– Bueno, sor Etromma parecia preocupada cuando le dijeron que podia tratarse de su barco, ya que comercia con la abadia.
– Vaya. -Mel aguardo un momento, como si reflexionara, y nego con la cabeza-. Pues no; era una vieja barcaza de rio que tendrian que haber desguazado para madera desde hace mucho tiempo: estaba carcomida. Calculan que en unas horas ya habran arrastrado a la orilla los restos del naufragio que obstruyen el paso.
– Asi que la preocupacion de sor Etromma era infundada.
– Ya os digo, al ser un centro mercante fluvial, a todos nos preocupa que el rio pueda quedar obstruido.
– Comprendo.
Mel se disponia a seguir andando, cuando ella lo detuvo.
– Me rondan unas cuantas preguntas mas. ?Os importa que os las haga? No os entretendre mucho rato.
Mel se sento enfrente de ella.
– Me alegra seros de ayuda, senora -afirmo con una sonrisa-. Preguntad.
– ?En que circunstancias se ahogo vuestro companero… el que iba con vos la noche que mataron a Gormgilla?
Mel se extrano de la pregunta.
– ?Quien? ?Daig? Una noche estaba de guardia en los muelles, como de costumbre, y por lo visto resbalo (seguramente porque las tablas estaban mojadas) y se golpeo la cabeza con algo, puede que con un pilar de madera. Cayo al agua tras perder el conocimiento y quiza se ahogo sin que nadie se diera cuenta. Hallaron su cuerpo al dia siguiente.
Fidelma considero sus palabras unos instantes.
– ?Asi que la muerte de… (?Daig, decis que se llamaba?) no fue mas que un tragico accidente? ?No hay nada sospechoso en torno a lo sucedido?
– Fue un accidente, y muy tragico, ya que Daig era un buen vigilante y se conocia el rio como la palma de la mano. Crecio entre los barcos de este rio. Pero si creeis que tuvo alguna relacion con al asesinato de Gormgilla, os puedo asegurar que no la tiene en absoluto.
– Ya veo -dijo Fidelma, poniendose de pie repentinamente-. ?Sabeis si sor Etromma ha regresado ya a la abadia?
– Creo que si -respondio el guerrero, que siguio su ejemplo poniendose en pie.
– ?Y la abadesa Fainder? ?Ha regresado tambien?
Mel se encogio de hombros.
– No lo se, pero lo dudo. Cuando sale, suele tardar bastante en regresar.
– ?La abadesa ha ido a ver el barco hundido?
– No la he visto por alli. Y seria inusual. Suele salir a cabalgar sola por las tardes. Creo que sube a las colinas.
– Gracias, Mel. Habeis sido de gran ayuda.
Cuando Fidelma regreso a la abadia, sor Etromma la recibio en la entrada.
– ?Y bien, hermana? -dijo Fidelma-. ?Sabeis algo de la nina ausente, sor Fial?
Sor Etromma la miro con gesto impasible.
– Yo tambien acabo de llegar a la abadia. Seguire preguntando, aunque he mandado a un miembro de la comunidad que la busque por todo el edificio.
– ?Ha vuelto ya la abadesa Fainder? Debo hacerle unas preguntas.
Sor Etromma pregunto, confusa:
– ?Si ha vuelto, preguntais?
Fidelma asintio sin perder la paciencia.
– Si, del paseo a caballo que da por las tardes. No sabreis adonde suele ir, ?no?
La
– Desconozco las costumbres personales de la abadesa. Seguidme. Supongo que estara en sus dependencias.
Una vez mas, condujo a Fidelma por los lugubres pasillos del edificio, hacia las dependencias de la abadesa. Tuvieron que pasar por un pequeno espacio enclaustrado situado tras la capilla para poder llegar alli.
Fidelma oyo el tono subido de unas voces procedentes del otro extremo del claustro. Reconocio la voz de la abadesa, estridente, tratando de acallar los graves tonos de una voz masculina que ascendian, interrogantes. Sor Etromma, que estaba a su lado, se detuvo en seco y tosio con nerviosismo.
– Parece que la abadesa esta ocupada. Quiza debamos volver cuando este menos… preocupada - murmuro.
Fidelma no interrumpio el paso.
– El asunto que a mi me ocupa no puede esperar -dijo con firmeza y siguio por el pasillo enclaustrado hacia la puerta de la abadesa, con sor Etromma pisandole los talones; al llegar llamo a la puerta. Estaba entreabierta, y las voces no callaron, como si la abadesa y su interlocutor no la hubieran oido llamar.
– ?Os digo, abadesa Fainder, que es un escandalo!
Quien hablaba era un hombre de edad avanzada, cuyo atavio revelaba cierta autoridad y rango. Un cabello niveo le llegaba hasta los hombros, y un aro de plata le rodeaba la cabeza. Vestia una capa larga y verde tejida a mano y portaba en la mano un baston de oficio.
La abadesa Fainder sonreia pese al tono estridente de su voz. De cerca, la sonrisa era una simple mascara, un gesto tirante de sus musculos faciales, un intento de demostrar su superioridad.
– ?Un escandalo decis? Olvidais con quien estais hablando, Coba. Ademas, el rey, su
– Asi es -respondio el anciano sin dejarse amilanar-. Sobre todo si se desconocen los principios de nuestras leyes.
–
El hombre llamado Coba dio un amenazador paso adelante para acercarse a la mesa de Fainder. La abadesa no se inmuto cuando aquel se inclino hacia ella para decirle, iracundo:
– Semejantes palabras resultan extranas viniendo de una mujer erudita, y sobre todo de alguien de vuestra posicion. ?Acaso no recordais las palabra de Pablo de Tarso a los romanos? «Porque los Gentiles que no tienen ley, naturalmente haciendo lo que es de la ley, los tales, aunque no tengan ley, ellos son ley a si mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones.» Pablo de Tarso era mas solidario con nuestra ley que vos.
La furia ensombrecio la mirada de la abadesa.
– ?Como teneis la desfachatez de aleccionarme en las Escrituras? ?Osais aleccionar a eclesiasticos por encima de vos sobre como interpretar las Escrituras? Olvidais vuestra posicion, Coba. Debeis obediencia a quienes fuimos designados para gobernaros en la fe, por lo que me obedecereis y no me discutireis.
El anciano, que seguia de pie, la miro con compasion.
– ?Quien os designo para gobernarme? Yo, desde luego que no.
– Mi autoridad procede de Cristo.
– Segun recuerdo, la primera carta del apostol Pedro, de las mismas Escrituras, (y este fue designado por Cristo como principal apostol de la fe, dice: «Apacentad la grey de Dios que esta entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un animo pronto; y no como teniendo senorio sobre las heredades del Senor, sino siendo dechados de la grey». Quiza debais recordar esas palabras antes de exigir obediencia incondicional.
La abadesa Fainder casi se atraganto de frustracion al decirle, alzando una voz quebrada por la rabia:
– ?Acaso careceis de humildad?
– Tengo suficiente humildad para reconocer cuando carezco de ella -respondio Coba con una fria risotada.
De pronto, la abadesa vio a Fidelma de pie en la puerta, presenciando la discusion con un gesto de entretenido interes. Los rasgos de la abadesa se disolvieron de inmediato en una mascara inexpresiva, y se dirigio