semblante femenino con indiferencia, especulando por un instante sobre la posibilidad de completar el proceso y suprimir a Julia, lo mismo que habia hecho con el resto del mundo unas horas antes. Si obraba asi, ya no tendria que preocuparse por poner el despertador…

– ?Harry! -la oyo gritar.

Se irguio con un sobresalto. El estruendo del televisor se mezclaba con la voz de Julia.

– ?Que ocurre? Estaba dormido.

– Estabas en trance, querras decir. ?Por el amor de Dios, respondeme cuando te hablo! Te decia que vi a Harriet Tizzard esta tarde.

Faulkner gruno, y su mujer se aparto de el.

– Ya se que no soportas a los Tizzard, pero he decidido que deberiamos conocerlos mejor…

Mientras su esposa parloteaba, Faulkner se hundio entre las orejas del sillon. Y en cuanto Julia volvio a sentarse, se llevo las manos detras del cuello, emitio unos cuantos monosilabos discretos, deslizo los dedos en sus oidos y aniquilo asi la voz femenina. Despues, miro tranquilamente hacia la silenciosa pantalla.

A las diez en punto de la manana siguiente, volvio a situarse en la veranda, con el despertador atado a su muneca, para disfrutar durante una hora de las formas incorporeas suspendidas a su alrededor y liberar su mente de ansiedades. Al avisarle la alarma, a las once en punto, se sintio fresco y sosegado, capaz por unos instantes de examinar las casas cercanas con la curiosidad visual que los arquitectos habian pretendido. Gradualmente, sin embargo, todo volvio a secretar su veneno, su capa de irritantes asociaciones. Al cabo de diez minutos, consulto malhumorado su reloj de pulsera.

El coche de Louise Penzil freno. Faulkner desconecto la alarma del despertador y se adentro en el jardin, con la cabeza baja para esconderse de las viviendas cercanas en la medida de lo posible. Apostado junto a la glorieta, fingio reparar las tablillas aflojadas por las rosas. Harvey McPherson asomo de repente la cabeza por encima de la valla.

– Harvey, ?continuas en casa? ?No piensas ir a la escuela?

– Bueno, sigo el curso de relajacion de mama -explico Harvey-. Creo que el contexto competitivo del aula es…

– Tambien yo trato de relajarme -le interrumpio Faulkner-. Dejemoslo asi. ?Por que no te largas?

– Senor Faulkner -prosiguio Harvey, sin alterarse-, hay un problema metafisico que me preocupa. Quizas usted pueda ayudarme. Se supone que la velocidad de la luz es la unica magnitud absoluta en el espacio-tiempo. Pero se acepta que toda estimacion de la velocidad de la luz implica el componente tiempo, subjetivamente variable… Entonces, ?que nos queda?

– Mujeres -contesto Faulkner.

Miro por encima de su hombro hacia la casa de los Penzil y luego, malhumorado, volvio la espalda a Harvey. El muchacho arrugo la frente y trato de arreglarse el pelo.

– ?Como ha dicho?

– Mujeres -repitio Faulkner-. Ya sabes, el sexo debil, las feminas.

– ?Oh, no!

Harvey se alejo hacia su casa, meneando la cabeza y murmurando.

«Eso te mantendra callado», penso Faulkner. Escudrino la casa de los Penzil a traves de las tablillas de la glorieta, hasta que distinguio a Harry Penzil, de pie en el centro de su veranda, mirandole cenudo.

Faulkner se volvio con rapidez, simulando arreglar un rosal. Cuando regreso a la veranda, descubrio que estaba sudando. Harry Penzil era el tipo de hombre capaz de saltar por encima de la valla y asestarle un punetazo.

Se preparo un combinado en la cocina, lo llevo a la veranda y se sento, esperando a que se calmara su desasosiego antes de disponer el despertador.

Se hallaba atento a cualquier sonido que llegara de la casa de los Penzil cuando oyo un familiar y tenue ruidito metalico, procedente de la vivienda de la derecha.

Faulkner se inclino hacia delante, para examinar la pared de la veranda. Estaba formada por una gruesa lamina de vidrio muy deslustrado, absolutamente opaco, que sostenia algunas de las vigas del techo y las planchas de polietileno acanalado. Justo detras de la veranda, ocultando las porciones mas proximas de los jardines adyacentes, habia una celosia de tres metros, que se extendia otros seis a lo largo de la valla del jardin y aparecia repleta de camelias japonesas.

Faulkner inspecciono con todo cuidado la celosia. De pronto, descubrio el contorno de un objeto negro y cuadrado, montado sobre un pequeno tripode que se apoyaba detras del primer soporte vertical, a tres metros de la abierta ventana de la veranda. El disco de un pequeno ojo de vidrio observaba imperturbable a Faulkner a traves de una de las ranuras horizontales.

?Una camara! Faulkner salto de su silla, mirando incredulo el instrumento. Llevaba varios dias en funcionamiento. Solo Dios sabia cuantas escenas de su vida privada habria filmado Harvey para su propia diversion.

Colerico, avanzo hacia la celosia, arranco una de las partes metalicas del soporte y agarro la camara. Al tirar del aparato a traves del hueco, cayo el tripode con gran estrepito. Faulkner oyo que alguien, en la veranda de los McPherson, saltaba con precipitacion de su silla.

Forcejeo hasta arrancar el cable del control remoto unido a la palanca del obturador. Abrio la camara, extrajo la pelicula, la tiro al suelo y la aplasto con el tacon de su zapato. Luego recogio los fragmentos, dio unos pasos y arrojo lo que quedaba de ella por encima de la valla, al extremo opuesto del jardin de los McPherson.

El telefono sonaba en el vestibulo cuando volvio a la casa para acabar su bebida.

– ?Si, que hay? -grito en el receptor.

– ?Harry? Soy Julia.

– ?Quien? -contesto Faulkner, sin pensar-. ?Ah, si! Bueno, ?como va todo?

– No muy bien, al parecer. -La voz de Julia se habia endurecido-. Acabo de sostener una larga conversacion con el profesor Harman. Me ha dicho que renunciaste a tu trabajo en la escuela hace dos meses. Harry, ?a que estas jugando? Apenas me atrevo a creerlo.

– Apenas me atrevo a creerlo yo mismo -replico Faulkner, burlon-. Es la mejor noticia que me han dado desde hace varios anos. Gracias por confirmarmela.

– ?Harry! -vocifero su esposa-. ?Controlate! Si piensas que voy a soportarte, estas muy equivocado. El profesor Harman me dijo que…

– Ese idiota de Harman… -la interrumpio Faulkner-. ?No te das cuenta de que pretendia volverme loco?

La voz de Julia ascendio hasta un chillido de histeria. Faulkner se aparto del receptor y lo colgo en silencio. Despues de unos momentos, volvio a levantarlo y lo dejo sobre el listin.

La manana primaveral se cernia sobre Menninger Village como un telon de silencio. Aqui y alla, un arbol se agitaba en el calido ambiente, o se abria una ventana, reflejando los rayos del sol. Por lo demas, el silencio y la tranquilidad eran totales. Faulkner, sentado en la veranda, tiro el despertador bajo la silla y se sumergio mas y mas en su sueno privado, en el demolido mundo de forma y color que, inmovil, permanecia suspendido a su alrededor. Las casas de enfrente se habian esfumado, sustituidas por grandes bandas rectangulares de color blanco. El jardin se reducia a una rampa verde, en cuyo extremo se mantenia en equilibrio la elipse plateada del estanque. La galeria era un cubo transparente. Y en su centro, se hallaba Faulkner, flotando como una imagen en un oceano fantastico. No solo habia suprimido el mundo que le circundaba, sino tambien su propio cuerpo. Sus extremidades y su tronco le parecian una extension de su mente, formas incorporeas impresas en su cerebro, como una conciencia onirica de su propia identidad.

Varias horas mas tarde, mientras gozaba placidamente de su fantasia, advirtio una repentina intrusion en su campo visual. Forzo la vista y vio con sorpresa frente a el la figura vestida de negro de su mujer, gritando furiosa y gesticulando con su bolso.

Faulkner examino durante varios minutos la discreta y familiar entidad de Julia, las proporciones de sus piernas y brazos, los planos de su cara… Despues, sin moverse, empezo a desmantelarla en su cabeza, a borrarla literalmente miembro a miembro. Primero, olvido aquellas manos que no cesaban de agitarse y retorcerse como pajaros locos; a continuacion, los brazos y los hombros, suprimiendo todos los recuerdos de su energia y movimientos. Por fin, olvido la cara, mientras esta se aproximaba a el, mostrandole la frenetica actividad de los labios. Hasta que el rostro solo le ofrecio una difusa masa pastosa, grisacea y rosada, deformada por diversos salientes y surcos, dividida por orificios que se abrian y se cerraban como extranos fuelles.

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