persona, llegara a tiempo para detener esta vil injusticia -dijo Fidelma.

Dego movio la cabeza con pesar.

– Entonces ya no hay esperanza, senora. Harian falta al menos tres dias mas para que el joven Aidan localizara a Barran y lo trajera aqui; seguramente tardaria toda una semana, y teniendo la suerte de nuestro lado.

Fidelma se levanto, tratando de recobrarse.

– Debo regresar a la abadia y decirle que se prepare para lo peor.

– ?No seria preferible esperar a manana, cuando se anuncie formalmente la decision?

– No tiene sentido enganarme a mi misma, Dego, y tampoco puedo enganar a Eadulf.

– ?Quereis que os acompane?

– Gracias, pero no, Dego. Debo hacer esto sola. Creo que Eadulf querra ver caras amigas manana, cuando tenga lugar esta atrocidad. Al menos podra morir en compania de amigos, aparte de enemigos. Pedire permiso para asistir en cuanto se haya dictado la sentencia. ?Me acompanareis Enda y vos?

Dego no vacilo.

– Os acompanaremos. Que Dios les perdone si desoyen vuestro ruego, senora. He visto morir en batalla a muchos hombres valientes; e incluso he matado a muchos. Pero lo hice llevado por la furia, el ardor de la batalla, y eran hombres libres que empunaban una espada o una daga para defenderse en una lucha de uno contra uno, de igual a igual. Pero esto… Esto es una vileza. Reducir a un hombre a la indignidad de una triste vaca en el matadero… Me hace sentir verguenza.

– No es nuestro sistema de castigo -reconocio Fidelma y luego solto un profundo suspiro-. Cierto que puede arguirse que aquel que asesina, que causa sufrimiento y mata a otro, no merece nuestra compasion, pero…

– Pero no es motivo para que debamos rebajarnos a la altura de un asesino y representar rituales despiadados para encubrir nuestro propio asesinato -interrumpio Dego-. Por otra parte, ?no estareis reconociendo ahora que el hermano Eadulf es culpable del crimen?

Tratando de reprimir la emocion que la embargaba, Fidelma sacudio la cabeza. Esperaba que los ojos no le brillaran demasiado.

– En este momento no se si Eadulf es culpable o no. Creo que es inocente. Concedo valor a su palabra. Pero las palabras no son suficientes. Solo digo, desde la experiencia, que a estas alturas ya deberia haber una respuesta a demasiadas preguntas y ahora… ahora parece demasiado tarde. Regresad a la posada, Dego. Me reunire con vos y Enda despues.

Con paso cansino y abrumada por pensamientos sombrios, Fidelma se dirigio a la abadia a traves de la ciudad. No sabia que iba a decirle a Eadulf. Solo podia contarle la verdad. Sentia que le habia fallado por completo. Estaba convencida de que, pese al intento de Fianamail de recurrir a medidas diplomaticas, el obispo Forbassach denegaria la apelacion. La beligerancia con que este habia rebatido todas sus preguntas indicaba que pretendia mantener la peticion de la abadesa Fainder y aprobar aquellos atroces castigos.

?Si al menos hubiera dispuesto de mas tiempo! Las pruebas y declaraciones presentaban tantas inverosimilitudes… Y sin embargo el obispo Forbassach no parecia interesado en investigarlas. ?Tiempo! ?Era una simple cuestion de tiempo! Y al dia siguiente, cuando el sol estuviera en su cenit, su querido amigo y companero perderia la vida porque ella no habia sido capaz de salvarle.

Al aproximarse a la entrada de la abadia, decidio que no permitiria que nadie viera que habia perdido confianza; a fin de cuentas solo hacia falta algo, cualquier cosa, para un aplazamiento. Alzo el menton en actitud defensiva.

Cuando sor Etromma acudio a las puertas, parecia afectada por una extrana tribulacion. En cuanto el obispo Forbassach habia anunciado su opinion, la hermana abandono el salon del rey para regresar apresuradamente a la abadia.

– Lo lamento, hermana. No he podido sino decir la verdad. Estabais de espaldas a mi cuando hallasteis esos objetos, y no podia jurar que os hubiera visto sacarlos de alli. El obispo Forbassach se mostro tan implacable al hacer las preguntas que…

Fidelma alzo una mano para apaciguar la desazon de la administradora. No se lo reprochaba. Aunque esta hubiera apoyado su causa, el obispo Forbassach habria buscado otro modo de poner en duda aquellas pruebas.

– No teneis la culpa, hermana. Comoquiera que sea, todavia no se ha anunciado decision alguna -le aseguro Fidelma tratando de dar el mayor matiz posible de indiferencia a su voz.

Sor Etromma no se apaciguo.

– Sin embargo, imagino que sabreis ya la decision que el obispo tomara -insistio-. El mismo lo ha dicho.

Fidelma trato de aparecer segura y confiada.

– La decision definitiva esta en manos del rey y sus consejeros. Independientemente de lo que diga Forbassach, mantengo que quedan por plantearse todavia diversas cuestiones, y cualquier juez imparcial sabria que no se puede arrebatar una vida hasta que no se halle una respuesta a esos planteamientos.

Sor Etromma bajo la cabeza.

– Supongo que asi es. ?De verdad creeis que todavia cabe la posibilidad de aplazar la ejecucion del sajon?

Fidelma respondio con la voz tensa, eligiendo con cuidado cada palabra:

– Espero que la haya. No obstante, no me corresponde a mi predecir la decision del juez.

– Asi es -murmuro la rechtaire de la abadia-. Este ha dejado de ser un lugar alegre. No veo el dia de partir a la isla de Mannanan Mac Lir y apartarme del desasosiego que envuelve esta abadia. Imagino que deseais ver al sajon, ?cierto?

– Asi es.

Dio media vuelta y encabezo el paso una vez mas al interior de la abadia, a traves del patio principal. Ya casi habia anochecido y la oscuridad envolvia el lugar. Sin embargo, numerosas antorchas iluminaban el patio. Dos hombres, en presencia de otros dos que miraban (uno de los cuales era un monje), estaban cortando la cuerda para bajar al hermano Ibar de la horca de madera. Mientras realizaban aquella truculenta operacion dirigieron la vista hacia ellas, y uno de los hombres, de rasgos toscos y con ropa de trabajo, sonrio burlonamente y grito:

– Hacemos sitio para manana.

Cerca de ellos, tendida sobre las losas del patio, habia una arpillera dispuesta para envolver el cuerpo. El hermano Ibar no seria enterrado con ataud de madera -observo Fidelma-, sino con una tela de saco y, seguramente, en un hoyo cavado con prisas en el pantanal a orillas del rio. Aquellos dos hombres de negro le parecieron a Fidelma un par de cuervos picoteando los restos de su victima y no tanto dos profesionales preparando el cuerpo para un funeral.

Fidelma vacilo un momento y su mirada fue a parar al rostro de uno de los religiosos que supervisaban la labor. Reconocio la figura corpulenta del pugnaz hermano Cett. Este la miraba de soslayo, y a su boca asomaba una dentadura negra y picada. Raras veces habia visto hombres de aspecto tan siniestro. Fidelma se estremecio. Junto al monje habia un hombre nervudo de baja estatura, cuyo atavio revelaba su condicion de marinero. El pantalon y el jubon de piel asi como la bufanda de lino que llevaba era el atuendo tipico entre los marineros de rio. Este no se molesto en mirarlas cuando cruzaron el patio.

– Vamos a la celda del sajon, Cett -informo sor Etromma al pasar.

El hombreton gruno, acaso expresando aprobacion, aunque el sonido podria haber significado cualquier cosa. Al parecer, la rechtaire lo tomo como un asentimiento, ya que siguio adelante, con Fidelma a la zaga sin perder un instante.

Subieron por las escaleras que conducian a la celda, fuera de la cual habia otro monje sentado en una banqueta de madera a la luz tremula de una antorcha de tea; el hombre se hallaba inmerso en la contemplacion de su crucifijo, que sostenia con ambas manos sobre el regazo. Cuando las monjas se aproximaron, se puso de pie de un salto y reconocio enseguida a sor Etromma. Sin decir palabra, descorrio los cerrojos de la celda.

Sor Etromma se volvio hacia Fidelma y le dijo:

– Avisadle cuando deseeis salir. Yo tengo otros asuntos que tratar, por lo que no puedo quedarme.

Fidelma entro en la celda. Eadulf se levanto para recibirla. Mostraba un semblante afligido.

– Eadulf… -empezo a decir Fidelma.

El se apresuro a interrumpirla, moviendo la cabeza.

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