ofrecer mi vida por la familia: es el momento perfecto.

– Sere yo quien vaya -intervino Simon, dando un paso al frente-. El Senor no alarga la vida de un hombre para hacerle morir en la cruz. Llevadme a mi.

Siempre he sido lento y perezoso. Todos lo sabeis. Nunca hago nada bien; al menos ahora servire para algo. Dejad que aproveche esta ocasion para ofrecerme por mis hermanos y por todos mis familiares.

– ?He dicho que no! ?Ire yo! -se obstino Cleofas-. Es a mi a quien se llevaran.

De repente, los hermanos empezaron a gritarse unos a otros, incluso a darse empujones suaves, cada cual asegurando que moriria por los demas.

Cleofas porque de todos modos estaba enfermo, Jose porque era el cabeza de familia, y Alfeo porque dejaba a dos hijos fuertes y sanos, y asi sucesivamente.

Los soldados, que habian enmudecido de asombro, prorrumpieron en grandes carcajadas.

Y Santiago bajo del tejado, mi hermano Santiago de solo doce anos, vino corriendo y dijo que queria ser el quien fuera.

– Ire con vosotros -le dijo al jefe-. He venido a la casa de mi padre, y del padre de mi padre, y del padre del padre de mi padre, para morir por esta casa.

Los soldados se rieron todavia mas.

Jose hizo retroceder a Santiago y todos empezaron a discutir otra vez, hasta que los soldados miraron hacia la casa. Uno de ellos senalo con el dedo.

Todos volvimos la cabeza.

De la casa, de nuestra casa, salia una anciana, una mujer tan vieja que su piel parecia cuero reseco. Traia en sus manos una bandeja de pastas y un odre de vino colgado del hombro. Tenia que ser la vieja Sara, no podia ser otra.

Los ninos la miramos porque los soldados asi lo hacian, pero los hombres continuaban discutiendo sobre quien iba a ser el crucificado, y cuando ella hablo no pudimos oir sus palabras. -?Basta, callaos de una vez! -grito el jefe-. ?No veis que la anciana quiere hablar?

Silencio.

La vieja Sara se adelanto a pasitos rapidos.

– Haria una inclinacion ante vosotros -dijo en griego-, pero soy demasiado vieja para eso. Y vosotros sois jovenes. Tengo unos dulces y el mejor vino de los vinedos de nuestros parientes que viven mas al norte. Se que estais cansados y en tierra extranjera. -Su griego era tan bueno como el de Jose, y su manera de hablar denotaba alguien acostumbrado a contar historias.

– ?Darias de comer y beber a unos soldados que crucifican a tus compatriotas? -pregunto el jefe.

– Senor, podria prepararos la ambrosia de los dioses en el Monte Olimpo -dijo Sara-, y convocar a bailarinas y musicos y llenar vasos dorados con nectar, si con eso perdonarais la vida a estos hijos de la casa de mi padre.

Los soldados prorrumpieron en tales risotadas que fue como si no hubieran reido nunca. No era una risa malvada, no, sus rostros parecian ahora menos crispados, y se les notaba la fatiga.

Sara se acerco a ellos y les ofrecio los dulces. Y los soldados aceptaron, los cuatro, y el soldado malvado, el que queria llevarse a uno de nosotros, cogio el odre de vino y echo un trago.

– Mejor que nectar y ambrosia -dijo el jefe-. Eres una mujer bondadosa.

Me recuerdas a mi abuela. Si tu me dices que ninguno de estos hombres es un bandido, si me dices que nada tienen que ver con las revueltas de Seforis, yo te creere, y dime tambien por que el pueblo esta vacio.

– Estos hombres son lo que dicen ser -confirmo la anciana. Santiago le cogio la bandeja mientras los hombres comian los dulces-. Han vivido siete anos en Alejandria. Son artesanos que trabajan la plata, la madera y la piedra.

Tengo una carta de ellos anunciando su regreso a casa. Y esta nina, mi sobrina Maria, es hija de un soldado romano judio estacionado en Alejandria, y su padre participo en las campanas del norte.

Tia Maria, que ya no se sostenia en pie y necesitaba la ayuda de dos mujeres, asintio con la cabeza.

– Tomad, aqui tengo la carta. Me llego de Egipto hace solamente un mes, por el correo romano. Os la ensenare. Podeis leerla. Esta en griego, la redacto el escriba de la calle de los Carpinteros.

Saco un pergamino enrollado, el mismo que mi madre le habia enviado desde Alejandria.

– No, no hace falta -dijo el soldado-. Vereis, teniamos que sofocar esta rebelion, eso ya lo sabeis. Y buena parte de la ciudad ha sido pasto de las llamas. Eso no es bueno para nadie. Nadie quiere que eso pase. Mirad este pueblo. Mirad los cultivos. Estas tierras son buenas. ?Para que esta estupida insurreccion? Y ahora media ciudad incendiada, y los mercaderes de esclavos llevandose a rastras a mujeres y ninos.

Un soldado empezo a refunfunar, pero el malvado guardaba silencio. El que hablaba continuo.

– Estos insurrectos no pueden unificar el pais. Sin embargo, se hacen coronar y se proclaman reyes. Y los rumores que llegan de Jerusalen indican que alli las cosas estan peor. Sabeis que buena parte del ejercito se dirige al sur, hacia Jerusalen, ?no?

– Rezo para que cuando la muerte venga a cualquiera de nosotros -dijo la anciana-, nuestras almas esten juntas en el haz de los que viven ante el Senor.

Los soldados la miraron extranados.

– Y no en el hueco de la honda, como las almas de quienes obran mal -concluyo la anciana.

– Bonita oracion -dijo el jefe romano.

– Y espera a probar el vino -tercio el soldado que le tendio el odre.

El jefe bebio.

– Muy bueno -repitio-. Un vino excelente.

– Para salvar a mi familia -dijo la anciana-, ?creeis que os serviria un vino malo?

Los soldados rieron otra vez. La anciana les caia bien.

El jefe quiso devolverle el odre, pero ella lo rechazo.

– Quedaoslo -dijo-. Vuestro trabajo es muy duro.

– Duro, si -asintio el romano-. Una cosa es pelear en el campo de batalla, y otra las ejecuciones. -Nos miro despacio a todos, como si fuera a hablar.

Pero en cambio dijo:

– Gracias, anciana, por tu hospitalidad. En cuanto a este pueblo, lo dejaremos como esta. -Tiro de las riendas e hizo girar al caballo para alejarse calle abajo.

Todos inclinamos la cabeza.

La anciana hablo y el jefe se detuvo para oir sus palabras:

– «Que el Senor te bendiga y te guarde; que el Senor haga resplandecer su rostro sobre ti y te otorgue su gracia; que el Senor vuelva hacia ti su rostro y te de la paz.» El jefe se la quedo mirando un momento mientras los caballos piafaban en el polvo.

Luego asintio con la cabeza y sonrio.

Y, tal como habian venido, se fueron, con mucho ruido y estrepito. Y Nazaret quedo tan vacio como lo estaba antes de su llegada.

Nada se movia salvo las florecitas y las hojas de las enredaderas. Y los retonos de la higuera, de un verde tan brillante. Solo se oia el arrullo de las palomas y el suave canto de otros pajaros.

Jose se dirigio a Santiago en voz queda.

– ?Que has visto desde los tejados?

– Cruces y mas cruces -dijo el pequeno- a ambos lados del camino a Seforis. No he distinguido a los hombres, pero si las cruces. No se cuantas habra. Quizas hay unos cincuenta crucificados.

– Bien, el peligro ha pasado -dijo Jose, y todo el mundo empezo a moverse y a hablar a la vez.

Las mujeres rodearon a la anciana y tomaron sus manos para cubrirla de besos, indicandonos por gestos que hicieramos lo mismo.

– Esta es la vieja Sara -dijo mi madre-, la hermana de la madre de mi madre. Venid todos a saludar a la vieja Sara -nos dijo a los ninos-. Dejadme que os la presente.

Sus ropas eran suaves, a pesar del polvo, y sus manos menudas y arrugadas como su rostro. Tenia los ojos hundidos en profundas arrugas, pero le brillaban.

– Jesus hijo de Jose -dijo la anciana-. Y mi Santiago, venid, dejad que me ponga debajo del arbol, venid, ninos, venid todos, quiero veros uno por uno.

Вы читаете El Mesias
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату