guardamos las provisiones principales.

Fidelma senalo unas huellas en el suelo.

– No me cabe duda de que Gurvan registro bien el barco cuando le mande buscar a sor Muirgel el segundo dia de travesia.

Murchad le dio la razon y Fidelma anadio:

– Y volveria a revisar el lugar por si la tormenta habia causado danos en el casco.

– Por supuesto.

Fidelma acerco el farol a los escalones por los que habian bajado y se inclino para examinarlos.

Vio unas manchas pardas sobre la madera y, debajo del ultimo peldano, sobre el piso, habia la huella indiscutible de un pie.

– ?Que significa? -pregunto Murchad.

– Imagino que vos y Gurvan teneis el mismo peso y la misma estatura, ?verdad? -pregunto Fidelma.

– Supongo. ?Por que?

– Poned un pie junto a la huella, Murchad. Procurad que sea al lado, no encima.

Asi lo hizo. Su bota era mayor.

– Eso demuestra que la huella no es de Gurvan, de la noche que descubrio el cuerpo de Toca Nia.

– ?Y?

– Por aqui paso el asesino de Toca Nia durante la noche. Se movio por el barco a hurtadillas y subio por esta escalera. Le oi y me desperto, aunque crei, tonta de mi, que eran ratas o ratones, y saque al gato para que los cazara. Pero era el asesino de Toca Nia, que entro en su camarote y lo apunalo en un arrebato de ira. Y con tal ardor, que la sangre se esparcio por el suelo de todo el camarote y le mancho los pies. Adverti que las huellas, que trate de discernir de las de Gurvan, conducian al pasillo. Se terminaban de golpe, lo cual me hizo pensar que el asesino se habia limpiado la sangre; pero claro, no sabia que hubiera una escotilla. Ahora veo que el asesino regreso a su camarote a traves de esta ruta.

Murchad movio la cabeza, perplejo.

– Pero esas manchas no pueden decir gran cosa.

– Al contrario. La huella del suelo dice mucho.

Dijo esto senalando la huella; sintio que el entusiasmo la embargaba por primera vez en dias al dar por fin con una pista tangible.

– ?Y que os dice?

– El tamano de esa huella sugiere mucho acerca de la persona que mato a Toca Nia. Y ahora empiezo a vislumbrar una relacion de hechos. Quiza las coincidencias no sucedan con tanta frecuencia, como creemos. La persona que mato a Toca Nia es la misma que mato a sor Canair en Ardmore y que apunalo a sor Muirgel. Quizas…

Fidelma considero el problema en silencio.

– Yo que vos tendria cuidado, senora -intervino Murchad con inquietud-. Si esa persona os ha intentado matar una vez puede que vuelva a intentarlo. Es claro que os ve como una amenaza. Tal vez esteis muy cerca de descubrirla.

– Todos debemos permanecer ojo avizor -asintio Fidelma-. Pero a esta persona le gusta matar en secreto, de eso estoy segura. Y de otra cosa podemos estar seguros tambien.

– No os comprendo.

– Nuestro asesino es una de solo tres posibles personas a bordo y creo que es una persona demente. Sin lugar a dudas, debemos estar muy atentos.

* * *

Aquella noche el viento volvio a cambiar. Tras la atmosfera tensa de la cena, que Wenbrit les sirvio como de costumbre, Fidelma subio a cubierta a encontrarse con Murchad y Gurvan en la espadilla.

– Me temo que nos aguarda otro temporal, senora -anuncio con pesadumbre el capitan al verla llegar-. Esta siendo un viaje de lo mas infausto. Si la calma se hubiera mantenido, estariamos a dos dias del puerto iberico. Habra que ver hacia donde nos llevan los vientos.

Fidelma miro al cielo. No parecia tan amenazador como los funestos nubarrones de la primera noche en el mar. Cierto que las nubes tenian un cariz negruzco, pero no cruzaban el cielo tan deprisa como en la ocasion anterior.

– ?Cuanto tiempo nos queda antes de que descargue? -pregunto.

– Nos alcanzara a medianoche -respondio Murchad.

En aquel momento Fidelma reparo en que el barco hendia verdaderamente el agua, arrojando espuma blanca a ambos costados del casco. Todo parecia tan tranquilo…

Hacia la medianoche, el cambio subito de tiempo parecia increible de creer. Habia mar gruesa y el viento cambiaba de direccion tan a menudo que la mareaba. Fidelma habia estado sentada en la cubierta, cavilando acerca de todo lo que habia acontecido, analizandolo y aclarandolo mentalmente. Se levanto al notar que la cubierta empezaba a balancearse. Gurvan estaba ocupado supervisando a los marineros que aseguraban las jarcias.

Se acerco a ella.

– En el camarote es donde mas segura estareis, senora, y no olvideis…

– Amarrar bien cualquier objeto -completo Fidelma con solemnidad, pues lo habia aprendido en la tormenta anterior.

– Acabareis siendo marinera, senora -bromeo Gurvan con una sonrisa aprobadora.

– ?Va a ser tan fuerte como la anterior? -pregunto Fidelma.

Gurvan respondio con un gesto evasivo.

– No tiene buena pinta. Nos vemos obligados a navegar contra el viento.

– ?No seria mas facil regresar y navegar con el viento a favor aunque desandemos el rumbo?

Gurvan nego con la cabeza.

– Si fueramos en la misma direccion que el viento con esta mar, las olas invadirian el barco cada dos por tres y hasta podrian hundirlo.

Como subrayando sus palabras, el agua empezaba a salpicar la cubierta y el mar a bullir. De hecho, el viento habia ganado tal intensidad, que el mastil, grueso y fuerte como era, comenzaba a gemir y a combarse un poquito. Fidelma tuvo la impresion de que el viento amenazaba con partir el palo en dos. La vela de piel zapateaba con una violencia tal que parecia que fuera a rasgarse.

– ?Es mejor que entre ya! -la apremio Gurvan.

Fidelma hizo caso del consejo y, sin apartar la vista del suelo, cruzo con sumo cuidado la cubierta en direccion al camarote.

Solo tenia que asegurarse de guardar y atar bien cualquier objeto suelto y sentarse a esperar que pasara la tormenta. Pero tardo en amainar. Las horas fueron pasando, y Fidelma estaba convencida de que en realidad el tiempo iba de mal en peor.

En un momento dado se levanto para asomarse a la ventana. Miro a la cubierta, pero no vio nada. Estaba oscuro como boca de lobo, y la lluvia -?o era agua del mar?- caia en cortina sobre el barco. Era como si el Barnacla Cariblanca estuviera bajo el agua. Cuando estaba mirando, el viento succiono el agua de las crestas y las unio en una masa que descargo sobre el barco; le azoto la cara y los ojos y la empapo.

Volvio al interior del camarote.

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