EPILOGO: LA MOSCA DORADA

Caigamos por ambicion, sangre o lujuria

Como los brillantes, somos tallados con nuestro propio polvo.

Webster.

El viaje de Oxford a Didcot (y de ahi a Paddington) involucra dificultades de naturaleza distinta de la que experimentan quienes recorren el mismo trayecto en direccion contraria. El tren, siempre y cuando arranque, avanza a un ritmo uniforme, aunque poco espectacular. El problema estriba en saber cuando arrancara. Nicholas insistia siempre en que el primer tren de la manana salia diez minutos tarde deliberadamente, en que esto retrasaba todavia mas el siguiente y en que el proceso se repetia asi, acrecentado, a lo largo del dia. A cierta altura de la jornada, sin embargo, el tren retrasado alcanzaba segun el al siguiente: el de las 12,35 salia a la 1,10, y el de la 1,10 a la 1,35, de manera que al final del dia lo mas probable era que varios trenes no circulasen. Sea como fuere, lo cierto es que si llega a la estacion a tiempo para tomar su tren tiene que esperar por lo menos media hora, mientras que si confia -como por otra parte habria sido muy logico- en que llegara con diez minutos de retraso, invariablemente el tren arriba a su hora y lo pierde. Por eso sostenia Nicholas que el ciego dios del azar vestia el uniforme de los ferrocarriles.

Esta dificultad, sin embargo, parecio no afectar mayormente a las seis personas que hicieron el viaje en la semana del 19 al 26 de octubre de 1940. Por distintas razones cada uno estaba demasiado contento para inquietarse por eso.

El final melodramatico del caso fue muy del agrado de Nicholas, a quien la rubia habia ido a despedir a la estacion; ademas pensaba que le habia servido para ampliar sus conceptos sobre ciertos personajes shakesperianos. El papel de Goneril, por ejemplo, debia ser interpretado siempre por una mujer joven y pelirroja.

– Fen es listo -reconocio a su pesar despues de haber discutido el caso con la rubia ad nauseam-, aun cuando me considere fascista.

– ?Y no lo eres? -pregunto la rubia, sorprendida al parecer.

– Claro que no. Soy partidario ferviente de esta guerra; por eso voy a Londres ahora.

– ?Y que piensas hacer cuando llegues?

– Buscarme un trabajo de guerra. No en una fabrica, con esas odiosas maquinas y esas discordancias sincopadas que me perforan los oidos todo el dia. Dios me libre. Buscare alguna tarea civilizada y util.

El tren llego. Nicholas ascendio a un vagon de primera y asomo la cabeza por la ventanilla. Los trenes, reflexiono, tardan tanto en arrancar que el pleonasmo de frases de despedida que uno ha meditado con cuidado termina por resultar cansado en extremo.

– No es necesario que esperes a que salga -le dijo a la rubia, que, sin embargo, replico:

– No pienso esperar. Voy contigo -subio a su vez, y Nicholas la miro con severidad.

– ?A que se debe esta decision subita? -pregunto.

– A que me propongo casarme contigo, tarde o temprano, por los propositos que tan bien describen las palabras consagratorias del sagrado vinculo matrimonial. Siento ser pesada, pero sucede que te he cobrado afecto, y como eres un asno creo que si confio en tu iniciativa no alcanzare mi objetivo jamas.

– Oh Dios -exclamo Nicholas-, debo releer Much Ado. Mi situacion se parece una vez mas a la de Benedick -luego sonrio-. Pero ?sabes una cosa? -anadio-. Creo que me va a resultar agradable -el tren se puso en marcha rumbo a Londres.

Fen y sir Richard viajaban juntos. Fen practicamente se habia olvidado del caso, aun cuando de haberlo sugerido alguien habria chocado contra una negativa rotunda. Su interes en lo que acontecia alrededor era tan profundo que excluia todas las evocaciones demasiado prolongadas; era un hombre que vivia casi exclusivamente en el presente. Por el momento estaba embarcado en una tenaz disertacion sobre los valores de Wyndham Lewis, y a ratos, con groseria calculada, intentaba disuadir a sir Richard de su intencion de escribir un libro critico sobre la obra de Robert Warner. Feliz como escolar en dia de fiesta, comentaba en susurros penosamente audibles y tono cada vez mas ofensivo el aspecto fisico y probables vicios de sus vecinos de compartimiento.

Helen y Nigel, casados desde hacia cuatro dias, casi se podia decir que habian olvidado todo lo que no fuera ellos dos. Habian pasado una luna de miel relampago recorriendo en bicicleta los alrededores de Oxford, y ahora Nigel volvia a su trabajo, y Helen iba a comenzar los ensayos con el Actor Eminente.

– ?Adios, Oxford! -dijo Helen, asomandose por la ventanilla cuando el tren arranco; despues, volviendose a Nigel-: ?Sabes? Siento irme.

Nigel asintio.

– Oxford es un lugar deprimente -dijo-. La vida ociosa, facil, despreocupada es una prueba demasiado dura para mi temperamento. En mis dias de estudiante lo detestaba. Y sin embargo… siempre sucumbo a la tentacion de volver.

– Ella le tomo una mano.

– Volveremos algun dia y diremos un pequeno requiem privado por los muertos. No por Robert, porque…, creo que no lo necesita.

Estuvieron un rato en silencio, pensando en muchas cosas. Luego Helen dijo en tono mas ligero:

– Creo que Sheila estuvo acertada al preparar en seguida otra obra. Y bastante bien me lo hizo. ?Viste al inspector y a su mujer, dos filas delante de nosotros?

– ?Cielo, si! Es identica a Hedy Lamarr. ?Que pareja! «Blanca como el sol, bella como un lirio.» Que comparacion mas rara. ?Es blanco el sol?

– No divagues, Nigel -dijo Helen, dejandose llevar por su sentido practico-. No alcanzo a comprender -agrego volviendo su atencion a la copia de Cimbelino que tenia en la mano- por que un hombre de «exterior tan hermoso y con ese material por dentro» tiene que emborracharse y hacer una apuesta tan tonta.

– A proposito, ?fuiste a despedirte de Gervase?

– Si, por supuesto. Hablamos de jardines y de comida y del estado de la iglesia militante de Cristo sobre la tierra. Tenia puesto ese extraordinario sombrero que usa.

– Ya ha habido demasiado Shakespeare en este caso -se quejo Fen.

El y Nigel se habian encontrado en el bar durante el primer intervalo de una representacion de El Rey Lear, y Nigel, torturado por el recuerdo de un problema aun no resuelto, habia aprovechado la oportunidad para interrogar sobre el anillo: la Mosca Dorada.

– Demasiado Shakespeare -replico Fen, como fascinado por la frase-. Estoy preparando una nueva antologia: Lineas espantosas de Shakespeare. «Ay de mi, ?perdio su otro ojo?» ocupara el sitio de honor.

– El anillo -insistio Nigel. Fen bebio un buen trago; parecia no querer que le recordasen el tema.

– Simplemente un adorno barroco en la estructura principal -dijo por fin-. Un toque personal ligeramente cinico. No reconoci la referencia hasta que mencione por casualidad el lema de Mr. Morrison. En parte creo que fue un gesto ironico dedicado al interes primario de Yseut en la vida, en parte una sugestion de «medida por medida». Por el sexo vivia; por el sexo, o mas bien a causa del sexo, murio: una retribucion poetica. El anillo no fue mas que un simbolo adecuado. Pocos asesinos resisten a la tentacion de decorar su obra.

– Pero ?cual es la referencia?

– Esta gente ha desfigurado la obra hasta tal punto -protesto Fen- que uno ya no sabe que esperar. Pero si mal no recuerdo esta en el Acto Cuarto, Escena Sexta.

Sono el segundo timbre. Con una mueca de fastidio Gervase Fen apuro el contenido de su vaso.

– No se -dijo tristemente, mientras se encaminaban a la salida- por que permiten que actores extranjeros interpreten a Shakespeare. Por regla general no se les entiende una palabra…

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