la cabeza el pasillo enclaustrado al otro lado del patio, hacia donde ella miro.

Alli estaba la figura menuda y palida de Solam, el dalaigh de los Ui Fidgente. Hablaba animadamente haciendo aspavientos. Parecia entusiasmado. Fidelma no veia bien con quien hablaba, ya que el interlocutor estaba detras de una de las columnas del claustro. Indudablemente, se trataba de un clerigo por lo unico que alcanzaban a ver, la silueta de alguien con un habito.

– Nuestro querido jurista parece algo agitado -murmuro Eadulf.

– ?Por que sera? -se pregunto Fidelma-. ?Podemos acercarnos sin que nos vean?

– No creo.

– Probemoslo.

Empezaron a caminar despacio y en sigilo por un lado de la galeria que rodeaba el patio, antes de girar en la siguiente. Desde alli oian la voz de Solam, pero no percibian que decia.

Entonces callo, como si hubiera interrumpido su discurso.

– Creo que nos han visto -susurro Eadulf.

– Caminad como si no les hubierais visto -propuso Fidelma a media voz, y acelero un poco el paso.

Cuando llegaron al pasillo donde estaban aquellos, las dos figuras se habian desvanecido. Solam solo podia haber entrado por una de las puertas laterales que daban a la casa de huespedes. En cuanto al otro, oian el golpeteo del cuero de las sandalias contra las losas, al paso apresurado del que las llevaba. Eadulf se adelanto a toda prisa y se asomo por los arcos de piedra para mirar al otro lado del patio. Oyeron el golpe de una puerta al cerrarse.

En aquel momento, el abad Segdae aparecio por otra puerta. Se detuvo al ver a Eadulf alli de pie, resollando por la repentina carrera.

– He oido un portazo -dijo el abad con desaprobacion.

Eadulf lo miro con un rostro falto de expresion y explico:

– Si. Creo que un hermano ha salido con prisas del patio por el fondo.

– Que verguenza. Aunque haya prisa, un miembro de la abadia sabe que no se deben dar portazos que perturben la paz de Dios en este santo lugar.

Fidelma se acerco a ellos al oir el comentario del abad.

– En ocasiones, el deseo de cumplir cuanto antes un proposito nos hace olvidar las convenciones, Segdae - susurro.

– Si descubro al culpable, le impondre la sancion necesaria para que recuerde la leccion -musito el abad con enfado, y se marcho a grandes zancadas.

Fidelma se volvio hacia Eadulf, pensativa.

– Ahora que recuerdo… ?No fue el hermano Daig quien dijo que lo habia despertado un portazo en plena noche? No creia habitual que un miembro de la comunidad de portazos. Quiza se trate de la misma persona en ambos casos. Lastima que no sepamos quien es.

Eadulf sonrio con presuncion.

– Creo que si… Creo que si sabemos quien es.

Fidelma casi trago saliva por la sorpresa.

– ?Habeis reconocido a la persona? ?Decidme, entonces! ?De quien se trata? -exclamo con un grito contenido.

– Se ha vuelto un poco al cerrar la puerta, donde la luz del otro lado le daba de lleno. Era el hermano Bardan.

CAPITULO XV

Fidelma habia enviado a Eadulf a solicitar de Segdae cuanta informacion fuera posible sobre el pasado del hermano Bardan, bajo estrictas instrucciones de decirle al abad que no se dijera nada que pudiera hacer pensar a aquel que estaba siendo investigado. Por su parte, Fidelma iria en busca del vehemente dalaigh de los Ui Fidgente.

Al final lo encontro en la tech screpta, la biblioteca de la abadia. Imleach albergaba una de las mayores bibliotecas del reino, con unos doscientos libros manuscritos. Buena parte de esos libros no se guardaban en estanterias, sino en bolsas de piel colgadas de unos ganchos o unas estanterias que habia en las paredes. Cada bolsa contenia un volumen manuscrito. Aunque en una seccion de la biblioteca se guardaban volumenes encuadernados en cuero labrado con adornos banados con plata. Algunos, unos pocos, se guardaban en unas cajetillas llamadas labor-chomet, o contenedores de libros, hechos de metal a fin de conservar obras de gran valor. Entre estos se contaban La confesion de Patricio, los primeros Anales de Imleach y una Vida de Ailbe.

En la biblioteca de Imleach habia, ademas, una zona donde los escribas trabajaban y estudiaban. Cuando Fidelma entro, varios miembros de la comunidad se hallaban inclinados, copiando libros. Las copias se realizaban encima de unas largas tablas rectangulares, delgadas y lisas, sobre las cuales se extendia papel de vitela. El papel se obtenia de la piel de oveja, cabra o ternera. Los escribas empleaban una tinta hecha de carbon, que guardaban en cuernos de vaca, y la labor se realizaba con plumas de oca, de cisne y hasta de cuervo.

Se fijo en que algunos escribas estaban leyendo de los flesc filidh -barras, duelas o varillas del poeta-, hechos de madera de tejo o manzano, donde se grababa el Ogham, la antigua forma de escritura irlandesa.

Fidelma espero un momento para impregnarse de la atmosfera de la enorme sala que albergaba la biblioteca de Imleach. Estar en una biblioteca siempre le causaba un efecto agradable; tenia la sensacion de estar en contacto con el pasado y el futuro al mismo tiempo, pues era alli donde el conocimiento del pasado se estaba transmitiendo a los escribas del futuro. Cada vez que entraba en una biblioteca sentia una fascinacion infantil, pero la de Imleach estaba considerada como una de las mas importantes del reino.

Localizo a Solam enseguida, porque se encontraba apartado de los escribas, sentado a una mesa de lectura en un rincon. Se acerco a su mesa sin hacer ruido.

– Veo que ya habeis descansado y que ya os habeis sobrepuesto a la mala experiencia, Solam -le susurro no sin cierta ironia, sentandose delante de el.

El dalaigh levanto la vista con un gesto de aparente ira por la interrupcion.

– Si no me han herido ha sido por pura suerte, hermana -alego en voz baja para no molestar a los demas-. Sigo pensando en presentar una queja al brehon principal de los cinco reinos. No creais que podeis disuadirme de ello -aclaro avanzando la barbilla en un gesto desafiante.

– Jamas se me pasaria por la mente hacerlo -le contesto en un tono grave-. Sin embargo, como reputado dalaigh que sois… -dijo a medias palabras-. Se que tendreis en cuenta el nerviosismo de la gente despues de lo ocurrido anoche.

Solam no se inmuto.

– Eso no atenua la gravedad del hecho: esa gente intento matarme incluso despues de haberme identificado.

– Pero no os mataron -subrayo Fidelma-. Aun asi, jamas pensaria en disuadiros de presentar una queja.

Solam aspiro por la nariz con desden.

– Asi lo hare.

– Claro que solo se os compensara la queja si esta puede justificarse; es decir, si el pueblo no tenia motivos legitimos para asustaros. Si no tenian motivos para creer que habian sido atacados por los Ui Fidgente, entonces, claro, no tendrian argumentos contra vos. Aunque si creian que el ataque fue obra de…

Hizo un aspaviento con la mano para desestimar la cuestion y sonrio.

– No necesito que me aleccioneis en leyes -le espeto Solam, alzando tanto la voz que unos cuantos escribas levantaron la vista, y la voz estentorea del bibliotecario, que estaba sentado a la mesa principal, les ordeno entre

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