La vieja Sara estaba sentada al aire libre, toda encogida, bajo la vieja higuera. Las hojas eran grandes y verdes. Ella cosia, pero mas que nada tiraba de los hilos.
Un viejo se acerco al porton, saludo con la cabeza y siguio su camino.
Tambien pasaron mujeres con cestos, y oi voces de ninos.
Me quede escuchando y volvi a oir las palomas, y me parecio percibir el sonido de la vegetacion sacudida por la brisa. Una mujer cantaba.
– ?Que estas sonando? -pregunto la vieja Sara.
En Alejandria siempre habia gente, gente por todas partes, y lo normal era estar con otras personas ya fuera charlando o comiendo o trabajando o jugando o durmiendo apretujados, nunca habia habido tanta… tanta quietud.
Tuve ganas de cantar. Pense en tio Cleofas y en como se ponia a cantar de repente. Quise cantar.
Un nino se asomo a la entrada del patio, y luego otro detras de el.
– Entrad -les dije.
– Si, Toda, entra, y tu tambien, Mattai -los animo la vieja Sara-. Este es mi sobrino, Jesus hijo de Jose.
Al momento, el pequeno Simeon salio de detras de la cortina que tapaba el umbral, seguido por el pequeno Judas.
– Yo puedo llegar mas rapido que nadie a la cima de la colina -dijo Mattai.
Toda le dijo que tenian que volver al trabajo.
– El mercado ha vuelto a abrir. ?Has visto el mercado? -me pregunto.
– No, ?donde esta?
– Vamos, id -dijo la vieja Sara.
El pueblo volvia a la vida.
13
El mercado no era mas que una pequena reunion de gente al pie de la colina. La gente montaba toldos y colocaba sus mercancias sobre mantas, y las mujeres vendian la verdura sobrante de sus huertos. Tambien habia un buhonero que ofrecia algunos articulos, incluida una vajilla de plata. Otro vendia ropa de cama y rollos de hilo tenido, asi como toda suerte de chucherias y unos tazones de caliza, e incluso un par de pequenos libros encuadernados.
Encontre mas ninos, pero las madres no los dejaban alejarse. Y Santiago vino a buscarme enseguida.
El pueblo estaba cada vez mas animado. Pasaban mujeres camino del mercado, habia ancianos en los patios, y algunos hombres iban y venian de los campos.
Pero la gente estaba preocupada, los oias hablar en voz queda de los sucesos de Seforis, y nadie parecia tranquilo salvo aquellos que eramos pequenos y podiamos olvidarnos un rato de los problemas.
Cuando volvi a casa me encontre con que otros ninos habian ido a jugar con la pequena Salome y los demas, pero la mayoria de la familia estaba trabajando.
Habia que evaluar las reparaciones mas necesarias. Primero subimos al tejado de adobe y vimos los agujeros que era preciso arreglar, y luego fuimos de habitacion en habitacion para comprobar el enlucido y si los suelos de los pisos superiores estaban en buen estado. Habia mucho que pintar de blanco alli donde el yeso se habia vuelto gris o negro. En las habitaciones inferiores habia vestigios de zocalos bien pintados y con dibujos que sin duda habian sido muy bonitos.
Jose y Cleofas hablaron de repintarlo todo; en Alejandria solian hacerlo con eficiencia y rapidez. Yo era demasiado pequeno para esa tarea, y nunca una larga tira de zocalo me saldria perfectamente recta.
Pero habia muchas cosas que si podia hacer.
Habia que reparar los pesebres del establo, y las celosias de las enredaderas de la parte delantera del patio tenian que ser cambiadas.
Lo que mas me sorprendio fue descubrir las grandes cisternas de que disponia la casa, ambas bastante llenas gracias a las intensas lluvias, aunque habria que remendarlas.
Y el ultimo descubrimiento fue el gran mikvah, labrado en la piedra debajo de la casa hacia muchos, muchos anos.
El mikvah era una honda alberca para la purificacion de las mujeres, algo que nunca habia visto en Egipto. Tenia escalones que bajaban hasta el fondo, de manera que uno podia andar bajo la superficie del agua y volver a salir por el otro extremo sin necesidad de agachar la cabeza. En ese momento tenia solo la mitad de agua de la necesaria, y en muchos puntos sus paredes estaban desportilladas o renegridas. Jose dijo que achicariamos el agua y enyesariamos de nuevo aquella gran banera. El agua le venia de una de las cisternas.
Nos contaron que el abuelo de la vieja Sara habia construido la alberca a poco de instalarse en Nazaret. Aquella habia sido su casa y la de sus siete hijos. Jose conocia los nombres de todos ellos, pero yo no me acordaba, como tampoco de los de todos sus descendientes; solo recordaba que el padre de mi madre descendia de ellos, lo mismo que el padre de la madre de Jose.
Tenia ganas de que nos pusieramos a trabajar. A media tarde, un ejercito de escobas procedio a barrer la casa. Las mujeres sacudian las alfombras y Cleofas acompano a algunas de ellas al mercado para comprar comida. El horno que habia en el patio no dejo de funcionar en ningun momento.
Bruria lloraba por el hijo que se habia ido con los sublevados a Seforis.
Estaba casi convencida de que habria muerto. Todos sabiamos que eso podia suponer que lo hubieran clavado a una de aquellas cruces del camino, pero no dijimos nada. Nadie iba a ir hasta Seforis, por el momento. Seguimos trabajando en silencio.
Para la noche, la casa quedo dividida entre las familias: Alfeo, su mujer y sus dos hijos a unas habitaciones; Cleofas y tia Maria a otras con sus hijos pequenos; y Jose, mi madre, Santiago y yo a otras, aunque las nuestras daban a la de tia Maria, y Sara y Justus dormian tambien con nosotros. Tio Simon y tia Esther y la recien nacida Esther estaban cerca del establo, en la parte central de la casa.
Bruria y su esclava Riba tenian una habitacion propia.
Habia una vieja sirvienta, una mujer flaca y silenciosa, de nombre Ide, a quien yo no habia visto el dia anterior. Cuidaba de la vieja Sara y el viejo Justus y dormia en el suelo del cuarto de ellos. No me quedo claro si la mujer podia hablar.
La cena volvio a ser exquisita gracias al cocido de la noche anterior, el pan calentado en el horno y mas datiles e higos. Todo el mundo hablaba a la vez sobre las cosas que habia que hacer en la casa y el patio, y de las ganas que tenian de ir al huerto mas alla del pueblo, y de ver a toda la gente que no habian visto todavia.
Estabamos tumbados, descansando, sin hablar mucho ya, cuando un hombre entro por el patio. Jose se puso de pie al instante. Cuando volvio de la puerta y la cerro para que no entrara frio, dijo:
– Las legiones romanas han salido de Galilea. Solo ha quedado un pequeno grupo de soldados, y los hombres de Herodes, para mantener el orden hasta el regreso de Arquelao.
– Demos gracias al Senor de las Alturas -dijo Cleofas, y todo el mundo expreso lo mismo de un modo u otro-. ?Y esos hombres de las cruces? ?Los han bajado a todos?
Sabiamos que un crucificado podia tardar dos o mas dias en morir.
– No lo se -dijo Jose.
La vieja Sara, sentada en su taburete, inclino la cabeza y canto en hebreo.
Jose dijo:
– Los ultimos soldados han pasado por el camino hace mas de una hora.
– Recemos para que no tengan que volver nunca -dijo mi madre.
– ?A un crucificado hay que bajarlo antes de que se ponga el sol! -dijo Cleofas-. Es algo vergonzoso, y ya hace dias que estos hombres…
– Cleofas, dejalo -dijo Alfeo-. ?Estamos aqui y con vida!
Cleofas se disponia a replicar, pero mi madre estiro el brazo y le toco la rodilla.
– Por favor, hermano -dijo-. En Seforis hay judios que saben cual es su deber. No le des mas vueltas.
Nadie hablo despues de eso. Yo no queria dormirme, pero los ojos se me cerraban. Cuando fuimos a acostarnos me resulto muy extrano encontrarme en una habitacion solo con Simeon y Josias. Yo siempre habia
