Fen se volvio hacia Nigel.
– ?Has visto? -dijo.
– Entonces, senor, ?debo entender que fue asesinato y no suicidio? -quiso saber el conserje.
– Eso justamente es lo que estamos tratando de establecer -dijo Fen, sin comprometerse-, y ahi acaso pueda ayudarnos. La muchacha estuvo aqui anoche, ?no es asi?
– En efecto, senor. Entre las ocho menos veinticinco y las menos veinte. Me pidio la guia de telefonos de Londres, hizo una llamada desde una de esas cabinas y en seguida se marcho.
?No noto si llevaba alguna joya?
– Mire, senor, es raro que me pregunte eso, porque precisamente mientras buscaba el numero la estuve mirando y me llamo la atencion las pocas joyas que llevan las mujeres hoy en dia, en comparacion con hace treinta anos. Ni anillo, ni collar, ni pulsera, ni siquiera un prendedor.
– ?Esta seguro?
– Completamente, senor. Me fije particularmente.
– Y eso -dijo Fen, cuando el y Nigel se alejaban- descarta definitivamente la posibilidad de que la misma Yseut fuera quien se apodero del anillo. Y, de paso, cierra el caso.
– Todo basado en la intuicion.
Fen parecio incomodo.
– Bueno -dijo con cautela-, no exactamente. Esta vez casi no fue necesario usar la intuicion. Tuviste en tu mano todos los hechos de que dispuse yo. Es mas, algunos los supiste de boca de los propios interesados; esos hechos te dan todo lo que necesitas. Sinceramente, ?vas a decirme que todavia no ves la verdad?
Nigel nego con la cabeza.
– No veo absolutamente nada -confeso-. Espero la resurreccion; hasta entonces sigo en las mas negras tinieblas.
Fen le disparo una mirada severa.
– Esa profesion ignominiosa que ejerces -dijo- te ha entumecido el cerebro, que, aunque mediocre, algo prometia. De cualquier forma, basta por hoy. Nos veremos manana en la capilla. Tengo que corregir una pila de papeles impresionante, ademas de escribir mis notas y preparar una conferencia sobre William Dunbar,
12
Ninguna otra vida, dijo, vale un centimo
Pues el matrimonio es tan facil y tan limpio.
Chaucer.
El sabado por la tarde, despues del ensayo, el teatro quedo en poder de dos tecnicos. La compania todavia no habia terminado de cambiarse y quitarse el maquillaje, cuando ya estaban demoliendo los decorados viejos. La manana del domingo vio nacer los nuevos, gracias a los esfuerzos mancomunados del escenografo, el decorador, la directora de escena y los electricistas, en tanto actrices y actores disfrutaban del placer de quedarse largas horas en la cama, leian o paseaban o bebian segun las predilecciones de cada uno, o por rara excepcion repasaban sus parlamentos para el ensayo con trajes que tendria lugar a ultima hora de la tarde. Era un interludio de calma antes del esfuerzo final, antes de que ese esfuerzo culminara el lunes por la noche, y antes de otra culminacion mas seria y menos agradable.
Donald y Jean paseaban por el parque de la universidad. A la lluvia del dia anterior habia seguido un sol otonal destemplado, pero reconfortante. Las campanas estaban calladas, pero en las iglesias y capillas de Oxford los devotos comenzaban a prepararse para el culto de Dios de distintas maneras, que abarcaban desde el bronce pulido del Ejercito de Salvacion hasta el incienso y las casullas de High Church, pasando por una serie de complicaciones y un poco absurdas variaciones doctrinales. Oxford conserva algunos vestigios reminiscentes del hecho de que en un tiempo fue uno de los centros cristianos de Europa. Los ninos de los coros andan por las calles muy ufanos con sus tunicas y gorros cuadrados; los organistas meditan en secreto sobre el registro (que sus admiradores suponen espontaneo) que piensan usar para acompanar los salmos; los becados elegidos para leer el evangelio van de un lado a otro tratando de averiguar la pronunciacion correcta de los mas abstrusos nombres hebreos; los clerigos repasan breves sermones intelectuales; los rectores se preparan a rendir tributo a la divinidad.
Donald y Jean anduvieron un rato en silencio, un silencio incomodo para ambas partes. Por fin el dijo:
– Aparentemente me he portado como el perfecto estupido. Primero con esa chica; despues diciendo una serie de mentiras a cual mas tonta sobre lo que hacia en el momento del crimen. Pero tu sabes por que las dije, ?verdad?
La mirada de Jean rebosaba ternura.
– Si -dijo-, creo que lo se. Pero en realidad no era necesario.
– Jean, ?entonces tu no…?
– Querido, sinceramente es intolerable que pienses eso. ?Que motivos podia tener?
– Supongo que me deje llevar por la imaginacion. Fue una estupidez. Estos ultimos meses he estado fuera de mis cabales y tu lo sabes.
– ?Realmente estabas enamorado de Yseut, Donald? -pregunto ella, suavemente.
– No -Donald titubeo-. Es decir…, creo que no. Creo que su brutalidad me tenia fascinado. Por mas Helenas que haya en el mundo, los hombres seguiran corriendo detras de vendedoras de tienda. ?Sabe? Dadas las circunstancias, supongo que soy un descarado al decirlo, pero creo…, creo que estoy enamorado de ti.
– Oh, Donald, que bueno eres.
– No, no soy nada bueno, soy un ser despreciable.
– Yo tambien me siento asi. Si al menos hubiera tenido un poco de sentido comun, habria comprendido que no era mas que una atraccion pasajera. Ahora -el rostro se le nublo- ya es tarde.
Donald parecia incomodo; con expresion embotada removio una hoja caida con la contera del baston.
– No -dijo lentamente-, no creo que sea tarde. ?No ves como su muerte lo ha arreglado todo? A nosotros nos ha unido otra vez, lo mismo que a Rachel y a Robert; ahora hasta se respira mejor, y aparentemente no hay nadie que no haya salido ganando.
– Alguien la mato -observo Jean, en tono sombrio-. Alguien, pero ?quien?
– Diga lo que diga Fen, para mi se suicido; y tengo entendido que la policia piensa lo mismo. Ojala no se equivoquen. ?Que alivio inmenso seria, si todo terminase asi!
– Por desgracia Fen sabe lo que hace -objeto Jean-. Enloquece pensar que tiene la ultima palabra; no querria que colgaran a nadie por esto. ?Sabes que quiso hacerme decir…?
Donald le disparo una mirada rapida.
– ?Hacerte decir que?
La muchacha respondio con cautela.
– Lo que ya sabes.
Donald asintio, luego se detuvo y, volviendose a mirarla, apoyo las manos en los hombros de la joven.
– Jean -dijo-, lo he decidido. En cuanto terminen las clases voy a ingresar como voluntario en la Real Fuerza Aerea. De cualquier forma parece albergar a la mayoria de los organistas que hay en el pais. Para entonces tu tambien habras terminado, y…, bueno, cuando me destinen, ?querrias casarte conmigo?
Jean se echo a reir: una carcajada breve, de felicidad.