fuera de mi en ocasiones semejantes -sonrio. Helen, ligeramente sonrojada, admitio que estaba nerviosa y dijo algunas trivialidades. Fen deambulo por el camerino.

Sono un golpe en la puerta. «?Cinco minutos!», anuncio jadeante el traspunte; despues por el corredor, lo siguio una serie de ecos: «?Cinco minutos!»

– ?Dios! -exclamo el Actor Eminente-, debemos irnos. Por amor del cielo, quitate eso de la cara, Gervase. No, hombre no te frotes con el panuelo; primero tienes que ponerte crema. ?Asi! Ahora limpiate con esa toalla.

Fen, cariacontecido despues del reproche, se limito a grunir.

– En realidad no corre ninguna prisa -dijo Helen-. Con toda esa gente lo mas probable es que empecemos tarde, y no salgo hasta el segundo acto.

– De todos modos -insistio el Actor Eminente- creo que debemos irnos. Vere el primer acto por Robert, y los otros dos por usted. ?Buena suerte!

En la sala, las candilejas estaban encendidas, banando el borde del telon con un resplandor blanquecino. Tras despedirse del Actor Eminente con el comentario: «Recuerda aquella vez que tiraste a Cumber del Cuarto Inferior al lago», Fen se unio a sir Richard. El primero, mirando alrededor, descubrio al inspector, vestido de civil y acompanado de dos colegas de aspecto patibulario, algunas filas mas atras. Sheila McGaw estaba en un palco; Nicholas y su rubia dos filas delante; Robert y sus amigos en primera fila. Entre bastidores los actores que aparecian en el primer acto abandonaban sus camerinos. El apuntador estaba en su sitio.

Jane echo un ultimo vistazo profesional al decorado. «?Luces!», dijo. Una serie de clics y focos y reflectores banaron de luz la escena. Los actores ocuparon sus respectivas posiciones «?Las luces de la sala!» La sala quedo en tinieblas; cerraron las puertas: necesaria proteccion contra «colados», rezagados y otras pestes; la charla murio. Clive, asaltado repentinamente por la conviccion de que faltaba algo, salio corriendo del escenario para volver al instante con un periodico, que de nuevo en su sitio abrio y se puso a hojear sin mayor interes: «?Telon!» El dedo de Jane oprimio un boton. Y con un suave susurro insinuante el telon se alzo para dar comienzo al primer acto de Metromania.

Desde el primer momento nadie dudo de que iba a ser un exito. Nigel, con ese recelo interior nacido de su ascendencia escocesa, habia tenido sus dudas, pero no deberia haberse preocupado. El auditorio esperaba mucho de Robert y literalmente lo tuvo; de la compania, sin embargo, no esperaba gran cosa, y por eso mismo fue tanto mas agradable la sorpresa. Hasta Sheila tuvo que admitir que nunca habian trabajado en tal armonia. La sincronizacion, la intriga, los mutis, todo fue perfecto. Fue una representacion que ninguno del reparto olvidaria. Desde el principio supieron que estaban trabajando bien juntos, y el de esa noche era el mejor auditorio que un artista podia pedir. A medida que transcurria la obra, los que no estaban en escena permanecian inmoviles entre bastidores, sin atreverse casi a hablar por miedo de quebrar el hechizo. Rachel, de mas esta decirlo fue la heroina de la noche. Recorria el escenario con soltura graciosa, natural, controlando y enfocando exquisitamente toda la estructura alrededor de su personaje; los demas, aunque reconociendose dependientes, vivian empero y se movian por derecho propio, y a los cinco minutos de haber aparecido Helen en escena, Nigel habria gritado de emocion. Era sin reservas la representacion de esas que solo hay una entre un millon; al final de la noche, el crecimiento gradual de la tension dejo a todos, actores y publico, en identico estado de agotamiento mental.

Pero era como si la misma obra fuera la responsable del triunfo. Siguiendo su trama, Nigel quedo maravillado ante aquella revelacion de un genio unico y particular. En el primer acto podria haber sido solo una comedia ingeniosa y excentrica, de no ser por la extraordinaria naturalidad con que cada personaje insinuaba su personalidad en la comprension del auditorio. El segundo acto era a la vez mas serio e imponente. Habia menos risa franca y cierto desasosiego se iba apoderando de los espectadores. Los mismos personajes del primer acto, sin perder su identidad, abandonaban un poco la vena humoristica para tornarse un poco mas abiertamente grotescos. No se trataba de que evolucionasen personalmente; era que mostraban mas y mas de su verdadero yo. El ultimo acto transcurria en una semipenumbra, a la sombra de un desastre fisico inminente. Ahora todos menos Helen y Rachel parecian haber degenerado en titeres y automatas monstruosos, pronunciaban palabras que eran parodia escalofriante de su ego interior. Todo eso se lograba sin efectos impresionistas, dentro del marco de una obra ostensiblemente naturalista. Pero al mismo tiempo que los demas iban perdiendo identidad y dejaban de ser personajes para convertirse en meras sombras parlantes, Helen y Rachel resaltaban mas y mas como seres reales. Al final fue como si una rafaga repentina disipase las sombras, dejando a esos dos personajes solos en escena. Sugiriendo una subita tragedia personal, insinuada con delicadeza y emotividad, la pieza terminaba.

Veintitres veces levantaron el telon. A la quinta aparecio Robert, de la mano de Helen y Rachel. Hubo flores por millares. A la decimoquinta vez Robert hablo.

– Supongo -dijo- que no querran oirme hablar mas esta noche. Simplemente quiero decir «gracias» por haber sido un publico tan comprensivo, y expresar de todo corazon mi agradecimiento a la compania y a los tecnicos de este teatro por haber intentado (y logrado en forma admirable) la herculea tarea de montar una obra nueva en el breve plazo de una semana. Si algun aplauso merece la labor de esta noche, que sea para ellos.

Los «bravos» se renovaron. Tuvieron que saludar ocho veces mas antes de que los dejaran irse. Habia sido una noche gloriosa.

Y fue entonces cuando Nigel, con subito estremecimiento premonitorio, recordo lo que faltaba.

Lo leyo en el cambio de expresion de los ojos de Fen, en la mirada de entendimiento que cambiaron sir Richard y el inspector al salir. Vio que este ultimo se acercaba por turno a Sheila McGaw y a Nicholas Barclay y les decia algo en voz baja. La excitacion de la noche murio demasiado pronto, y una vaga depresion ocupo su lugar. Claro que el ambiente seguia conmovido. Cuando entro en el camerino de Helen, por ejemplo, encontro que el Actor Eminente se le habia anticipado, y que ya habia hecho su oferta de un contrato en Londres. Pero, aunque sinceramente complacido, en el fondo no podia regocijarse, con aquella otra cosa que le oprimia el pecho, y con alivio vio partir al resto de la compania, charlando y riendo, a comer un bocado antes de la fiesta planeada para celebrar el acontecimiento, cuando el teatro quedo sumido en un silencio vacio e incongruente. Dejo que Helen terminara de vestirse y fue al bar.

Fen, sir Richard, el inspector y Nicholas ya estaban alli. Los demas fueron llegando por turno. Robert estaba ojeroso, agotado; Nicholas palido y callado como nunca; Jean insignificante, privada repentinamente de color y personalidad. Nigel creyo ver una especie de terror animal en las pupilas de Sheila. Helen y Rachel fueron las ultimas en llegar, la segunda serena y evidentemente distraida, Helen aun bajo los efectos de la emocion. Fue hasta Nigel y se tomo de su mano. Asi estuvieron un rato en silencio, un silencio intensificado por los pequenos ruidos que llegaban de improviso de otras partes del teatro, entre las ruinas y los fantasmales despojos de una noche sin precedentes, aguardando a que levantaran el telon y el ultimo acto de otra obra comenzase.

– No saben cuanto lamento -comenzo Gervase Fen- tener que cerrar una noche para mi inolvidable -dirigio una leve inclinacion a Robert, que le devolvio una sonrisa cansada- con un broche tan desagradable. Pero creo que todos -se corrigio-, que algunos se alegraran quiza de ver aclarado por fin el misterio de este crimen. Explicar las razones que nos han decidido a proceder seria de pesimo gusto. Pero permitanme decirles que personalmente lamento mucho tener que intervenir en el asunto. Para cualquiera que tenga un poco de sensibilidad e imaginacion -esbozo una sonrisa amarga-, esta ocasion dista mucho de ser un halago. Mas bien es una victoria dolorosa -se interrumpio.

Y entonces, inesperadamente, Nigel capto el hecho cardinal que desde hacia tanto venia buscando en vano. Despues llego a la conclusion de que, de no mediar la fuerte tension mental que acababa de soportar, jamas lo habria descubierto. Pero en cuanto lo capto, las demas piezas se colocaron automaticamente en el sitio correcto; todas senalando a una persona; todas deletreando el nombre familiar…

De pronto Helen se aferro a su brazo, con tanta fuerza que le hizo dano.

– Nigel -susurro-. ?Donde esta Jean?

Miro hacia atras. Jean Whitelegge habia desaparecido.

Confundido, trato de seguir lo que decia Fen.

– … Finalmente creo conveniente anadir que todas las salidas estan custodiadas, y que no hay ni la mas remota posibilidad de que alguien escape -callo, aparentemente perdido-. Tal vez, inspector, si quiere…

Retrocedio con un ademan resignado. Una rara expresion de desaliento y cansancio le nublo el semblante. El, el inspector y sir Richard miraban a alguien que estaba en el rincon, junto a la puerta.

Y al seguir sus miradas Nigel vio que esa persona esgrimia en la mano una pequena automatica chata, fea, como de juguete.

– Que nadie se mueva -dijo Robert Warner.

Вы читаете El caso de la mosca dorada
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×