de Eireann.

Dathal y Adamrae contemplaban con asombro la facilidad con que habia leido el antiguo poema.

El hermano Adamrae gruno con desden, como si quisiera restar merito al esfuerzo.

– Sabeis descifrar la lengua de los textos antiguos, pero ?la comprendeis? ?Donde, por ejemplo, se halla el mar de Romhar? ?Y el mar de Meann?

– Facil -respondio Fidelma-. Hoy conocemos el mar de Romhar con el nombre de Rua Mhuir, el mar Rojo; y Meann debe de ser una referencia al gran mar en medio de la tierra, como llaman los latinos al Mediterraneo.

El hermano Dathal sonreia ante el desasosiego de su companero.

– Muy bien, hermana. Desde luego, muy bien -aprobo.

Finalmente el hermano Adamrae se distendio y hasta forzo una sonrisa.

– No todo el mundo conoce los misterios de los antiguos escritos -concedio-. Nosotros nos dedicamos a recuperar los secretos que entranan, hermana.

– De modo similar me dedico yo a buscar la verdad en el derecho -respondio Fidelma-. Como sabeis, el capitan me ha pedido un informe porque la ley podria obligarle a pagar una indemnizacion si se lo considerara culpable en caso de acusacion por negligencia.

– Lo comprendemos. ?Que quereis saber? -pregunto el hermano Dathal.

– En primer lugar, ?cuando visteis a sor Muirgel por ultima vez?

El hermano Dathal fruncio el ceno y miro a su companero. Luego se encogio de hombros.

– No lo recuerdo.

– ?No fue al subir a bordo? -sugirio el hermano Adamrae.

El hermano Dathal se paro a pensar.

– Creo que si. Muirgel asigno el alojamiento a cada uno. Y luego no volvimos a verla. Nos dijeron que se habia mareado por el movimiento del barco y que permaneceria en el camarote.

– ?Y ninguno de vosotros la vio despues?

Negaron con la cabeza al mismo tiempo.

– ?Puedo preguntaros donde estabais durante la tormenta de anoche? Quiero asegurarme de que nadie vio a sor Muirgel subir a cubierta durante el temporal.

– Nosotros no salimos de aqui mientras duro la tempestad -confirmo el hermano Dathal-. Fue una tormenta muy intensa; apenas podiamos mantenernos de pie, y no digamos pasearnos por el barco.

El hermano Adamrae asintio con la cabeza.

– La comparamos con la gran tormenta que cayo sobre los Hijos de Gael en su viaje a Gotia. Sucedio cuando Eber, el hijo de Tat, y Lamhghlas, el hijo de Aghnon, murieron y poco despues las sirenas surgieron del mar tocando una melodia tal que el sueno se apodero de los Hijos de Gael; y solo Caicher el Druida fue inmune a ella, y consiguio salvar a los demas vertiendo cera fundida en sus oidos. Al llegar al cabo de Sliabh Ribhe, Caicher vaticino que no hallarian su ultima morada hasta llegar a un lugar llamado Eireann, pero anadio que ellos nunca llegarian: solo sus descendientes.

Fidelma observaba con atencion a aquel joven entusiasta relatando la historia sin aliento. Todo el se habia animado con la narracion.

– Parece que os interesan mucho los anos antiguos -comento-. Vuestro trabajo debe de deleitaros.

– Queremos escribir un libro sobre la historia de los Hijos de Gael antes de su llegada a los Cinco Reinos -explico el hermano Dathal, que ya sonreia abiertamente.

– En tal caso os deseo suerte en el empeno. Me fascinaria leer una obra semejante. Sin embargo, debo terminar mi indagacion. Decis que los dos permanecisteis en todo momento dentro del camarote y que no llegasteis a ver a sor Muirgel despues de subir a bordo.

– Un resumen conciso, hermana -asintio el hermano Adamrae.

Fidelma contuvo un suspiro de frustracion.

Alguno de los peregrinos mentia. Alguien debia de haber entrado en el camarote de sor Muirgel y le clavo un punal, la arrastro hasta la cubierta y la arrojo al agua. Fidelma estaba segura. Luego le vino a la mente la pregunta que ya se habia hecho en otro momento: ?para que alguien querria tirar el cuerpo al agua y dejar el habito manchado de sangre, con las evidentes rasgaduras de la daga? Aquello si que era extrano.

– ?Como decis? -pregunto Fidelma al advertir que el hermano Dathal le estaba hablando.

– Decia que es triste rechazar el valor de una vida humana. Pero para ser honesto, pocos lloraran por sor Muirgel.

– Tengo entendido que hay quien la aborrecia.

– Hay quien incluso la odiaba. Como el hermano Tola. Y sor Gorman tambien. Muchos son los que no lloraran por ella.

– ?Vosotros dos entre ellos? -se apresuro a preguntar Fidelma.

El hermano Dathal lanzo una mirada a su amigo.

– Nosotros no la odiabamos. Pero no es que fuera una persona por la que tuvieramos simpatia -reconocio.

– ?Y por que motivo vosotros no le teniais simpatia?

El hermano Adamrae se encogio de hombros.

– Ella nos despreciaba. Tenia una libido exacerbada. Creo que no es necesario deciros por que nos despreciaba al hermano Dathal y a mi. En fin, no se puede sentir amor y caridad por todo el mundo. Mirad al hermano Tola. No me habria apenado nada, de haberlo perdido a el.

Al recordar la opinion de Tola sobre la erudicion, Fidelma no pudo evitar una sonrisa fugaz.

– Os comprendo. Pero ?habia algo concreto que despertara vuestra antipatia por sor Muirgel?

– ?Algo concreto? -pregunto el hermano Dathal, soltando una risilla-. Yo diria que todo en ella nos causaba irritacion. Le gustaba que los demas supieran que era hija de un jefe y consideraba que por rango le correspondia estar al mando de todo.

– ?Por que decidisteis entonces emprender la peregrinacion…?

La respuesta se le ocurrio en cuanto se le escapo la pregunta.

– Porque al partir sor Canair estaba al cargo. Muirgel era un miembro mas del grupo. Sor Canair era capaz de controlarla, pese a que Muirgel trataba de imponer su autoridad.

– ?Eran muy distintas la una de la otra?

– Muchisimo. Sor Muirgel tenia malicia, la consumia la envidia, y era altanera y ambiciosa.

El hermano solto sus palabras con ponzona. Fidelma se lo quedo mirando, sorprendida. El hermano Adamrae fue al rescate de su companero.

– Yo creo que se puede perdonar que Dathal tenga pensamientos tan impropios de un cristiano -lo disculpo con una sonrisa amable-. Decir la verdad tambien puede considerarse algo duro y poco compasivo.

– ?Que era lo que Muirgel ambicionaba?

Adamrae y Dathal intercambiaron una mirada furtiva, y este respondio:

– Supongo que Muirgel deseaba poder. Poder sobre los demas; poder sobre los hombres.

Вы читаете Un acto de misericordia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×