agitaba la cabeza y movia los ojos en todas direcciones. Luego avanzo colocando las patas con precaucion; tropezo una o dos veces, pero se recupero. A mitad de corriente, el agua espumosa ya le alcanzaba el pecho y se arremolinaba entre las piernas de Fidelma. Se volvio hacia Eadulf y, mediante una senal, le indico que avanzara.
Eadulf miro las aguas salvajes, blancas y vertiginosas, casi paralizado por la angustia. Ya habia visto a Fidelma hacerle senas para que se apresurara a cruzar, pero las manos le temblaban. No queria adentrarse en aquel torrente impetuoso. Se daba cuenta de que Fidelma tenia los ojos puestos en el y no tenia valor para reconocer su cobardia.
CAPOTULO VII
Invocando una oracion, Eadulf acicateo a su alazan rio adentro, pero el nerviosismo hizo que el caballo reaccionara demasiado aprisa. Las patas traseras resbalaron en el fango, y Eadulf creyo que el animal iba a tirarlo. Se agarro con desesperacion, y el potro, bufando y resollando, consiguio recuperarse y encontro un apoyo firme en el bajo rocoso. Eadulf aflojo las riendas y se limito a esperar sentado con los ojos cerrados, tratando de imaginarse a salvo en la otra orilla del rio.
De vez en cuando, la montura daba sacudidas, como si al caballo le costara mantener el equilibrio. Entonces noto el agua gelida en los pies y luego en las piernas, a la altura de las rodillas. De pronto, una corriente de agua turbulenta le paso por la cintura, lo cual le corto la respiracion por la impresion y le obligo a aferrarse a la perilla de la montura. El caballo volvio a quedar sobre el nivel del agua, y Eadulf se atrevio a abrir los ojos, para ver que aun se encontraba a unos metros de la orilla contraria. Fidelma ya habia llegado y lo aguardaba, reclinada sobre la montura.
Con un ultimo empuje, el animal subio como pudo por la orilla y se detuvo junto a ella.
Eadulf se comporto como un buen jinete y dio unas palmadas de agradecimiento en el lomo al animal.
–
– Mas vale que nos alejemos lo antes posible de aqui -sugirio Fidelma-. Cuanto antes lleguemos a Imleach, mejor.
– ?Y si esperamos un momento hasta secarnos? Estoy empapado de cintura para abajo -protesto Eadulf.
– No os molesteis en secaros, pues quiza tengamos que volver a entrar en el agua. Nos queda un arroyo que franquear, el Fidhaghta. Y si los Ui Fidgente han apostado a mas guerreros en el Pozo de Ara, que es el primer vado, puede que volvamos a tener problemas.
Eadulf solto un quejido.
– ?A cuanto esta el Pozo de Ara?
– A unos once kilometros. No tardaremos en llegar.
Se dio la vuelta y se adentro rumbo al oeste, a traves del bosque que rodeaba el lugar. Sin volverse para comprobar si Eadulf la seguia, grito:
– Aqui el sendero se ensancha y podemos cabalgar a medio galope un rato.
Apreto los talones contra las ijadas, y la vigorosa yegua reacciono. Tan impetuoso fue el arranque, que Fidelma se vio obligada a tirar de las riendas para que el caballo se mantuviera a medio galope.
Eadulf la seguia de cerca, brincando sobre la silla, sintiendose miserable e incomodo como nunca en su vida por la ropa mojada.
Parecia haber pasado una eternidad antes de llegar a una cuesta desde donde la senda descendia hasta otro rio de caudal considerable que se curvaba casi en angulo recto en una parte donde habia un grupo de edificios a lo largo de la orilla. Al parecer, el rio iba de oeste a este y describia un giro brusco hacia el sur.
– Ahi esta el Pozo de Ara -dijo Fidelma sonriendo con satisfaccion-. Cruzaremos por alli y estaremos a unos kilometros mas de Imleach. Podemos seguir un rato por la orilla norte del rio. No veo guerreros de Gionga por ningun lado.
Eadulf respiro hondo debido a su turbacion y pregunto:
– Ahi se ven edificios y humo. ?Por que no paramos a descansar y secarnos?
Fidelma miro al cielo.
– No nos quedara mucho tiempo. Debemos llegar a Imleach antes de que anochezca. No obstante, si no aparecen guerreros de los Ui Fidgente al acecho, en el cruce hay una posada donde podeis cambiaros la ropa o secaros.
Sin decir mas, se dirigio colina abajo hacia el grupo de edificios que se extendian a ambas riberas. El agua presentaba bajios, pero ni tan peligrosos ni turbulentos como al vadear el Suir.
Dos muchachos que habia sentados en la orilla lanzaron un sedal al agua. Fidelma se acerco justo cuando uno de ellos sacaba del agua, triunfante, una trucha parda y salvaje que dejo en el suelo.
– Una buena pieza -le grito Fidelma en reconocimiento, deteniendo al caballo.
El chico, de no mas de once anos, sonrio con indiferencia.
– Las he pescado mucho mejores, hermana -le respondio con solemnidad, por deferencia al habito.
– No lo dudo -respondio ella-. Decidme, ?vivis aqui?
– Claro, ?donde si no? -contesto el nino en un tono desenfadado.
– ?Hay forasteros en vuestro pueblo?
– Anoche. El principe de los Ui Fidgente, o eso dice mi padre. Estuvo aqui con sus hombres. Pero han partido esta manana, cuando el gran rey de Cashel vino a buscarlos.
– ?Y ya no quedan forasteros en el pueblo?
– No. Todos se han ido a Cashel.
– Bien. Os estamos agradecidos.
Fidelma hizo girar a la yegua, y avanzo hacia el rio, indicando a Eadulf que siguiera adelante.
Al pasar a la otra orilla, las aguas del Ara apenas llegaron a los espolones. Enseguida encontraron la posada, ya que estaba junto al vado, con el cartel oscilante en la entrada.
Complacido, Eadulf bajo de la silla de montar y ato el caballo a un poste que quedaba a mano. Saco las alforjas, donde tenia una muda de ropa seca, esperando tener suficiente tiempo para cambiarse y entrar en calor.
Entretanto, la puerta de la posada se abrio, y aparecio un anciano.
– Saludos, viajeros, les doy la mas…
La interrupcion se debio al fijarse en Fidelma. Con una sonrisa repentina, corrio a ayudarla a bajar del caballo.
– Que agradable veros, senora. Esta misma manana ha estado aqui vuestro hermano para…
– Para encontrarse con Donennach de los Ui Fidgente -anadio ella, sonriendo al reconocer al hombre-. Ya lo se, querido Aona. Ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que os vi.
Una sonrisa ilumino su rostro al ver que Fidelma recordo su nombre.
– No os habia visto desde que celebrasteis la llegada de vuestra edad de elegir. De eso hara doce anos o mas.
– Hace mucho tiempo, Aona.
– Desde luego, y aun asi recordais mi nombre.
– Siempre habeis sido un leal vasallo de mi familia. Mal vastago de los Eoghanacht seria el que no recordara el nombre de Aona, el que fuera capitan de la guardia de Cashel. Supe que os habiais retirado para llevar una posada de camino. Lo que no sabia es que fuera esta.
– Os ofrezco… -dijo, y de pronto lanzo una mirada a Eadulf, reparando en el atuendo y la tonsura catolica-. Os ofrezco, tanto a vos como a vuestro acompanante sajon, toda mi hospitalidad…
– Necesito secarme y cambiarme -murmuro Eadulf, casi en un tono de queja.
– ?Habeis caido del caballo al rio? -pregunto Aona.
– No, no me he caido -salto Eadulf, sin molestarse en dar mas explicaciones.