– No teneis que decirme nada, Fidelma. Desde la ventana os he visto cruzar el patio con la otra hermana y ya me figuro cual ha sido el resultado de la vista. Si se hubiera concedido la apelacion, imagino que el obispo Forbassach os habria acompanado y no habriais venido con esa expresion funesta.

– No es del todo seguro -dijo Fidelma con un hilo de voz-. El obispo Forbassach anunciara el resultado de la apelacion manana por la manana. Todavia hay esperanza.

Eadulf se volvio hacia la ventana.

– Lo dudo. Ya os lo dije: en este lugar hay algo maligno, algo que ya ha decidido que debo morir.

– ?No digais necedades! -salto Fidelma-. No debeis desistir.

Eadulf le lanzo una breve miraba por encima del hombro con una sonrisa sombria.

– Creo que os conozco desde hace demasiado tiempo como para poder esconderme algo, Fidelma. Lo veo en vuestros ojos. Ya estais llorando mi muerte.

Fidelma tendio la mano para tomar la suya y exclamo:

– ?No digais eso!

Por primera vez, Eadulf percibio el tono quebradizo en la voz de su amiga y supo que estaba al borde de las lagrimas.

– Lo lamento -murmuro sintiendose algo incomodo-. Que cosa mas tonta de decir.

Se dio cuenta de que ella necesitaba tanto apoyo como el para hacer frente al suplicio que le aguardaba. Y Eadulf no era un hombre egoista con sus sentimientos.

– ?Asi que el obispo Forbassach se pronunciara sobre la apelacion manana por la manana? -anadio.

Fidelma asintio sin decir nada, pues no confiaba en que fuera a ser capaz de hacerlo.

– Bien. Pues aceptaremos la decision cuando este tomada. Entretanto, ?podriais pedirle a sor Etromma que me faciliten agua y jabon? Quisiera tener el mejor aspecto posible para lo que me depare la manana, sea lo que fuere.

Fidelma sintio el escozor de las lagrimas que asomaban a sus ojos. De pronto, Eadulf se acerco a ella para rodearla con los brazos, la estrecho con fuerza y luego la aparto de si casi con brusquedad.

– ?Bueno! Salid, Fidelma. Dejadme meditar a solas. Os vere manana.

Fidelma asi lo hizo; habian compartido demasiadas cosas como para quedarse en la celda con el. Unos segundos mas, y ambos perderian el control de sus emociones. Dio media vuelta y llamo con dureza al monje celador. Instantes despues se oyo el ruido aspero de los cerrojos y la puerta se abrio. Al salir no miro atras; se limito a murmurar:

– Hasta manana, Eadulf.

El hermano Eadulf no respondio y la puerta de la celda se cerro de un golpe detras de ella.

Fidelma no regreso a la posada enseguida, sino que fue a dar un paseo por la orilla del rio, donde encontro un rincon en el que estar sola, al final de los muelles. Alli se sento sobre un tronco, a la penumbra del crepusculo. La luna era de un blanco reluciente y proyectaba un resplandor fantasmagorico sobre las aguas. Fidelma permanecio en silencio; le ardian las mejillas, cubiertas de lagrimas. No habia llorado desde nina. Ni siquiera intento recurrir a la tecnica meditativa del aeread para aplacar la furia de su emocion. Habia tratado de contenerla desde que supiera que Eadulf se hallaba en peligro. No podria ayudarle desatando sus emociones. Tenia que ser fuerte; debia distanciarse de estas a fin de poder discernir de manera logica.

Sin embargo, se sentia destrozada por una terrible impotencia y una virulenta indignacion. Desde que conociera a Eadulf habia tratado de ocultar sus sentimientos, incluso para si. El sentido del deber la habia reprimido; de su deber para con la fe, para con la ley, para con los cinco reinos y para con su propio hermano. Y ahora, justo cuando al fin habia dejado de negar sus sentimientos y empezaba a reconocer cuanto significaba Eadulf para ella, corria el peligro de que se lo arrebataran para siempre. Era tan… injusto. Se dio cuenta de lo banal de aquella frase, pero no era capaz de pensar en otra expresion aun a pesar de haber leido a los antiguos filosofos. Estos disculparian una fortuna tan nefasta diciendo que la voluntad de los dioses era otra. Y ella no pensaba aceptarlo. Virgilio escribio: Fata viam invenient. Los dioses hallaran un modo. Ella necesitaba hallar un modo de cambiar las cosas. Tenia que hallarlo

Capitulo IX

Fidelma se movia, inquieta por un sueno agitado.

Estaba sonando con el cadaver del monje colgado al final de la cuerda tensa en la horca de madera. Detras, un grupo de figuras encapuchadas se reian del muerto y lo abucheaban. Extendiendo los brazos hacia delante, trataba de alcanzar la figura colgada, pero algo se lo impedia. Unas manos tiraban de ella hacia atras. Se volvio para ver quien era y descubrio el rostro de su antiguo mentor y tutor, el brehon Morann.

– ?Por que? -le grito-. ?Por que?

– El ojo esconde aquello que no desea ver -le respondio el anciano con una sonrisa enigmatica.

Fidelma se aparto bruscamente de el y volvio a ponerse de cara al hombre ahorcado.

Entonces oyo un estrepito. Primero penso que la horca se estaba viniendo abajo, que la madera se estaba partiendo. Y entonces se dio cuenta de que aquel ruido la habia despertado; formaba parte de la realidad y procedia de fuera. Unos pasos pesados ascendieron por las escaleras de la posada La Montana Gualda. Apenas si tuvo tiempo de incorporarse antes de que la puerta se abriera de un brusco golpe sin previo aviso.

El obispo Forbassach irrumpio en su habitacion con un farol en la mano. A este seguian media docena de hombres que empunaban espadas; entre ellos, una figura robusta que le resulto familiar: el hermano Cett.

Antes de que Fidelma pudiera reaccionar, el obispo Forbassach, con el farol en alto, empezo a registrar el cuarto, hincandose de rodillas para mirar debajo de la cama.

Uno de los hombres le apuntaba al pecho con una espada, amenazandola asi en silencio.

Fidelma estaba horrorizada. Primero los miro desconcertada y, luego, con creciente indignacion.

– ?Que significa esto? -exigio saber.

No obstante, algo la interrumpio: el sonido de un forcejeo al otro lado de la puerta. Algunos de los hombres se volvieron para ayudar a sus companeros a arrastrar a Dego y Enda hasta el interior de la habitacion, apuntandoles a la espalda con las armas. Al parecer habian acudido corriendo, espadas en mano, al oir el alboroto. Los demas les superaban en numero, por lo que los desarmaron y les sujetaron despiadadamente los brazos a la espalda y en alto a fin de obligarles a inclinarse ante los hombres de Forbassach.

– ?Que representa este ultraje, Forbassach? -exigio Fidelma con frialdad, con el tono gelido que ocultaba la furia que sentia-. ?Habeis perdido el juicio? -pregunto, haciendo caso omiso de la espada con que la amenazaban.

Tras haber registrado cada rincon del cuarto, el obispo se volvio hacia ella sin soltar el farol. Su rostro era una mascara de animosidad amenazante.

– ?Donde esta? -le espeto.

Fidelma lo miro con pareja aversion.

– ?Donde esta quien? Tendreis que dar una buena explicacion para tamana intrusion injustificada, brehon de Laigin. ?Sabeis que estais haciendo? Habeis transgredido todas las leyes de…

– ?Calla, mujer! -farfullo el hombre que sostenia la espada contra su pecho, con la que pincho para hacer hincapie en la orden.

Fidelma noto el pinchazo. Sin mirar siquiera al guerrero, no aparto la vista de Forbassach.

– Decidle a vuestro bravucon quien soy, Forbassach, y haced memoria vos tambien. Si se derrama sangre de la hermana del rey de Colgu y dalaigh de los tribunales, la sangre con sangre se pagara. Con ciertas cosas no hay indulgencia posible. Habeis agotado mi paciencia.

El obispo Forbassach vacilo ante la furia implacable de su voz. A el mismo le estaba costando controlar su propia ira, y tardo unos buenos segundos antes de conseguirlo.

– Podeis bajar la espada -ordeno en un tono cortado al hombre y volvio a dirigirse a Fidelma-. Os lo volvere a preguntar: ?donde esta?

Fidelma se quedo mirando la figura amedrentadora del brehon de Laigin con fria

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