Daig candidamente-. Pueden ser muy peligrosos.
Eadulf estuvo a punto de decirle que sabia de sobra que habia lobos, cuando vio la mirada de advertencia que Fidelma le lanzo.
– Sois muy considerado, hermano -dijo-. Lo tendremos presente la proxima vez que nos aventuremos a salir al caer el dia.
– En el refectorio hay comida fria, hermana, si es que no habeis cenado ya -ofrecio el joven monje-. Como es tarde, ya no queda nada caliente.
– No tiene importancia. El hermano Eadulf y yo iremos al refectorio. Gracias por tanta solicitud. La apreciamos mucho.
Al proseguir hacia el refectorio, Eadulf susurro a Fidelma:
– ?No deberiamos interrogar a Cred antes de cenar?
– Como bien ha dicho el hermano Daig, es tarde. Cred estara alli manana. En cuanto haya cenado, mi intencion es la de acostarme y descansar. Podemos emprender esa labor justo despues del desayuno.
CAPITULO XII
El sonido de las cornetas de guerra fue lo que desperto a Fidelma momentos antes de que sor Scothnat, la
– Levantaos y estad preparada para defenderos, senora. Nos estan atacando.
Fidelma se incorporo en un momento de panico, plenamente consciente del ruido atronador de las cornetas y los gritos y chillidos lejanos. Salio de la cama de un salto y, en medio de la oscuridad, encendio una vela como pudo. La luz tremula ilumino a la hermana Scothnat, que estaba de pie en la puerta, retorciendose las manos y llorando distraidamente.
Fidelma se le acerco y la cogio por los brazos.
– ?Dominaos, hermana! -le dijo con firmeza-. Decidme que esta pasando. ?Quien nos ataca?
Scothnat se quedo un momento quieta sin hablar, amilanada por la severidad del tono de voz. Entonces volvio a gimotear.
– La abadia. ?Estan atacando la abadia!
– Pero, ?quien la esta atacando?
Fidelma vio que sor Scothnat estaba demasiado afectada para superar el miedo y responder a la pregunta, de modo que decidio vestirse. A traves de la ventana de la celda vio que aun era de noche, y no tenia idea de que hora era, aunque le parecio que seria poco antes del alba.
Salio a todo correr de la habitacion, dejando a Scothnat lloriqueando. Casi choco contra una figura oscura y musculosa que corria en direccion opuesta. Incluso con ausencia de luz reconocio a Eadulf.
– Venia a buscaros -dijo con preocupacion-. Unos guerreros pretenden asaltar la abadia.
– ?Sabeis algo mas? -pregunto ella.
– No, nada. Hace un momento que me ha despertado el hermano Madagan. Ha ido a comprobar que las puertas esten bien protegidas, pero me temo que poca defensa tiene la abadia salvo las tapias y las puertas.
De pronto, la gran campana del monasterio empezo a sonar; el tanido fue en aumento a medida que las manos que tiraban de la cuerda ganaban desesperacion con cada repique. El sonido no era tanto un aviso solemne, cuanto un toque de rebato pidiendo ayuda.
– Veamos que podemos averiguar -grito Fidelma en medio del barullo, corriendo por el pasillo que conducia a la puerta principal.
Eadulf la siguio, protestando:
– Han llevado a las demas mujeres a un lugar mas seguro, al sotano de la abadia.
Fidelma no se molesto en contestar. En medio de la oscuridad, bajaron a toda prisa al claustro por donde varios hermanos corrian aqui y alla, distraidos y desconcertados por el panico.
Fidelma reparo en que las cornetas de guerra tocaban cada vez mas fuerte, y que mas intensos eran los gritos de personas que luchaban al otro lado de los muros. Fidelma y Eadulf llegaron al patio principal, donde encontraron a un grupo de monjes -los jovenes y fuertes- tratando de asegurar las barras de madera de la enorme puerta principal. El
Fidelma le pregunto a voz en cuello al acercarse:
– ?Que esta ocurriendo? ?Quienes son los atacantes?
– Extranos guerreros. Es cuanto sabemos. Hasta ahora no han lanzado un ataque directo a la abadia. Prefieren saquear el pueblo.
– ?Donde esta el abad?
El hermano Madagan senalo junto a las puertas una pequena atalaya de estructura cuadrada de unas tres plantas de alto.
– Disculpadme, hermana -dijo el hermano Madagan dando media vuelta-. Debo seguir velando por nuestra seguridad.
Fidelma ya se encaminaba hacia la torre vigia, con Eadulf pisandole los talones. En su interior habia una escalera estrecha por la que solo cabia una persona a la vez. Fidelma subio a todo correr, seguida de Eadulf.
Las plantas mas bajas estaban vacias, pero en lo alto de la torre hallaron al hermano Segdae detras de lo que habrian sido unas almenas, de haberse construido la atalaya con propositos belicos.
Un muro que llegaba al pecho rodeaba la torre. Desde aquella posicion estrategica se alcanzaba a ver la abadia y sus alrededores.
El abad Segdae no estaba solo. A su lado contaba con la fornida figura de Samradan, el mercader. Segdae estaba de pie tras la proteccion que le ofrecia el muro, mirando hacia el pueblo, al otro lado de la plaza. Tenia los hombros caidos con las manos cerradas en dos punos pegadas a los costados, y la cabeza avanzada, mientras contemplaba la escena con amargura. Samradan parecia tan absorto en el espectaculo como el. Ninguno de los dos se percato de la llegada de Eadulf y Fidelma a la atalaya.
Fidelma y Eadulf ya habian visto el fulgor espectral, una extrana luz amarillenta y rojiza que relumbraba iluminando la fachada de la abadia.
Aquel curioso halo amenazador se reflejaba en las nubes bajas que tenian justo encima. Era la inequivoca senal de que algunos edificios del pueblo ya estaban en llamas. Gritos y llantos, mezclados con lastimeros relinchos de caballos asustados, rasgaban el aire nocturno. Al otro lado de los muros de la abadia habia mucha agitacion. Jinetes blandiendo antorchas encendidas o espadas iban de un lado a otro de la plaza y por las calles que habia entre los edificios. Indudablemente, los mas desprotegidos estaban sufriendo el peor ataque. Una vez acostumbrada la vista al extrano resplandor, a la noche inflamada por el fuego de los edificios y las antorchas, de pronto Fidelma vio algo mas. Esparcidos en el suelo, por doquier, habia bultos oscuros que no podian ser otra cosa que cuerpos. Lo peor era que habia gente, aislada o en grupos pequenos, que corria para salvarse de los guerreros montados que los perseguian. De vez en cuando se oia un grito desgarrador cuando las veloces espadas de los atacantes alcanzaban a una victima.
Angustiada, Fidelma se volvio hacia el abad Segdae.
– ?No hay alguna forma de proteger Imleach? -exigio.
Al principio el abad estaba demasiado afectado para responder. De pronto parecia haberse convertido en un fragil anciano. Fidelma le sacudio un brazo con premura.
– Segdae, estan matando a gente inocente. ?No hay guerreros cerca de aqui a los que podamos recurrir?
El abad de rostro falconido se volvio hacia ella con renuencia. Al intentar mirarla, Fidelma vio en su rostro una expresion de aturdimiento.
– Los mas proximos son los guerreros al mando de vuestro primo, el principe de Cnoc Aine.
– ?Hay algun modo de ponernos en contacto con el?
El abad Segdae levanto una mano, como si intentara indicarle el campanario situado al otro extremo de la
