– Venid y guardad silencio -insistio la figura.

Con renuencia, Eadulf cruzo el umbral de la celda.

– Es fundamental que guardeis silencio. Limitaos a seguirme -ordeno la figura encapuchada-. Estamos aqui para ayudaros.

Entonces vio que habia otros dos hombres en el pasillo, uno de los cuales sostenia una vela. El otro arrastraba la figura del hermano Cett al interior de la celda que Eadulf habia desocupado. Su corazon empezo a latir con rapidez al percatarse de lo que estaba pasando.

Se acerco a ellos enseguida; cualquier posible renuencia se habia disipado. Cerraron la puerta de la celda y corrieron los cerrojos.

– Poneos la cogulla, hermano -susurro uno de los encapuchados-, y ahora bajad la cabeza.

Eadulf obedecio al instante.

A paso rapido, el pequeno grupo cruzo el corredor y bajo las escaleras; Eadulf les seguia gustoso a doquiera lo llevaran. Atravesaron un laberinto de pasillos y, de subito, sin topar con ningun obstaculo, se hallaron fuera de los muros de la abadia, a traves de las puertas a orillas del rio. Alli les esperaba otra figura, con las riendas de varios caballos en las manos. Sin mediar palabra, la figura que encabezaba el grupo ayudo a Eadulf a montar mientras los demas saltaban a las sillas de sus caballos. A continuacion ya estaban alejandose al trote de la entrada de la abadia, a lo largo del rio, en cuyas aguas la luz argentina de la luna rielaba.

Al llegar a una arboleda, el jefe les hizo detenerse; levanto la cabeza en actitud de escuchar.

– Parece que nadie nos persigue -murmuro con una voz masculina-. Pero debemos estar ojo avizor. A partir de ahora marcharemos a galope tendido.

– ?Quienes sois? -pregunto Eadulf-. ?Esta Fidelma con vosotros?

– ?Fidelma? ?La dalaigh de Cashel? -repitio la misma voz y solto una leve risa-. Guardad las preguntas para luego, sajon. ?Podeis seguirnos al galope?

– Se cabalgar -respondio Eadulf con frialdad, aunque perplejo todavia por la identidad de aquellos hombres que, al parecer, no obedecian al mandato de Fidelma.

– ?Pues cabalguemos!

El cabecilla hundio los talones en las ijadas del caballo, y el animal arranco a correr de un salto. En un santiamen, los demas caballos lo seguian. Agarrado a las riendas, Eadulf sintio en las mejillas el estimulante soplo del viento frio de la noche, que le hizo caer la capucha y le alboroto el pelo. Despues de varias semanas, volvia a sentirse ligero y excitado. Era libre, y solo los elementos constrenian y acariciaban su cuerpo.

Perdio la nocion del tiempo mientras seguia a la recua de jinetes que dejaban atras los vientos por el camino de la ribera. Cruzaron bosques, ascendieron por un sendero estrecho y sinuoso que atravesaba matorrales y claros, para luego atravesar un pantanal y ascender por unas colinas. Fue un trayecto vertiginoso, que los condujo, a traves de un claro, a una cumbre sobre la que se alzaba una antigua fortaleza de tierra, cuyas zanjas y murallas debian de haberse cavado en tiempos antiguos. Sobre las murallas se erguian muros construidos con grandes troncos de madera. Las puertas se abrieron y, sin siquiera reducir el paso, el grupo de jinetes entro en medio de un gran estruendo, cruzando un puente de madera tendido a traves de las murallas.

Se detuvieron con tal prontitud que algunos de los caballos recularon y cocearon en protesta. Los hombres desmontaron. A ellos acudieron figuras con antorchas que se hicieron cargo de los animales, que echaban espuma por la boca, y los llevaron a las cuadras.

Por un momento, Eadulf se quedo de pie, sin aliento, mirando a sus acompanantes con curiosidad.

Se habian retirado las capuchas y, a la luz de las antorchas y los faroles, Eadulf se dio cuenta de que ninguno de ellos era religioso. Todos parecian guerreros.

– ?Sois guerreros de Cashel? -les pregunto tras recuperar el aliento.

La pregunta desato la risa de los presentes, que se dispersaron en la oscuridad para dejarle solo con el jefe.

A la luz de una antorcha de tea, Eadulf advirtio que se trataba de un anciano con largos mechones canos. Este dio un paso adelante, nego con la cabeza y respondio con una sonrisa:

– No somos de Cashel, sajon. Somos hombres de Laigin.

Eadulf fruncio el ceno sin salir de su perplejidad.

– No lo entiendo. ?Por que me habeis traido hasta aqui? Es mas: ?donde estamos? ?No recibis ordenes de Fidelma de Cashel?

El anciano se rio dulcemente.

– ?Creeis que un dalaigh seria capaz de desobedecer la ley hasta el punto de arrebataros de las garras del infierno, sajon? -pregunto con cierto regocijo.

– Entonces, ?no os envia Fidelma? No entiendo nada… ?Me habeis liberado para que pueda proseguir mi viaje de regreso a mi pais?

El anciano avanzo unos pasos y senalo a la fortaleza, el lugar al que habian llevado a Eadulf.

– Estos muros son las lindes de vuestra nueva carcel, sajon. Si bien no soy partidario de segar una vida por otra, considero que nuestras leyes tradicionales deben cumplirse. No me sometere a los Penitenciales de Roma, pero respetare las leyes de los brehons.

Eadulf estaba mas confuso que nunca.

– Entonces, ?quien sois vos y que lugar es este?

– Me llamo Coba, bo-aire de Cam Eolaing. ?Veis los muros? Son los muros de mi fortaleza. Y ahora son las lindes de vuestro maighin digona.

Eadulf nunca habia oido el termino y asi lo dijo.

– El maighin digona es el recinto del refugio que permite la ley. Dentro de estos muros tengo autoridad para proporcionar proteccion a cualquier extranjero que huya de un castigo injusto, que huya de un decreto de busca y captura. Os he salvado con harta eficiencia de las violentas manos de vuestros perseguidores.

Eadulf respiro hondo.

– Creo que ya lo entiendo.

El viejo lo miro fijamente.

– Espero que asi sea. Solo os permitire refugiaros aqui hasta que un juez supremo os cite y se os juzgue segun la ley tradicional de este pais. Debo advertiros que este refugio no es un lugar inviolable, de modo que si nuestra ley os declara culpable no os librareis de la justicia. Si huis de aqui antes de ser juzgado otra vez, yo mismo aplicare el castigo. Se me permite impedir la violencia, pero no derrotar la justicia. Si intentais marcharos antes de que se haya realizado un juicio legal, solo hallareis la muerte.

– Os lo agradezco -suspiro Eadulf-, ya que soy inocente de veras y espero que asi se demuestre.

– Seais inocente o no, eso no me atane, sajon -dijo el hombre con severidad-. Yo solo creo en nuestra ley y me asegurare de que respondais ante ella. Si escapais, como soy yo quien os da refugio, bajo la ley sere responsable de vuestro delito y habre de recibir el castigo por vos. Por tanto, no permitire que os libreis de la ley. ?Entendeis lo que digo, sajon?

– Lo entiendo -asintio Eadulf en voz baja-. Ha quedado muy claro.

– Entonces alabad a Dios por que este amanecer -dijo el anciano, senalando al cielo rosaceo del este- no sea el ultimo, pues anuncia el primer dia del resto de vuestra vida.

Capitulo X

– ?Sois vos la mujer que ha tenido problemas con el brehon de Laigin, el obispo Forbassach?

Aquella voz debil y aflautada le resulto familiar a Fidelma.

Esta aparto la vista del desayuno para ver a un individuo escualido inclinado sobre ella. No habia nadie mas en la sala principal de la posada, ya que habia bajado a desayunar temprano.

Fruncio el ceno ante el aspecto poco atractivo del hombre. Iba vestido con el atavio de un marinero de rio. Tardo unos instantes en reconocerlo. Se trataba del hombrecillo bebido que habia aparecido la noche anterior quejandose de que la irrupcion de Forbassach y sus hombres en la posada lo habian despertado. Sin embargo,

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