calcetines de Elias. Podia partirlo y usarlo para…
El redivivo estaba ya a la altura del bote. Anna ascendia por la ladera en direccion a las rocas caminando de costado para no perderle de vista. Elias se removio inquieto entre sus brazos, el edredon le colgaba por los pies. Si lograba apoderarse del barrote, si lo consiguiera, tal vez entonces pudiera…
«?Que? Es imposible matar a un muerto».
Pese a todo, ella persevero y siguio colina arriba. Al culminar el ascenso, dejo a su hijo en el suelo y empezo a tirar del palo del tendedero. El viento y la lluvia habian endurecido la madera, pero el miedo le insuflo fuerzas y al final se rompio por el pie con un chasquido. Los calcetines de Elias seguian colgados de los ganchos, y mientras el monstruo empezaba a subir por la hierba, a tan solo cinco metros de ella, Anna golpeo el palo contra la roca para quitarle el travesano y obtener un arma limpia.
El pequeno Olle al bosque se fue [14].
La vocecilla de Elias logro traspasar el caparazon de miedo que envolvia a su madre y esta le comprendio. Anna dejo de pensar en otras cosas cuando el ahogado alcanzaba los pies de la roca, justo por debajo de ella, y la pestilencia a cadaver le saturaba las fosas nasales. En ese momento, ella solo se preocupo de cantar:
Las mejillas coloradas y el sol en la mirada,
y de comer zarzamoras le quedo la boca morada.
No podia pensar cosas buenas, pero podia cantar mentalmente. El ahogado se detuvo. Le temblaron los huesos, se le hundieron los hombros. Una maquina a la que de pronto se le hubiera acabado el combustible.
Ojala no tuviera que ir yo solo por aqui.
Unas lagrimas silenciosas le surcaron las mejillas cuando la luz de la luna ilumino los labios del monstruo, pringados por un liquido oscuro, pero ella no penso en la sangre de su padre ni en nada que pudiera llevarla por la senda de la rabia y el odio, sino que siguio canturreando: