Ah, y deja que tome a ese bebe en brazos.
Yo habia oido hablar mucho de Sara. Desde siempre habiamos leido cartas de ella. Aquella anciana era el punto de confluencia entre la familia de mi padre y la de mi madre. Yo no recordaba todos los vinculos, pese a que me los habian repetido muchas veces. No obstante, sabia que era verdad.
De modo que nos congregamos bajo la higuera y yo me sente a los pies de la vieja. Habia luz y manchas de sombra, y corria un aire limpido y casi tibio.
Tan gastadas estaban aquellas piedras que apenas mostraban ya senales de las herramientas del albanil, y eran piedras grandes. Me encantaron las enredaderas con sus flores blancas, que la brisa mecia. Alli habia espacio y las cosas eran mas suaves, o eso me parecio, que alla en Alejandria.
Los hombres fueron a ocuparse de las bestias y los chicos mayores estaban entrando los fardos en la casa. Yo queria ir a ayudar, pero tambien queria escuchar a la vieja Sara.
Mi madre le puso al pequeno Judas en el regazo mientras le contaba la historia de Bruria y su esclava Riba, y estas dijeron que serian nuestras siervas para siempre y que hoy mismo se encargarian de preparar la comida, y que cuidarian de todos nosotros si les deciamos que cosas utilizar y donde encontrarlas. Todo el mundo hablaba a mi alrededor.
En cuanto al resto del pueblo, la gente estaba escondida efectivamente en los tuneles subterraneos, dijo la vieja Sara, y algunos habian huido a las cuevas.
– Yo soy demasiado vieja para arrastrarme por un tunel -dijo-, y a los ancianos nunca los matan. Recemos para que no regresen.
– Los hay a millares -dijo Santiago, que habia podido verlos desde los tejados.
– ?Puedo subir al tejado a mirar? -pregunte a mi madre.
– Ve a ver al viejo Justus -dijo Sara-. Esta en la cama y no puede moverse.
Entramos en la casa, la pequena Salome, Santiago y yo, y los dos primos hijos de Alfeo. Cruzamos cuatro habitaciones seguidas antes de encontrarlo.
Su cama estaba separada del suelo y una lampara encendida despedia perfume. Jose estaba alli con el, sentado en un taburete junto a la cama.
Justus levanto una mano e intento incorporarse, pero no pudo. Jose le fue diciendo nuestros nombres, pero el viejo solo me miro a mi. Se tumbo de espaldas y vi que no podia hablar. Cerro los ojos.
Del viejo Justus tambien habiamos hablado, si, pero el nunca escribia. Era mas viejo todavia que Sara, y tio suyo. Pariente, ademas, de Jose y de mi madre, igual que Sara. Pero, una vez mas, yo no habria podido distinguir los vinculos de su parentesco como mi madre que si podia.
En la casa olia a comida, a pan recien horneado y a potaje de carne. Esto lo habia preparado la vieja Sara en el brasero.
Aunque lucia un sol radiante, los hombres nos hicieron entrar a todos.
Atrancaron bien las puertas, incluso las del establo donde estaban los animales (no habia otros que los nuestros), y encendieron las lamparas. Nos sentamos en la penumbra. Hacia calor, pero no me importo. Las alfombras eran gruesas y suaves, y yo solo pensaba en la cena.
Oh, si, me moria de ganas de ver los campos y los arboles, y correr arriba y abajo de la calle y conocer a la gente del pueblo, pero todo eso habria de esperar hasta que los graves problemas hubieran terminado.
Aqui, juntos, estabamos a salvo. Las mujeres ajetreadas, los hombres jugando con los pequenos, y la lumbre del brasero despidiendo un bonito fulgor.
Las mujeres sacaron higos secos, uvas con miel, datiles y aceitunas maceradas y otras cosas buenas que habiamos traido desde Egipto, y eso, sumado al espeso potaje de cordero y lentejas -cordero de verdad- y el pan fresco, fue todo un festin.
Jose bendijo el vino mientras bebiamos:
– Oh, Senor del universo, creador del vino que ahora bebemos, del trigo para hacer el pan que comemos, te damos gracias por estar finalmente en casa sanos y salvos, y libranos del mal, amen.
Si habia alguien mas en el pueblo, no lo sabiamos. La vieja Sara nos dijo que tuviesemos paciencia, ademas de fe en el Senor.
Despues de la cena, Cleofas se acerco a tia Sara, se inclino y le beso las manos, y ella le beso la frente.
– ?Que sabes tu de dioses y diosas que beben nectar y comen ambrosia? -bromeo el.
Los otros hombres rieron un poco.
– Ya que te pica la curiosidad, mira en las cajas de pergaminos cuando tengas tiempo -respondio ella-. ?Crees que mi padre no leia a Homero? ?O a Platon? ?Crees que el nunca les leia a sus hijos por la noche? No creas que sabes mas que yo.
Los otros hombres fueron acercandose para besarle las manos. Me sorprendio que hubieran tardado tanto en decidirse a hacerlo, y que ninguno tuviera palabras de agradecimiento por lo que habia hecho.
Cuando mi madre me acosto en la habitacion con los hombres, le pregunte por que no le habian dado las gracias. Ella fruncio el entrecejo, meneo la cabeza y me susurro que no hablara de ello. Una mujer habia salvado la vida de unos hombres.
– Pero si tiene muchos pelos grises -dije.
– Sigue siendo una mujer -replico mi madre-, y ellos son hombres.
Por la noche me desperte llorando.
Al principio no supe donde me encontraba. No veia nada. Mi madre estaba cerca y tambien mi tia Maria, y Bruria me estaba hablando. Recorde que estabamos en casa. Los dientes me castaneteaban pero no tenia frio. Santiago se acerco y me dijo que los romanos se habian ido. Habian dejado soldados vigilando las cruces, la rebelion estaba casi sofocada, pero el grueso del ejercito habia partido.
Me parecio que hablaba con mucha seguridad. Se acosto junto a mi y me rodeo con un brazo.
Desee que fuera de dia. Seguramente el miedo desapareceria cuando saliera el sol. Solloce en silencio.
Mi madre me canturreo quedamente:
– Es el Senor quien otorga la salvacion incluso a los reyes, es el Senor quien libro al mismo David de la odiosa espada; que nuestros hijos crezcan como crecen las plantas y que nuestras hijas sean piedras angulares, pulidas como las del palacio… Dichosa la persona cuyo Dios es el Senor.
Tuve suenos.
Cuando empezo a clarear abri los ojos y vi amanecer por la puerta que daba al patio. Las mujeres ya estaban levantadas. Sali antes de que nadie pudiera impedirmelo. El aire era agradable y casi caliente.
Santiago salio detras de mi y yo trepe por la escala que daba al tejado, y luego a otra escala que subia al siguiente tejado. Nos arrimamos al borde y miramos hacia Seforis.
Estaba tan lejos que lo unico que distingui fueron las cruces, y era como Santiago habia dicho. No pude contarlas. Habia gente moviendose entre ellas.
Gente tambien en el camino, asi como carros y burros. El incendio estaba apagado aunque aun se veian columnas de humo, y buena parte de la ciudad no habia sido pasto de las llamas. De todos modos, era dificil decirlo desde nuestra atalaya.
A mi derecha, las casas de Nazaret trepaban colina arriba pegadas unas a otras, y a mi izquierda descendian. No habia nadie en los tejados, pero distinguimos esteras y mantas aqui y alla y, rodeando todo el pueblo, los verdes campos y los bosques frondosos. ?Cuantos arboles!
Jose estaba esperandome cuando baje. Nos agarro a los dos del hombro y dijo:
– ?Quien os ha dicho que podiais hacer eso? No volvais a subir.
Asentimos cabizbajos. Santiago se sonrojo, pero vi que cruzaban una mirada rapida, Santiago avergonzado y Jose perdonandole.
– He sido yo -admiti.
– No volveras a subir ahi -dijo Jose-. Los romanos pueden volver, no lo olvides.
Asenti con la cabeza.
– ?Que habeis visto? -pregunto.
– Se ve todo tranquilo -respondio Santiago-. La gente esta recogiendo los cadaveres. Algunas aldeas han sido quemadas.
– Yo no he visto ninguna aldea -dije.
– Pues estaban ahi, muy pequenas, cerca de la ciudad.
Jose meneo la cabeza y se llevo a Santiago para trabajar.
