inmersa en cavilaciones, y, en tal circunstancia, el sabia que no convenia interrumpirla. Era evidente que le estaba dando vueltas a la informacion que les habian dado en la posada.

Llevaban casi trece kilometros, cuando Fidelma levanto la vista de repente y vio donde estaban.

– Ah, ya queda poco. Casi hemos llegado ya -anuncio con satisfaccion.

Al cabo, el sendero del bosque desemboco en una zona abierta y montanosa. Eadulf no necesito mas informacion para reconocer el grandioso edificio amurallado de piedra de la abadia de San Ailbe. Se imponia sobre el pequeno municipio que se tendia ante el, aunque una buena distancia separaba los muros de la abadia del limite de los edificios principales del pueblo. Eadulf se fijo en que tanto la abadia como la aldea estaban rodeados de pastos acotados por florestas de tejos, aunque los habia de la variedad irlandesa, con agujas combadas, que destacaban entre los que el estaba acostumbrado a ver en su pais. Eran arboles grandes de copas redondas y, curiosamente, muchos parecian crecer de varios troncos, pues eran retorcidos y anosos.

– Estamos en Imleach Iubhair -explico Fidelma- «La zona fronteriza de los tejos», donde gobierna mi primo, Finguine de Cnoc Aine.

El pueblo estaba en calma. Era mucho mas pequeno que Cashel, por lo que era un halago que fuera considerado como tal. Fidelma sabia que la abadia y su iglesia habian contribuido a desarrollar alli un prospero mercado. El lugar parecia desierto, lo cual le hizo pensar en la hora de la cena. Ya habian cantado visperas.

Todo indicaba que la plaza del mercado era el espacio abierto que habia frente a las puertas de la abadia. El otro lado de la plaza estaba formado por el grupo de casas que conformaban el pueblo. Solo dos edificios descollaban un poco a los lados mas proximos de la plaza, de manera que tampoco era del todo acertado considerarlo una plaza. Superaba un poco el tamano para serlo. En el centro se erguia un gigantesco tejo, que media mas de dos metros de altura, una venerable escultura de madera oscura y agujas verdes y curvas. Incluso superaba en altura los enormes muros de piedra de la abadia.

– Eso si que es un arbol respetable -se exclamo Eadulf, deteniendo el caballo ante el tejo para contemplarlo.

Fidelma se dio la vuelta en su silla y sonrio a su primo.

– ?Por que lo decis, Eadulf? ?Sabeis que representa este arbol?

– ?Si se que representa? No. Solo me refiero al tamano y la edad que tiene.

– Es el totem sagrado de los Eoghanacht. ?Recordais que os hable de el en Cashel?

– ?Un totem! Vaya una idea mas absurda y pagana.

– ?Que es sino un crucifijo? Cada familia, cada clan, tiene lo que llamamos un Arbol de la Vida sagrado. Este es el nuestro. Cuando se instaura un nuevo rey Eoghanacht, debe acudir hasta aqui y prestar juramento bajo el gran tejo.

– Este tendra siglos de antiguedad.

– Tiene unos mil anos -preciso Fidelma con orgullo-. Se dice que lo planto la mano de Eber Fionn, hijo de Milesius, de quienes descienden los Eoghanacht.

Al ver que cerraba la noche y al oir en la lejania aullidos de lobo y los ladridos y gemidos de los perros guardianes a punto de ser soltados, avanzaron hacia las puertas de la abadia.

Fidelma detuvo a la yegua y se inclino hacia delante para tirar de la campana, cuya cadena colgaba junto a la entrada. Oyeron el sonido apagado de esta, procedente del interior.

Tras una rejilla de metal que se encontraba en una de las puertas se deslizo bruscamente un panel de madera, y una voz pregunto:

– ?Quien llama a las puertas de la abadia a estas horas?

– Fidelma de Cashel desea entrar.

Al instante se oyo un ajetreo al otro lado de la puerta. El panel se cerro con un golpe sordo. Se descorrieron cerrojos con la chirriante estridencia metalica. A continuacion, las elevadas puertas de la abadia se abrieron muy despacio.

Antes de que Fidelma y Eadulf dieran un paso adelante, un hombre alto de cabellos blancos se acerco corriendo desde la entrada.

Eadulf ya habia visto algunas veces al abad Segdae. El prelado que habia visto en Cashel era un hombre alto y circunspecto; una autoridad serena. En cambio, el hombre que corria a su encuentro iba desgrenado y parecia distraido. Sus facciones, que solian ser serenas y falconiformes, estaban demacradas. Se detuvo junto a la silla de Fidelma, con la vista levantada como si rindiera culto en un templo en busca de consuelo.

– ?Gracias a Dios! ?Sois la respuesta a nuestras plegarias, Fidelma! ?A Dios gracias que hayais venido!

CAPITULO VIII

El hermano Eadulf se estiro a sus anchas en una silla frente al fulgurante fuego de la sala privada del abad de Imleach. Aun se sentia dolorido e incomodo. No le gustaban los viajes arduos, y aunque el trayecto de Cashel a Imleach habia resultado relativamente corto, no habia sido nada facil. Tomo con fruicion unos sorbos de la copa con vino especiado que les habia ofrecido el abad Segdae. Eadulf aspiro los efluvios aromaticos del vino para apreciarlo mejor. Quienquiera que comprara el vino para la abadia tenia buen gusto.

Frente a el, al otro lado de la enorme chimenea de piedra, estaba sentada Fidelma. A diferencia de Eadulf, no habia probado el vino, que dejo en una mesa junto a ella; estaba sentada sobre el extremo del asiento con las manos en el regazo, con la mirada puesta en las chispas que desprendian los troncos encendidos, absorta en sus pensamientos. El anciano abad se habia sentado entre ambos, justo delante del fuego.

– Rece por que se produjera un milagro, Fidelma, y luego se me comunico que estabais en las puertas de la abadia.

Fidelma salio del ensimismamiento.

– Comprendo vuestro desasosiego, Segdae -dijo al fin.

Era el primer comentario que hacia desde que el abad Segdae les habia hablado de la desaparicion de las Santas Reliquias de san Ailbe y del conservador de estas, el hermano Mochta. Aunque ella jamas habia visto las Reliquias en persona, era imposible no entender la trascendencia de lo ocurrido.

– Con todo, mi prioridad es averiguar quien es el culpable del intento de asesinato en Cashel. Solo disponemos de nueve dias para hacerlo.

Los rasgos del abad Segdae se crisparon en un gesto de consternacion. Fidelma le explico las circunstancias en que se hallaba Cashel. El abad y la hermana del rey tenian un trato familiar, pues Segdae habia servido a su padre como sacerdote y conocia a Fidelma desde que era un infante.

– Ya me lo habeis dicho. Pero, Fidelma, sabeis tan bien como yo que la perdida de las Santas Reliquias infundira mucho miedo a todo nuestro pueblo. Su desaparicion augura la destruccion del reino de Muman. No nos faltan enemigos que puedan aprovechar este desastre.

– Esos enemigos ya han intentado matar a mi hermano y al principe de los Ui Fidgente. En cuanto lo haya solucionado, os prometo, Segdae, que me dedicare en cuerpo y alma a resolver este asunto. Se muy bien, quiza mejor que la mayoria, lo importantes que son las Santas Reliquias de san Ailbe.

Fue entonces cuando Eadulf se inclino hacia delante, dejando a un lado la copa.

– ?Creeis que los dos acontecimientos estan relacionados? -pregunto en un tono pensativo.

Fidelma se lo quedo mirando, sorprendida por un momento.

Alguna que otra vez, Eadulf tenia la destreza de afirmar algo indiscutible que habia pasado desapercibido a los demas.

– ?Una relacion entre la desaparicion de las Santas Reliquias y la tentativa de asesinato de mi hermano…?

Fidelma bajo las comisuras haciendo una mueca. Sopeso la posibilidad. Cierto era, como habia dicho el abad, que el pueblo de Muman creia que las Santas Reliquias de Ailbe actuaban como un escudo para la proteccion y bienestar del reino. Su perdida causaria alarma y desaliento. ?Era posible que la tentativa de asesinato fuera solo una mera coincidencia?

– Puede que haya una relacion -concedio-. ?Que mejor modo de derrocar a un reino que empezar

Вы читаете El Monje Desaparecido
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату