mujer.

Y gracias a sus poderes, el espiritu del profeta salio de la tierra, preguntando: «?Por que has enturbiado mi descanso?» Luego predijo que los enemigos de Saul vencerian a Israel y que Saul y todos sus hijos moririan.

– ?Y que ocurrio entonces? -dijo Cleofas, mirandonos a todos.

– Ella le hizo comer para que tuviera fuerzas -dijo Silas.

– Y eso es lo que nos gustaria hacer ahora mismo. Todo el mundo rio.

– Os dire una cosa -exclamo Cleofas-: no comeremos ni beberemos hasta llegar al rio. Asi que ?adelante!

De modo que proseguimos con renovados animos.

Y finalmente llegamos al Jordan.

Mas alla de la hierba crecida, el sol poniente lo tenia de rojo. Habia mucha gente banandose en sus aguas. Otros muchos bajaban por las riberas, y algunos habian montado campamentos cerca de las orillas. Se oian canticos por todas partes, canciones que se mezclaban con otras canciones.

Corrimos al agua, que nos cubrio hasta las rodillas. Lavamos nuestros cuerpos y nuestras ropas, cantando y gritando sin parar. El aire fresco no nos molestaba y pronto entramos en calor y el agua nos parecio tibia.

Cleofas desmonto del burro y se metio en el rio. Alzo las manos y canto en voz muy alta para que todos pudieran oirle.

– Loado sea el Senor, alaba al Senor, alma mia, ?canta! Mientras viva loare al Senor; cantare alabanzas a mi Dios mientras tenga un soplo de vida. No confieis en principes ni en nadie incapaz de ayudar; el halito de vuestros hombres escapa de ellos; regresan a la tierra; y ese mismo dia sus pensamientos desaparecen ?para siempre!

Todos le siguieron en el canto:

– ?Dichoso aquel que cuenta con la ayuda del Senor de Jacob!

El rio entero era un cantico, y los que estaban en la ribera se unieron tambien.

Yo nunca habia visto asi a mi tio, contemplando el cielo rojo con los brazos en alto y el rostro tan lleno de plegarias. Toda la ira habia desaparecido de el.

No le importaba la gente. No cantaba para ellos. Canto y canto sin mirar a nadie. Miraba el cielo, y yo mire tambien aquel cielo que se oscurecia con cenefas rojas del sol moribundo, y vi las primeras estrellas.

Me movi en el agua mientras cantaba y cuando llegue a el le pase un brazo por el cuello y note que tiritaba bajo la tunica mojada. Cleofas ni siquiera noto mi presencia.

«Quedate conmigo. Senor, padre celestial, permite que se quede con nosotros. Padre celestial, ?yo te lo pido! ?Es demasiado? Si no puedo hallar respuestas a mis preguntas, permite que tenga a este hombre un tiempo mas, hasta que tu decidas.»

Me senti debil. Tuve que sujetarme a el para no caerme. Algo sucedio.

Primero muy rapido y despues lentamente. No habia mas rio ni mas cielo ni mas canticos, pero a mi alrededor habia otros seres, tantos que nadie hubiera podido contarlos; eran mas que los granos de arena del desierto o las gotas de agua del mar. «Por favor, por favor, que se quede conmigo, pero si debe morir, que asi sea.» Tendi ambos brazos hacia lo alto. Y por un brevisimo momento supe la respuesta a todo y ya no me preocupo nada, pero el instante paso y todos cuantos me rodeaban se elevaron, lejos de mi, lejos de donde yo podia verlos y sentirlos.

Oscuridad. Quietud. Gente riendo y charlando como se hace por la noche.

Abri los ojos. Alguien se aparto de mi como el agua se retira de la playa, con tanta fuerza que nada puede detenerla. Desaparecio, fuera lo que fuese, desaparecio.

Senti miedo, pero estaba seco y arropado y era agradable estar en aquel lugar intimo y oscuro. El cielo estaba tachonado de estrellas. La gente cantaba todavia y habia luces moviendose por doquier, lamparas y velas y fogatas junto a las tiendas. Yo estaba tapado y caliente y mi madre tenia su brazo encima de mi.

– ?Que he hecho? -pregunte.

– Te has caido al rio. Estabas rezando y muy cansado. Por eso te has caido.

Habia mucha gente alrededor y clamabas al Senor. Pero ahora estas aqui y enseguida te dormiras. Yo te he acostado. Cierra los ojos y manana, cuando despiertes, comeras y repondras fuerzas. Eres pequeno pero no lo bastante pequeno, y eres un chico grande pero no lo bastante grande aun.

– Pero estamos aqui, en casa -dije-. Y ha pasado algo.

– No -repuso ella.

Y lo decia en serio. Ella no lo comprendia. Me sonrio. Lo vi a la luz de la lumbre y note el calor del fuego. Ella decia la verdad, como siempre. Mas alla estaba Santiago, que ya dormia, y a su lado los hermanos pequenos de Zebedeo, y tantos otros. No me sabia los nombres de todos. El pequeno Simeon se habia acurrucado junto al pequeno Judas. El pequeno Jose roncaba.

Maria, la mujer de Zebedeo, estaba hablando con Maria, la mujer de Cleofas, con frases rapidas y tono de preocupacion, pero no pude oir lo que decia. Me di cuenta, eso si, de que ahora eran amigas, y Maria, la egipcia, la esposa de Cleofas, gesticulaba con las manos, mientras la Maria de Zebedeo asentia con la cabeza.

Cerre los ojos. Los otros, la gran multitud, tan suaves como la manta, como el viento que huele a rio, ?donde estaban? Algo se agito en mi interior, fui tan consciente de ello como si una voz me hubiera dicho: «Esto no es lo mas dificil.»

Fue solo un instante. Luego volvi a ser yo mismo.

Nuevas voces entonaron canticos aqui y alla, y la gente que pasaba frente a nosotros iba cantando tambien. Yo me sentia feliz con los ojos cerrados.

– El Senor reinara eternamente -cantaban-, incluso tu Senor, Oh, Sion, sobre todas las generaciones. Loado sea el Senor.

Oi la voz de mi tia Maria, la esposa de Cleofas:

– No se donde esta. Se ha ido junto al rio, a cantar y charlar con los demas.

Primero hablan y luego se ponen a cantar.

– ?Vela por el! -susurro mi madre.

– Pero si se ha recuperado bastante. Ya no tiene fiebre. Volvera cuando necesite echarse un rato. Si voy a buscarlo se enfadara. No pienso ir. ?Que sentido tiene? ?De que sirve tratar de decirselo todo? Cuando necesite venir, vendra.

– Pero deberiamos cuidarle -insistio mi madre.

– ?Acaso no sabes -le dijo mi tia Salome- que eso es lo que el quiere? Si ha de morir, deja que muera discutiendo sobre reyes e impuestos, o sobre el Templo, y que sea en el Jordan, clamando al Senor. Deja que disfrute de sus ultimas fuerzas.

Guardaron silencio.

Luego bajaron la voz y hablaron de cosas comunes, tambien de problemas, pero yo no queria oir nada. Bandidos por todas partes, aldeas en llamas.

Arquelao se habia hecho a la mar rumbo a Roma. Si los romanos no estaban volviendo ya de Siria, pronto lo estarian. ?No decian las senales de fuego lo que estaba pasando? Jerusalen entera se habia amotinado. Me acurruque junto a mi madre, aovillandome.

– Basta -la oi decir-. Las cosas no cambian.

Me fui adormilando

– ?Angeles! -dije de pronto en voz alta y abri los ojos.

– Duermete ya -dijo mi madre.

Me rei para mis adentros. Ella habia visto un angel antes de que yo naciera.

Un angel habia dicho a Jose que nos trajera aqui. Y ahora yo los habia visto.

Los habia visto pero solo un momento. Menos que eso. Eran muchos, tan innumerables como las estrellas, y yo los habia visto un instante, ?verdad? ?Que aspecto tenian? Dejemoslo. Esto no es lo mas importante.

Me volvi y apoye la cabeza en el blando petate. ?Por que no habia prestado mas atencion a su aspecto? ?Por que no me habia aferrado a su vision, por que los habia dejado marchar? ?Porque lo cierto es que ellos estaban siempre alli!

Solo tenias que ser capaz de verlos. Era como abrir una puerta o correr una cortina. Pero la cortina era gruesa y pesada. Tal vez ocurria tambien asi con la cortina del sanctasanctorum, que era gruesa y pesada. Y la cortina podia caer, cerrarse, asi de sencillo.

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