se alojo el hermano Eadulf.

No tardaron en llegar. La hospederia no era grande, y solo disponia de media docena de camas.

– ?Que cama ocupo el hermano Eadulf? -quiso saber Fidelma.

Sor Etromma senalo la cama alejada lejos de ellas, situada en un rincon del cuarto.

Fidelma fue hasta ella y se sento en el borde. Echo una mirada bajo la cama, mas no hallo nada.

– Naturalmente, otros huespedes han dormido en esa cama despues del sajon -explico la administradora.

– Naturalmente. ?Y han cambiado el colchon?

Sor Etromma parecia desconcertada por la pregunta.

– Los colchones se cambian siempre que es necesario hacerlo. No creo que lo hayan cambiado desde que durmiera el sajon. ?Por que lo preguntais?

Fidelma tiro de las mantas para descubrir el colchon relleno de paja. Era el tipico jergon. Se inclino sobre el y empezo a apretarlo aqui y alla.

– ?Que estais buscando? -quiso saber la rechtaire.

Fidelma no respondio.

Dio con algo duro entre la paja y se fijo en un agujero a un lado del jergon, donde la costura estaba descosida. Se sonrio. Conocia a Eadulf mejor de lo que el se conocia. Era un hombre prudente. La agitacion de las ultimas semanas le habia hecho olvidar cuan cauto era su amigo.

Fidelma introdujo la mano entre la paja, y sus esbeltos dedos tocaron el baston de madera. Junto a este noto el delicado tacto del papel de vitela enrollado. Extrajo ambos objetos con rapidez y los sostuvo ante la mirada atonita de sor Etromma.

– Vos sereis testigo, hermana -dijo Fidelma, levantandose-. He aqui el baston blanco de oficio que llevaba el hermano Eadulf con el como muestra de que es emisario oficial del rey de Cashel. Y he aqui una carta de puno y letra del rey, dirigida al arzobispo Teodoro de Canterbury. El hermano Eadulf los habia puesto a buen recaudo en el colchon.

Sor Etromma la miraba con una expresion curiosa, dominada por la incertidumbre.

– Lo mejor sera llevarlo a la abadesa Fainder -dijo al fin.

Fidelma nego con la cabeza e introdujo pausadamente el baston y el papel en su marsupium, la bolsa de piel que siempre llevaba a la cintura.

– Esto se quedara conmigo. ?Habeis visto de donde los he sacado? Vos sereis mi testigo. Esto demuestra claramente que el hermano Eadulf era un fer taistil, un techtaire, un mensajero del rey y que, por servir a la casa real, goza de determinados derechos de proteccion.

– No sirve de nada que me hableis de leyes -protesto sor Etromma-. Yo no soy dalaigh.

– Simplemente recordad que sois testigo de que haya encontrado estos objetos aqui -insistio Fidelma-. Y ahora…

Se dirigio hacia la puerta y sor Etromma la siguio de mala gana.

– ?Adonde quereis ir, hermana? -le pregunto esta-. ?Quereis ver otra vez a la abadesa?

– ?A la abadesa? No, la vere despues -respondio Fidelma, que habia cambiado de parecer-. Mostradme antes el lugar donde agredieron y mataron a sor Gormgilla.

Atribulada, sor Etromma condujo a Fidelma por mas pasillos hasta llegar a otro patio muy pequeno, situado en un extremo del edificio y, a juzgar por los aromas que impregnaban el aire, esta supuso que se hallaban cerca de la cocina y, seguramente, de las bodegas. A un lado del patio habia dos altas puertas de madera, hacia las que fue derecha sor Etromma. Prescindio de descorrer los enormes y pesados cerrojos de hierro que las aseguraban, ya que en una de las grandes puertas habia una puertecilla por la que cabia una persona a la vez. La abrio y la senalo sin decir nada.

Tras cruzar el umbral de la puertecilla enmarcada en la grande, Fidelma se hallo ante un amplio tramo del rio. A lo largo de los muros del edificio aparecia un camino concurrido, lo bastante ancho para que cupieran los carros. Junto a este se extendia un terraplen de tierra donde habian construido un muelle de madera, pues en ese trecho el rio discurria en paralelo al camino. En el muelle habia amarrado un barco fluvial de proporciones considerables, del que diversos hombres descargaban barriles.

– Este es nuestro embarcadero particular, hermana -explico sor Etromma-. Aqui llegan las mercancias destinadas a la abadia. Mas adelante vereis otros muelles, donde los mercaderes de la ciudad desarrollan sus comercios.

Fidelma se detuvo unos instantes, recreandose con la caricia del sol en el rostro. Hacia un buen dia a pesar de la brisa, y la sensacion era reconfortante tras la humedad y la oscuridad predominantes dentro de la abadia. Cerro los ojos un momento y respiro hondo para relajarse. Despues miro en derredor. Tal cual habia dicho la administradora, a lo largo del rio habia muelles con varios barcos amarrados. Y es que Fearna era la capital comercial del pais, asi como la capital real de la dinastia de los Ui Cheinnselaigh que gobernaba Laigin.

– ?Donde se cometio el asesinato?

Sor Etromma senalo el embarcadero de la abadia.

– Ahi mismo.

Una campana empezo a tocar en la abadia. Sorprendida, Fidelma miro en la direccion del sonido. No era posible que estuvieran llamando a rezos. Instantes despues, por la puerta aparecio corriendo un monje y comunico a sor Etromma.

– Hermana, acaba de llegar un mensajero de aguas arriba. Uno de los barcos del rio se ha hundido. Cree que es el navio que acababa de zarpar de nuestro embarcadero.

– ?El barco de Gabran? -Etromma habia palidecido-. ?Esta seguro? ?Estan todos bien?

– No, no esta seguro, hermana -respondio el monje-. Y no sabe nada mas del accidente.

– En todo caso, habra que ir alli y ver en que podemos ayudar.

Sor Etromma se disponia a entrar en la abadia, cuando recordo que sor Fidelma seguia alli.

– Disculpadme, hermana -se excuso tras vacilar un momento-. Al parecer, uno de los barcos que comercia regularmente con la abadia podria haber naufragado. Como administradora, es mi deber atender este asunto. El rio es un lugar peligroso.

– ?Quereis que os acompane? -ofrecio Fidelma.

Sor Etromma nego con la cabeza distraidamente y dijo sin mas dilacion:

– Tengo que irme.

Fue a reunirse con el monje, que ya se alejaba corriendo por el camino paralelo a los muros del edificio. Fidelma la observo, desconcertada por el modo en que se habia marchado. Entonces, una voz masculina la llamo por su nombre. Fidelma se dio la vuelta y vio una figura familiar acercandose por la orilla en su direccion.

Era el guerrero Mel, el mismo que, segun habia contado Etromma, habia hallado el cuerpo sin vida de la nina y que habia seguido la pista del asesinato hasta llegar a Eadulf. Fue un golpe de suerte que el capitan apareciera en ese momento, porque asi no tendria que buscarlo. Con tranquilidad, Fidelma se dirigio hacia el por el camino hasta llegar al borde del muelle, a cuyo entarimado de madera se habia encaramado Mel.

– Volvemos a encontrarnos, senora -saludo con una sonrisa amplia, de pie ante ella.

– Ya veo que si. Me han dicho que os llamais Mel.

El guerrero asintio, complacido.

– Y a mi, que aceptasteis mi recomendacion y os habeis alojado con vuestros companeros en la posada de mi hermana Lassar. Creia que os acompanaba un tercer hombre: Lassar me ha dicho que llegasteis solo con dos de vuestros guerreros.

Ante la perspicacia del comandante, Fidelma se guardo de medir sus palabras.

– Cierto, conmigo venian tres guerreros. Uno de ellos se ha visto obligado a regresar a Cashel -mintio.

– Bueno, espero que el alojamiento sea de vuestro agrado. Mi hermana ofrece buena comida y camas comodas.

– Asi es. Mis companeros y yo estamos muy a gusto en La Montana Gualda. Me alegra haberos encontrado.

El guerrero fruncio un poco el ceno.

– ?Y por que, senora?

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