– Todo ira bien -dijo Jose-. Estoy seguro.
El sol iba ascendiendo en el cielo y las nubes parecian velas de barco, tan limpias estaban. En los campos habia mujeres trabajando.
Llevabamos un buen trecho cuesta arriba por las colinas cuando llegamos a una aldea derruida y desierta. La hierba estaba crecida y los tejados se habian derrumbado. El lugar estaba deshabitado desde hacia tiempo. No habia nada quemado. La mayor parte de la caravana siguio adelante, pero los nuestros se detuvieron.
Cleofas y Jose nos guiaron hasta un pequeno manantial que salia de la roca; sus aguas llenaban un estanque rodeado de grandes arboles frondosos. Era un lugar muy hermoso.
Montamos el campamento y mi madre dijo que pernoctariamos alli y seguiriamos camino por la manana.
Los hombres fueron a banarse en el manantial mientras las mujeres iban a prepararles ropa limpia. Aguardamos. Luego las mujeres llevaron a los pequenos y nos banamos. El agua estaba fria, pero todos reimos y lo pasamos en grande, y la ropa limpia olia bien. Olia incluso como en Egipto. Habian conseguido tunicas para Bruria y Riba.
– ?Por que no seguimos camino hacia Nazaret? -pregunte-. Aun es temprano.
– Los hombres quieren descansar -dijo mi madre-. Y parece que va a llover otra vez. Si llueve, nos meteremos en una de esas casas. Si no, nos quedaremos aqui.
Los hombres no parecian los mismos. Antes no me habia dado cuenta, pero llevaban todo el dia muy callados.
Cierto que las dificultades nos surgian a diario y teniamos que apanarnos con lo que encontrabamos, pero esta vez los hombres se comportaban de manera extrana. Hasta Cleofas estaba callado. Con la espalda apoyada contra un arbol, contemplaba las colinas a lo lejos y no parecia ver la gente que pasaba por el camino en direccion a Galilea. Pero cuando mire a Jose, como solia hacer en momentos como aquel, vi que estaba sereno. Habia sacado un pequeno libro para leer y lo hacia susurrando las palabras. Era un libro escrito en griego.
– ?Que es? -le pregunte.
– Samuel -respondio-. Habla de David.
Escuche mientras el leia en voz baja. David habia estado combatiendo y queria beber agua del pozo de los enemigos, pero cuando le llevaron el agua no pudo beberia porque los hombres habian corrido un grave peligro para conseguirla. Podian haber muerto solo por ello.
Luego, Jose se levanto y le dijo a Cleofas que le acompanara.
Las mujeres y los ninos estaban reunidos alrededor de Bruria y Riba, y hablaban sin parar de las muchas cosas que habian ocurrido en la region.
Jose, Cleofas y Alfeo, mas los dos hijos de este y Santiago, llamaron a Bruria para hablar con ella. Se alejaron hasta un bosquecillo de arboles que se mecian al viento. Era agradable de ver.
Las voces sonaban distantes, pero pude captar retazos de conversacion.
– No, pero si perdiste tu finca. No, pero tu… Y todo cuanto poseias…
– Tienes todo el derecho a…
– Consideralo el rescate. ?Rescate?
La mujer, con las manos en alto y meneando la cabeza, regreso al grito de «?No pienso hacerlo!».
Volvieron todos para acostarse y hubo silencio otra vez. Jose parecia preocupado, pero al final parecio serenarse.
La gente pasaba por el camino sin mirarnos, incluso hombres a caballo.
Y despues de la cena, cuando todo el mundo estaba durmiendo, yo pense en aquel hombre surgido en la noche, el borracho. Sabia que lo habian matado, pero no queria pensar en eso. Simplemente lo sabia, asi como el motivo por el que lo habian hecho. Sabia lo que pretendia hacerle a la mujer. Y sabia que los hombres se habian lavado y puesto ropa limpia conforme a la Ley de Moises, y que no estarian limpios hasta que se pusiera el sol. Por eso no ibamos hoy a Nazaret. Querian llegar a casa limpios.
Pero ?podrian estar limpios jamas de semejante acto? ?Como limpiarse la sangre de un semejante; y que hacer con el dinero que tenia, el dinero que habia robado, un dinero manchado en sangre?.
12
Por fin coronamos la colina.
Solo un gran valle se extendia ante nosotros, todo un espectaculo de olivares y campos. Parecia una tierra alegre, pero el gran diablo, el fuego, ardia otra vez a lo lejos, y el humo se elevaba hasta el cielo y sus blancas nubes. Los dientes me rechinaron. Note que el miedo brotaba en mi interior, mas lo obligue a desaparecer.
– ?Alla esta Seforis! -exclamo mi madre, y lo mismo hicieron las otras mujeres y los hombres. Y nuestros rezos se elevaron mientras mirabamos sin movernos.
– Pero ?y Nazaret? -pregunto la pequena Salome-. ?Esta ardiendo tambien?
– No -repuso mi madre, y se inclino para senalar con el dedo-. Alli esta Nazaret.
Apuntaba hacia un pueblo en lo alto de un cerro. Casas blancas, unas encima de otras, y los arboles muy apinados. A ambos lados habia otras pendientes suaves y valles, y a lo lejos mas pueblecitos apenas visibles al resplandor del sol. Al fondo estaba el gran incendio.
– Bien, ?que hacemos? -dijo Cleofas-. ?Escondernos en las colinas porque Seforis esta en llamas, o ir a casa? ?Yo digo ir a casa!
– No tengas tanta prisa -repuso Jose-. Quiza deberiamos permanecer aqui. No lo se.
– ?Tu no lo sabes? -se asombro su hermano Alfeo-. Crei haberte oido decir que el Senor velaria por nosotros, y ya estamos a menos de una hora de casa. Si esos ladrones aparecen por aqui, prefiero estar metido en la casa de Nazaret que rondando por estos montes.
– ?Tenemos tuneles en la casa? -pregunte, sin animo de interrumpir.
– Si, tenemos tuneles. En Nazaret todo el mundo los tiene. Son tuneles antiguos y hace falta repararlos, pero los hay. Aunque estos bandidos sanguinarios estan por todas partes…
– Es Judas hijo de Ezequeias -dijo Alfeo-. Seguramente habra terminado con Seforis y viene de camino.
Bruria rompio a llorar y Riba tambien. Mi madre trato de consolarlas.
Jose lo medito y luego dijo:
– Si, el Senor velara por nosotros, llevas razon. Iremos a Nazaret. No veo que ocurra nada malo alli, y tampoco en el trecho que nos falta por cubrir.
Empezamos a descender hacia el valle y pronto estuvimos entre hileras de arboles frutales y extensos olivares. Los campos eran los mejores que yo habia visto nunca. Avanzabamos despacio y los ninos no teniamos permiso para corretear o alejarnos.
Estaba tan ansioso por ver Nazaret y tan lleno de dicha por encontrarme alli que tuve ganas de ponerme a cantar, pero nadie cantaba. Para mis adentros, dije: «Loado sea el Senor, que cubrio los cielos de nubes, que preparo la lluvia para la tierra, que hizo la hierba para que creciera en los montes.»
El camino era pedregoso e irregular, pero el viento soplaba suave. Vi arboles repletos de flores y pequenas torres sobre unos promontorios, pero en los campos no habia ni un alma.
No habia nadie en ninguna parte. Y tampoco ovejas ni otro tipo de ganado.
Jose nos dijo que apretaramos el paso, e hicimos lo que pudimos. Pero no resulto facil con mi tia Maria, que de pronto habia enfermado, como si Cleofas le hubiese transmitido el mal. Tirabamos de los burros y nos turnabamos para llevar al pequeno Simeon, que pataleaba y lloraba reclamando a su madre.
Finalmente empezamos a subir la cuesta de Nazaret. Suplique ir en cabeza y adelantarme, y lo mismo hizo Santiago, pero Jose dijo que no.
Nazaret era un pueblo desierto.
Una calle ancha colina arriba con callejuelas a ambos lados y casas blancas, algunas de dos y tres plantas, y muchas con patios descubiertos, y todo silencioso y vacio como si alli no viviera nadie.
– Demonos prisa -dijo Jose con semblante sombrio.
– ?Pero que pasa para que todo el mundo se esconda de esta manera! -dijo Cleofas en voz baja.
– No hables. Vamos -dijo Alfeo.
– ?Donde se han escondido? -pregunto la pequena Salome.
