– Si.
– ?Cuando quieres casarte?
Nigel se agito inquieto.
– Te agradeceria que no revisaras mi declaracion de ese modo, como si fuera un corte de genero en malas condiciones. Lo correcto es caer extasiada en mis brazos.
– No puedo -se lamento Helen-. La comida nos separa.
– Bueno, entonces quitaremos la comida -grito Nigel, haciendo gala de una energia repentina al desparramar la comida en todas direcciones-.
– ?Cuando podremos casarnos, Nigel? -pregunto al cabo de unos minutos-. ?Podra ser pronto?
– Cuando quieras, vida mia.
– ?No hay que hacer las amonestaciones y sacar permisos y demas?
– Se pueden conseguir permisos especiales -dijo Nigel-; en realidad, si pagas veinticinco libras por una licencia Especial de Arzobispo, tienes poderes de vida y muerte sobre todos los sacerdotes del pais.
– Que bonito -Helen se acurruco en el hueco de sus brazos-. Haces el amor maravillosamente bien, Nigel.
– Querida, no deberias haber dicho eso. Nada se sube tanto a la cabeza de la especie masculina con resultados mas nefastos. Claro -anadio-, que aunque eres repugnantemente rica, insistire en mantenerte.
Helen se enderezo indignada.
– Ni lo pienses. ?Mejor gastaremos el dinero a manos llenas!
Nigel suspiro feliz.
– Esperaba que lo dijeras -confeso-, pero crei que lo correcto era decir lo contrario.
Helen estallo en carcajadas.
– ?Malo! -dijo alegremente. Despues, cuando la beso-. ?Sabes? No me parece que el aire libre sea un buen sitio para hacer el amor.
– Tonterias, es el unico sitio. Si no, ahi tienes las eglogas.
– Creo que Phyllida y Corydon deben de haber terminado llenos de moretones.
– ?Cual te parece que es el mejor sitio para hacer el amor?
– La cama.
– ?Helen! -exclamo Nigel fingiendose escandalizado.
– Querido, somos marido y mujer a los ojos de Dios -afirmo ella solemnemente-, y podemos hablar de esas cosas -su tono cambio de pronto, denotando desconsuelo-. ?Oh Nigel, mira como me he puesto!
– «Un dulce desorden en la ropa» -dijo Nigel- «enciende en tela un desenfreno…»
– No, Nigel, recuerda que prometiste: nada de versos isabelinos. Oh Dios, ?por que tendran los literatos esa mania de las citas? ?No, querido! -le echo los brazos al cuello, y quedo sofocado con un beso. Se recostaron en la hierba, riendo agotados, a contemplar las nubes cremosas que pendian inmoviles de un cielo azul palido sobre sus cabezas.
13
Una almohada sucia en el lecho de la muerte.
Crashaw.
Al entrar en St. Christopher's esa tarde, a las cinco y cuarenta, Nigel reflexiono que habia algo de infantil en la personalidad de Gervase Fen. Angelical, ingenuo, tornadizo y decididamente encantador, vagaba por el mundo tomandose un interes autentico por las cosas y las personas que desconocia, manteniendo a la vez un justo sentido de autoridad en lo concerniente a su especialidad. En literatura sus comentarios eran sagaces, penetrantes y extremadamente sofisticados; en cualquier otro terreno fingia invariablemente la ignorancia mas crasa, y un deseo febril de aprender, aunque a la larga demostraba saber mas del tema que su interlocutor, porque en los cuarenta y dos anos transcurridos desde su advenimiento a este planeta habia leido en forma sistematica y al por mayor. Si aquella ingenuidad hubiera sido afectacion, o simplemente orgullo premeditado, habria resultado irritante; pero en el era perfectamente natural, y derivaba de la genuina humildad intelectual de un hombre que ha leido mucho y que al hacerlo puede contemplar la inmensidad del saber que por fuerza escapa siempre a su alcance. Temperamentalmente era un romantico incurable, si bien ordenaba su existencia segun normas estrictas y razonables. Hacia los hombres y la vida su actitud no era cinica ni optimista, sino de eterna fascinacion. Esto se traducia en una especie de amoralismo inconsciente, ya que siempre demostraba tanto interes en lo que estaba haciendo la gente, y en por que lo hacia, que jamas se le ocurria evaluar la moralidad de sus actos. Todo aquel alboroto sobre la actitud que debia adoptar en relacion con la muerte de Yseut, por ejemplo, penso Nigel, era tipico de Fen.
Lo encontro en sus habitaciones, dando los toques finales a las notas que habia reunido sobre el caso.
– La policia ha llegado a la conclusion definitiva de que fue un suicidio -dijo-, de modo que esto -senalo la pequena pila de papeles- quedara archivado por el momento. A proposito -anadio-, he decidido lo que voy a hacer -tendio a Nigel una hoja donde se leian tres palabras de una de las satiras de Horacio:
– «Es horrible ser descubierto» -tradujo Nigel-. ?Y esto?
– Esto voy a echarlo al correo esta noche, y el martes por la manana entregare mis notas a la policia. Eso le da a… al asesino una remota posibilidad de poner pies en polvorosa. A proposito, confio que esto no salga de nosotros dos. He averiguado que configura un delito -sonrio alegremente.
– En ese caso -murmuro Nigel-, ?le parece prudente…?
– Mas imprudente no puede ser, mi querido Nigel -dijo Fen-. Pero al fin de cuentas tengo la sarten por el mango. Siempre me queda el recurso de decir que me equivoque, que estoy tan a oscuras como ellos, y nadie podra demostrar lo contrario. Ademas, si uno no fuera un poco intrepido de vez en cuando, el mundo seria intolerable -parecia estar alzando una simbolica calavera y las correspondientes tibias cruzadas al tope del mastil.
Nigel gruno, sin que se pudiera decir a ciencia cierta si en conformidad o desacuerdo. Fen escribio un nombre y una direccion en un sobre, guardo el papel dentro y lo cerro.
– Yo mismo lo echare esta noche, despues del servicio -anuncio, guardandoselo en un bolsillo.
– ?No ha pensado -pregunto Nigel- que dando al asesino la oportunidad de escapar puede estar poniendo en peligro la vida de inocentes?
Fen parecio presa de subita inquietud.
– Lo se -dijo-. Lo he pensado. Pero no creo que esa persona vuelva a matar. Dime -anadio en seguida, deseoso de abandonar el tema desagradable-, ?todavia no tienes idea de quien fue?
– Me pase la noche entera aplicando el clasico metodo de confeccionar una lista de horas y, como suponia, no encontre un solo rayo de luz que me iluminara. De todos modos, la mitad de lo que puse en la lista son suposiciones, no probadas o imposibles de demostrar, de manera que mal podia esperar resultados positivos - sacando una hoja de papel se la mostro a Fen-. Ahora le toca a usted, en su papel de gran detective, leerla, senalar una linea con el dedo y decir: «Esto lo aclara todo.»
– Aunque te parezca mentira, asi es -dijo Fen-, y no tengo la culpa si eres tan obtuso que no lo ves. Tengo una lista parecida, con algunas cosas subrayadas y varios comentarios al margen. Leela de nuevo, muchacho. ?Y no me digas que no lo ves!
– Pues no, no lo veo -dijo Nigel, tratando de perforar el papel con la mirada. Decia:
A partir de las 6. Robert, Rachel, Donald y Nicholas en el bar de