otro trataba de controlar el viento que lo empujaba hacia las rocas.

– Pero, ?por que no orza? ?No ve el peligro? -grito Gurvan.

Nadie abrio la boca.

Algunos marineros se acercaban a la baranda de babor a contemplar la escena entre comentaros criticos sobre el arte de navegar del otro barco.

– ?Amarrad cabos! -rugio Murchad-. Atentos a las drizas.

Los marineros se dispersaron y corrieron a los cabos usados para arriar e izar la vela. Fidelma tomaba nota para si de aquella curiosa jerga marinera, pues le interesaba saber que sucedia en cada momento. Percibio un ligero cambio de viento. Era curioso que se hubiera acostumbrado a advertir esos cambios tras aprender lo fundamental que esto era a bordo de un barco.

– ?Lo sabia! -exclamo Murchad a punto de estampar el pie en el suelo-. ?Maldito capitan de pacotilla!

Al grito del capitan, Fidelma miro al otro barco, que aun se encontraba a cierta distancia de ellos. Si habia entendido bien a Murchad, el otro capitan debiera haber cambiado la vela para virar y avanzar contra el viento en zigzag. Pese a no conocer los fundamentos tecnicos, Fidelma era capaz de apreciar el resultado.

El viento ejercia tal presion sobre la vela del barco, que lo impulsaba hacia delante cual saeta, derecho a la barrera de escollos. Luego, una rafaga en direccion contraria escoro el barco hasta tal extremo, que parecio que fuera a volcar. La embarcacion oscilo con precariedad a un lado y al otro hasta recuperar la posicion vertical. La vela volvio a hincharse y, aun por encima del estruendo del viento y el mar, oyeron el atroz desgarron que partio la vela de punta a punta.

– ?Rezad por ellos, senora! -grito Gurvan-. Estan perdidos.

– ?Que estais diciendo? -exclamo Fidelma con un grito ahogado, pero enseguida cayo en lo absurdo de la pregunta.

Durante unos instantes la nave quedo al pairo, pero de pronto el viento lleno los jirones de la vela mayor y el foque, que estaba intacto, y volvio a cabecear.

Fidelma oyo un sonido desconocido, comparable a una criatura gigantesca que surgiera de las entranas de la tierra partiendo la madera, arrancando arboles y arbustos a su paso. Y a traves del agua, el sonido se amplificaba miles de veces.

El desdichado barco se precipito hacia delante y, para horror de Fidelma, empezo a desintegrarse ante sus ojos.

– ?Dios santo, se ha estrellado contra las rocas! -lamento Murchad-. Que Dios se apiade de esas pobres almas.

Fidelma contemplaba con fascinacion la escena desde la distancia. Entonces el mastil se quebro y se desplomo como un arbol talado, arrastrando con el las jarcias y los restos de la maltrecha vela. Lo siguiente en partirse fueron los tablones del casco. Desde alli veia figuras menudas y oscuras que saltaban al agua espumosa. Le parecio que oia gritos y alaridos pero, de haberlos habido, el fragor del agua embistiendo contra las rocas los habria ahogado.

En un momento el barco habia desaparecido y, entre los salientes picudos e irregulares de las rocas poco habia quedado aparte de los restos del naufragio que flotaban en el agua: partes de la embarcacion, sobre todo tablones de madera destrozada. Un tonel. Un cesto de mimbre. Y cuerpos boca abajo por todas partes.

Murchad seguia mirando, petrificado. Luego, como quien despierta de un sueno, sacudio la cabeza y tosio para expulsar la emocion de su voz.

– ?Arriad la vela mayor! -ordeno con la voz quebrada.

Sus hombres, preparados ya a las drizas, empezaron a tirar de ellas.

Al percatarse de que algo sucedia, Cian y otros peregrinos habian subido a cubierta y preguntaban que habia pasado.

Murchad miro fijamente a Cian; lleno de ira, bramo:

– ?Llevaos abajo al grupo! ?Ahora mismo!

Avergonzada, Fidelma se adelanto y empezo a empujar a los demas religiosos hacia la escalera de camara.

– Un barco acaba de estrellarse contra las rocas -explico para responder a las quejas-. Parece que no hay esperanza para la pobre gente que iba a bordo.

– ?No podemos hacer nada para ayudarlos? -pregunto sor Ainder-. Nuestra obligacion es atender a los necesitados.

Fidelma miro de reojo hacia donde Murchad daba ordenes a grito limpio, y apreto los labios.

– El capitan esta haciendo lo que puede -aseguro a la religiosa-. La mejor manera de colaborar es obedeciendo sus ordenes.

– ?Pon el barco contra el viento, Gurvan! ?Echad las rejeras! ?Listos para lanzar el esquife al agua!

A juzgar por el raudal de ordenes, Fidelma entendio que Murchad se proponia rescatar a los supervivientes, de haberlos.

Al ver que sus companeros bajaban a reganadientes, se volvio a Murchad para preguntarle:

– ?Hay algo que pueda hacer para ayudar?

Murchad hizo una mueca de disgusto y movio la cabeza.

– Por el momento dejadlo en nuestras manos, senora -respondio con brusquedad.

Fidelma no queria bajar a entrecubiertas ni regresar a su camarote, de modo que busco un rincon donde le parecio que no molestaria y desde donde podria observar el desarrollo de la situacion.

Gurvan habia cedido a otro el gobierno de la espadilla y se habia llevado con el a un par de hombres para bajar el bote -el esquife, como habia dicho Murchad- al agua picada. Fidelma se maravillaba de ver como cada marinero ocupaba la posicion y desempenaba la funcion que le correspondia. El Barnacla Cariblanca estaba ahora quieto con las velas amainadas y arrastrando rejeras para mantener el barco inmovil. Sin embargo, Fidelma vio que ningun barco podia mantenerse inmovil en aquellas aguas; era cuestion de tiempo que Murchad tuviera que izar las velas para salir del peligro. Las rocas parecian estar a una distancia peligrosa.

El bote habia caido al agua con un golpe seco; con Gurvan en la proa para dirigir a los dos remeros, la pequena embarcacion empezo a deslizarse sobre aquel mar picado en direccion a las rocas y los restos del naufragio.

Fidelma se inclino hacia delante para observarlos mejor.

– Dudo que haya supervivientes -dijo una vocecilla cercana.

Fidelma miro abajo y vio a Wenbrit. El muchacho estaba muy blanco y tenia la mano sobre el cuello, tapandose la cicatriz que le habia parecido verle al subir a bordo. Hasta entonces no habia visto semejante expresion de pavor en aquel rostro. Fidelma suponia que lo ocurrido debia de haberlo impresionado.

– ?Suceden a menudo estas cosas en el mar?

El chico pestaneo y respondio con un amago de tension en su voz:

– ?Os referis a si suele ocurrir que un barco se estrelle contra las rocas de esa manera?

Fidelma asintio sin decir nada.

– A menudo. Demasiado a menudo -respondio el chico, tenso todavia-. Son pocos los que acaban rompiendose en pedazos contra las rocas porque no saben navegar, porque es gente que no conoce ni respeta el mar y que jamas deberia poner un pie a bordo de un barco, y mucho menos estar al mando de un navio como responsable de vidas ajenas. Son mas los que acaban yendo contra las rocas a causa del mal tiempo, algo que no se puede controlar; a causa de vientos, mareas y tempestades. Otros barcos se van a

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