Cerre los ojos mientras lo deciamos:

– Cuando mi alma desfallecia me acorde del Senor; y mi oracion llego hasta ti, hasta tu santo Templo…

Pense en el Templo. No en la muchedumbre ni en aquel hombre agonizante, sino en la reluciente gran mole de piedra, con todo su oro, en las canciones de los fieles elevandose como si fueran olas, como las olas que yo habia visto solaparse en el mar, una y otra y otra mientras nuestro barco estaba anclado, olas sin fin…

Tan absorto estaba en mis pensamientos, tan metido en recordar las olas lamiendo el barco, los canticos que subian y bajaban, que cuando alce la vista me di cuenta de que todos habian seguido adelante con el relato.

Jonas hizo lo que el Senor le ordenaba. Fue a la «gran ciudad de Ninive» y exclamo: «?Dentro de cuarenta dias Ninive sera destruida!»

– ?Todo el mundo creia en el Senor! -exclamo Jose, enarcando las cejas-.

Ayunaron todos, se vistieron de arpillera desde el mas rico hasta el mas pobre. ?El propio rey se levanto de su trono y se cubrio de arpillera y se sento encima de cenizas! Tendio las manos como si dijera: «Mirad.» ?El rey! - repitio, y nosotros asentimos-. Se hizo saber a la poblacion que nadie, fuese hombre o animal, debia probar ni un solo bocado o beber una sola gota de agua. Y todos, hombres y bestias, tenian que ir cubiertos de arpillera y clamar al Senor.

Hizo una pausa. Luego se enderezo antes de preguntar:

– ?Quien puede saber si el Senor se arrepentira de su ira? -Hizo un gesto con las manos como invitandonos a responder.

– Y el Senor se arrepintio de su ira -dijimos todos-, ?y Ninive se congracio con el Senor!

Jose hizo una pausa y luego pregunto:

– Pero ?quien se sentia mal? ?Quien estaba enojado? ?Quien salio hecho una furia de la ciudad?

– ?Jonas! -exclamamos.

– «?No era precisamente esto lo que yo sabia que iba a pasar?», grito Jonas. «?Cuando yo estaba en mi pais! ?No fue por eso que hui en un barco a Tarsis?»

Mientras nos reiamos, Jose levanto la mano como hacia siempre para pedir paciencia, y entonces imposto la voz del profeta:

– «Yo sabia que eras un Dios clemente, misericordioso y poco propenso a la ira, un Dios de gran bondad, ?no es cierto?»

Todos asentimos con la cabeza. Jose continuo.

– «?Pues bien! -dijo, mientras Jonas se erguia lleno de orgullo-. ?Quitame la vida!, ?quitamela! -Levanto las manos-. ?Antes prefiero morir que seguir viviendo!»

Risas generalizadas.

– Jonas se sento alli mismo, junto a las puertas de la ciudad, tan cansado y furioso estaba. Construyo un refugio con lo que pudo y se sento alli a la sombra, pensando: que puede pasar, que puede pasar todavia…»Y el Senor tuvo un plan. El Senor hizo que una gran enredadera creciese del suelo y protegiera a Jonas mientras estuviese alli sentado, cariacontecido, y la sombra de aquella enredadera lo puso muy contento.»Y asi transcurrio la noche y el profeta durmio bajo aquella enredadera… Y ?quien sabe?, puede que los vientos del desierto no fueran tan frios alli debajo. ?Que os parece?»Pero antes de que llegara la manana el Senor hizo un gusano, si, un gusano malo que se comio la enredadera, y la planta se marchito.

Jose hizo una pausa y levanto un dedo.

– Y el sol salio y el Senor envio un viento recio, si, lo sabemos, envio un viento recio contra Jonas, y el sol le daba en la cabeza. ?Jonas se desmayo! En efecto, el profeta se desmayo con el calor y el viento. ?Y que fue lo que dijo?

Todos reimos, pero esperamos a que Jose levantara las manos al cielo y exclamara con la voz de Jonas:

– «Quiero morir, Senor. ?Prefiero morir que seguir viviendo!»

Volvimos a reir y Jose espero unos instantes. Luego compuso un gesto solemne pero sin dejar de sonreir, y hablo con la voz pausada del Senor:

– «?Te parece bien estar tan enojado por la muerte de una enredadera?»

– «Si, Senor, me parece bien estar enojado, ?incluso hasta la muerte!»

Entonces el Senor dijo: «Asi que te daba pena una enredadera, una enredadera que tu no has plantado, una enredadera que crecio de la noche a la manana y desaparecio con la misma rapidez. ?Y no deberia yo salvar a Ninive, esa gran ciudad, sesenta mil habitantes, y a todo ese ganado, y a todas esas personas que ni siquiera distinguen su mano derecha de su mano izquierda?»

Todos sonreimos y asentimos con la cabeza, y, como siempre, la risa avivo nuestro animo.

Despues, Cleofas nos leyo un poco del Libro de Samuel, la historia de David, de la que nunca nos cansabamos.

Un poco mas tarde, mientras los hombres discutian sobre la Ley de Moises y los profetas, dando vueltas y mas vueltas a cosas que se me escapaban, me quede dormido. Dormimos todos alli mismo, vestidos, mientras la lampara seguia ardiendo.

El sabbat se prolongaria hasta el atardecer del dia siguiente. Despues de que todos hubimos comido del pan preparado especialmente, la vieja Sara tomo la palabra. Estaba recostada contra la pared sobre un nido de almohadones y no la habiamos oido hablar en toda la noche.

– ?No hay ya sinagoga en esta ciudad? -dijo-. ?Ha quedado reducida a cenizas sin yo enterarme?

Nadie dijo nada.

– Ah, entonces, ?se ha derrumbado?

Nadie dijo nada. Yo no habia visto ninguna sinagoga. Si, habia una pero ignoraba donde estaba.

– ?Responde, sobrino! -dijo Sara-. ?O es que he perdido el juicio ademas de la paciencia?

– Sigue ahi -dijo Jose.

– Entonces lleva a los ninos a la sinagoga. Y yo ire tambien.

Jose guardo silencio.

Yo nunca habia oido a ninguna mujer hablarle asi a un hombre, pero esta era una mujer con muchos, muchisimos cabellos grises. Era la vieja Sara.

Jose la miro. Ella le sostuvo la mirada y levanto la barbilla.

Jose se puso de pie y nos indico que hicieramos lo mismo.

La familia entera, salvo mi madre, Riba y los mas pequenos, que serian un estorbo en la Casa de Oracion, nos dirigimos colina arriba.

Aunque yo me habia aventurado por los alrededores del pueblo y habia ido a ver el manantial, que me parecio muy bonito, no habia bajado por la otra vertiente de la colina.

Las casas que habia en lo alto eran iguales por fuera, de adobe encalado la mayoria de ellas, pero los patios eran incluso mas grandes que el nuestro y las higueras y los olivos, muy viejos. En un portal, dos hermosas mujeres nos sonrieron, iban vestidas con el mejor lino que yo habia visto en Nazaret, muy blanco y con ribetes dorados en el borde de los velos. Me gusto mirarlas. Vi un caballo atado en un establo, el primero que veia en Nazaret, y nos cruzamos luego con un hombre sentado a una mesa de escribir, leyendo sus pergaminos al aire libre. Saludo con el brazo a Jose.

La gente estaba en la calle, nos saludaba al pasar, algunos nos adelantaban porque ibamos despacio, otros venian detras. No habia atisbos de que nadie estuviera trabajando. Todo el mundo observaba el sabbat y se movia con lentitud.

Cuando llegamos a lo alto de la cuesta vi a mi primo Levi y a su padre Jehiel, y por primera vez contemple su enorme casa con sus bien encajadas puertas y ventanas, sus celosias recien pintadas, y recorde que eran propietarios de gran parte de los terrenos contiguos.

Se pusieron en fila con nosotros. La calle era mas serpenteante aqui que en la otra ladera, y cada vez habia mas personas que llevaban la misma direccion.

Una arboleda se extendia ante nosotros. Seguimos un sendero entre los arboles y alli estaba el manantial, llenando sus dos cuencas abiertas en la roca mientras el agua fluia y saltaba risco abajo.

La mayor de las cuencas estaba a rebosar, y era ahi donde muchos iban a lavarse las manos.

Eso hicimos nosotros, lavarnos las manos y la parte del brazo que podiamos sin mojarnos la ropa. El agua estaba fria. Muy fria. Mire hacia ambos lados. El arroyo serpenteaba como el camino que habiamos dejado atras, pero alcance a ver un buen trecho en las dos direcciones.

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