– No te preocupes por mi -la interrumpio. Miro su reloj-. Deje de comer a mediodia hace seis meses. Supongo que tu almorzaras en la clinica. Incluso hablar con ella le resultaba penoso. Le habria gustado comunicarse a traves de notas. Incluso compro dos libretas con tal fin. Con todo, nunca habia sido realmente capaz de sugerirle a ella que utilizara ese procedimiento, aunque solia dejar mensajes a su esposa, con el pretexto de que su mente se encontraba tan ocupada en cuestiones intelectuales que hablar romperia el hilo de sus pensamientos.

Cosa muy curiosa, la idea de abandonar a Julia jamas le paso por la cabeza. Una huida asi no probaria nada. Ademas, planeaba algo muy distinto.

– ?Estaras bien? -pregunto Julia, todavia contemplandole con aire inquisitivo.

– Perfectamente -contesto Faulkner, conservando su sonrisa, un gesto tan abrumador como todo un dia de trabajo.

El beso de su esposa fue rapido y funcional, como el golpe de una descomunal maquina de taponar botellas. La sonrisa seguia en los labios de Faulkner cuando Julia llego a la puerta. En cuanto su mujer hubo salido, dejo que aquella sonrisa fuera borrandose poco a poco, hasta que se encontro respirando de nuevo, cada vez mas sosegado. Permitio que la tension se disipara a traves de sus brazos y piernas. Erro por la vacia casa durante algunos minutos y luego volvio a la salita, dispuesto a iniciar su trabajo en serio.

Su programa solia seguir siempre el mismo curso. Primero, tomaba un pequeno despertador, que guardaba en el cajon central de su escritorio, un aparato conectado a una pila electrica. Esta ultima llevaba una correa para la muneca. Tomaba asiento en la veranda, se sujetaba la correa a la muneca, fijaba la hora a la que debia sonar la alarma, daba cuerda al reloj y lo colocaba sobre la mesa, cerca de el, atando uno de sus brazos a la silla a fin de eliminar el riesgo de tirar el aparato al suelo. Terminados los preparativos, se recostaba en la silla y examinaba la escena frente a el.

Menninger Village, o el «Cajon», como se le llamaba a nivel local, habia sido construido hacia diez anos como un grupo autonomo de viviendas para el personal graduado de la clinica y sus familias. El conjunto constaba en numeros redondos de sesenta viviendas, cada una de ellas disenada para encajar en un determinado nicho arquitectonico, conservando su propia identidad interior y, al mismo tiempo, fusionandose con la unidad organica de todo el complejo. El objetivo de los arquitectos, enfrentados a la tarea de comprimir un gran numero de pequenas viviendas en un solar de menos de dos hectareas, se centro, en primer lugar, en evitar la creacion de una serie de jaulas identicas, como en la mayoria de las urbanizaciones; en segundo lugar, en disenar un magnifico ejemplo de institucion psiquiatrica de categoria, que sirviera de modelo para los complejos residenciales futuros.

Sin embargo, como todo el mundo habia descubierto, vivir en el Cajon era como el infierno en la tierra. Los arquitectos habian recurrido al denominado sistema psicomodular -un diseno basico en forma de L-, lo cual venia a significar que todo estaba por encima o por debajo de algo. El conjunto formaba una masa irregular de vidrios deslustrados, curvas y rectangulos blancos, a primera vista excitante y abstracto (la revista Life habia dedicado varios reportajes fotograficos a las nuevas «tendencias arquitectonicas» sugeridas por el complejo residencial); en realidad, deforme y visualmente agotador para sus moradores. La mayoria de los cargos principales de la clinica abandonaron muy pronto su vivienda, y el Cajon quedo a disposicion de toda persona capaz de dejarse convencer para vivir alli.

Faulkner miro al otro lado de la veranda, aislando de la confusion de blancas formas geometricas las otras ocho casas que distinguia sin mover la cabeza. A su izquierda, la de los Penzil, la mas proxima; a su derecha, la de los McPherson. Las otras seis quedaban enfrente, en la parte mas alejada de un entrelazado embrollo de jardines, abstractas ratoneras separadas por paneles blancos de un metro de altura, angulos de vidrio y mamparas de rejilla.

En el jardin de los Penzil, habia una serie de enormes cubos, de un metro de lado, con las letras del alfabeto, un juguete para los dos hijos de la familia. Solian dejarle mensajes a Faulkner sobre la hierba, a veces obscenos, otras oscuramente sibilinos. El de esta manana pertenecia a la segunda categoria. Los bloques formaban las palabras:

ALTO y VETE

Tras especular sobre el significado de la frase, Faulkner fue tranquilizando su mente. Miro las casas con ojos inexpresivos. Poco a poco, los perfiles ya oscurecidos de las viviendas comenzaron a fundirse y debilitarse. Los largos balcones y las rampas, en parte ocultos por arboles de formas diversas, se transformaron en masas incorporeas, gigantescas unidades geometricas.

Respirando con calma, cerro poco a poco su mente y luego, sin esfuerzo alguno, borro de su conciencia la identidad de las casas situadas frente a el.

Observaba ahora un paisaje cubista, una coleccion de azarosas formas blancas sobre un fondo azul. Varias motas verdes se movian con lentitud de un lado a otro. Se pregunto en vano que representaban en realidad esas formas geometricas. Sabia que, tan solo unos segundos antes, habian constituido una parte inmediatamente familiar de su existencia cotidiana. Pero, por mas que las dispusiera de uno u otro modo en su mente, por mas que buscara sus asociaciones, seguian siendo combinaciones al azar de formas geometricas.

Habia descubierto en si mismo ese mismo talento hacia solo tres semanas. Un domingo por la manana, mirando con desprecio el silencioso aparato de television de la salita, comprendio de repente que la total aceptacion y asimilacion de su forma fisica le imposibilitaba para recordar su funcion. Le costo un considerable esfuerzo mental recuperarse y lograr identificar otra vez la caja de plastico. Movido por la curiosidad, ensayo su nuevo talento en otros objetos y averiguo que resultaba particularmente eficaz con los aparatos ricos en asociaciones, como lavadoras, automoviles y otros productos de consumo. Desprovistos de sus atributos propagandisticos y sus imperativos sociales, quedaban tan alejados de la realidad que precisaba de poco esfuerzo mental para eliminarlos por completo.

El efecto era similar al de la mezcalina y otros alucinogenos, cuya influencia convertia las arrugas de un cojin en tan vividas como los crateres de la luna, y los pliegues de una cortina en los rizos que formarian las olas de la eternidad.

Faulkner habia experimentado de manera metodica durante las semanas siguientes al descubrimiento, practicando su habilidad para cortocircuitarlo todo. El proceso fue lento, pero, de manera paulatina, pudo eliminar grupos de objetos cada vez mayores: los muebles de la salita, fabricados en serie, los superesmaltados aparatos de la cocina, su coche guardado en el garaje… El automovil, una vez perdida su identidad, quedo en la penumbra como una enorme esencia vegetal, flaccida y reluciente. Faulkner casi perdio el juicio al tratar de volver a identificar aquella masa. «?Que demonios sera?», se habia preguntado inutilmente, mientras se retorcia de risa.

Y conforme se desarrollaba su talento, habia empezado a vislumbrar que existia una ruta para escapar al mundo intolerable de Menninger Village, que le ahogaba.

Habia descrito su habilidad a Ross Hendricks, otro profesor de la escuela de comercio, que vivia a pocas casas de distancia y era su unico amigo intimo.

– En realidad, quizas este saliendome del tiempo -especulo Faulkner-. Sin el sentido del tiempo, se hace dificil mantener la conciencia visual. Es decir, eliminar el vector tiempo del objeto que ha perdido su identidad libera a este de todas sus asociaciones cognoscitivas cotidianas. Otra posibilidad consiste en que haya encontrado por casualidad un medio de anular los centros fotoasociativos que en estado normal nos permiten identificar objetos visuales, del mismo modo que a veces oyes hablar a alguien en tu propio idioma y ninguno de los sonidos tiene para ti el menor significado. Todo el mundo lo ha comprobado alguna vez. Hendricks meneo la cabeza.

– Si, pero no centres en eso tu carrera -le contesto, observandole con atencion-. No es tan sencillo ignorar el mundo. La relacion sujeto-objeto no esta tan polarizada como sugiere el Cogito ergo sum de Descartes. Te desvalorizaras a ti mismo en el mismo grado en que desvalorices el mundo exterior. Me parece que tu autentico problema consiste en invertir el proceso.

Hendricks, por mucha que fuera su simpatia por Faulkner, no podia ayudarle. Ademas, resultaba placentero ver el mundo de otra manera, revolcarse en un panorama infinito de imagenes de brillante colorido. ?Que importaba que tuviera forma pero no contenido?

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