– Estamos aqui de paso -dijo. Su voz sonaba grave y dulce-. Dentro de muy poco estaremos en casa, en nuestra propia casa. Comeremos higos de nuestro arbol, uva de nuestro jardin. Haremos el pan cada dia en nuestro propio horno -anadio mientras nos acomodabamos de nuevo al lado de Cleofas.
Yo solloce, todavia en sus brazos, y ella me acaricio la espalda.
– Eso es verdad -dijo Cleofas. Enlace las manos alrededor del cuello de mi madre. Poco a poco me fui calmando.
– Pronto estaremos en Nazaret -dijo Cleofas-, y te prometo, pequeno, que alli nunca ira a buscarte nadie.
Yo estaba adormilado, pero esas palabras me despejaron. ?Que queria decir Cleofas con que nadie iria a buscarme? ?Quien me buscaba? No queria dormirme, queria preguntar que significaba aquello, quien me estaba buscando. ?Que significado tenian todas esas extranas historias? ?Y que significaba lo que mi madre habia dicho del angel? Entre tantas desgracias y tanto dolor, habia olvidado sus palabras alla en el tejado, en Jerusalen. E Isabel acababa de decirme que un angel se le habia aparecido a Jose, pero el no habia dicho eso.
La dulce sensacion de reposo me iba venciendo, pero aun asi logre pensar que todo esto estaba relacionado. Tenia que sacar alguna conclusion. ?Si!
Angeles. Un angel habia bajado antes y un angel habia bajado despues, y un angel estaba aqui ahora. ?O no? Pero el sueno acabo venciendome, y ?que a salvo me senti entonces!
Mi madre me cantaba en hebreo y Cleofas le hacia coro. Se encontraba mucho mejor, pese a que seguia tosiendo. En cambio, mi tia Maria no se sentia bien, pero nadie parecia preocupado por ella.
Y manana nos iriamos de aquel horrible lugar. Dejariamos alli a mis primos, al extrano y solemne Juan, que hablaba tan poco y que tanto me miraba, y a su madre, nuestra querida Isabel, y seguiriamos camino hacia Nazaret.
8
Justo despues del amanecer, jinetes armados hicieron una incursion por los alrededores.
Abandonamos el pequeno circulo donde nos habiamos reunido hacia poco para escuchar a nuestra prima Isabel y fuimos todos a la habitacion trasera de la casa.
Cleofas no se habia movido de alli, pues por la noche habia tosido mucho y volvia a tener fiebre. Yacia sonriente, como de costumbre, los humedos ojos fijos en el techo bajo.
Oimos gritos, chillidos de pajaros y corderos.
– Lo estan robando todo -dijo mi prima Maria Alejandra.
Las otras mujeres le dijeron que callara y su esposo Zebedeo le dio unas palmaditas en el brazo.
Silas intento levantarse para ir hasta la cortina, pero su padre le ordeno con gesto firme que se quedase en el rincon.
Incluso los mas pequenos, que siempre alborotaban por cualquier cosa, estaban callados.
Tia Esther, la esposa de Simon, tenia a su pequena Esther en brazos, y cada vez que el bebe rompia a llorar le daba el pecho.
Yo ya no tenia miedo, aunque no sabia por que. Estaba entre las mujeres con los demas ninos, a excepcion de Santiago. En realidad Santiago no era un nino, me decia yo al mirarle. De habernos quedado en Jerusalen, de no haber habido aquellos disturbios, Santiago habria ido al santuario de los hijos de Israel junto con Silas y Levi y los demas hombres.
De repente, mis pensamientos se vieron interrumpidos por el temor subito que se apodero de todos, que hizo que mi madre me aferrara un brazo: habia unos desconocidos en la habitacion principal. La pequena Salome se pego a mi y yo la abrace fuerte como mi madre hacia conmigo.
Entonces la cortina de la puerta fue arrancada violentamente. Quede cegado por la luz y parpadee. Mi madre me estrecho mas. Nadie dijo una palabra ni nadie se movio de su sitio. Yo sabia que teniamos que estarnos quietos y callados. Todo el mundo lo sabia, incluso los mas pequenos. Los bebes lloraban quedamente, aunque su llanto nada tenia que ver con los hombres que habian arrancado la cortina.
Eran tres o cuatro hombretones toscos, con harapos en las pantorrillas sujetados por las cuerdas de sus sandalias. Uno de ellos vestia pieles de animal y otro llevaba un casco reluciente. La luz se reflejo en sus espadas y cuchillos. Tambien llevaban las munecas envueltas en harapos.
– Vaya, vaya -dijo el del casco en griego-. Mira lo que tenemos aqui. La mitad del pueblo.
– ?Vamos, entregadnos todo! -ordeno otro, acercandosenos amenazadoramente. Tambien hablaba en griego y su voz era horrenda-.
Hablo en serio, hasta el ultimo denario que lleveis encima, y rapido. El oro y la plata. Mujeres, a ver esos brazaletes, quitaoslos. ?Si no entregais todo lo que tengais os abriremos en canal!
Nadie se movio. Las mujeres no hicieron nada.
La pequena Salome empezo a llorar. Yo la tenia abrazada con tanta fuerza que probablemente le hacia dano. Pero nadie respondio a los intrusos.
– Luchamos por la libertad de nuestra tierra -dijo uno de los hombres, tambien en griego-. Imbeciles, ?no sabeis lo que esta pasando en Israel?
Dio un paso al frente y blandio su daga, mirando amenazador a Alfeo, luego a Simon y despues a Jose. Pero estos no dijeron nada.
Nadie se movio.
– ?No habeis oido? ?Os rebanare el pescuezo uno por uno, empezando por los ninos! ·-grito el hombre, retrocediendo.
Otro intruso dio un puntapie a nuestros bien atados bultos, mientras otro levantaba una manta para mirar debajo y luego la dejaba caer.
Entonces Jose, en hebreo, dijo:
– No os comprendo. ?Que quereis que hagamos? Somos gente de paz. No entiendo nada.
En el mismo tono y lengua, Alfeo anadio:
– No hagais dano a nuestros inocentes hijos ni a nuestras mujeres. Que no se diga de vosotros que habeis derramado sangre inocente.
Ahora fueron los hombres quienes se quedaron desconcertados.
Finalmente, uno de ellos dijo en griego:
– Estupidos, inutiles campesinos. Basura de ignorantes.
– No han visto dinero en toda su desdichada vida -dijo el otro-. Aqui no hay nada aparte de ropa vieja y crios apestosos. Dais lastima. Comeos vuestra mierda en paz.
– Si, humillaos mientras nosotros peleamos por vuestra libertad -dijo otro.
Y salieron pisando fuerte, apartando a patadas cestos, petates y fardos.
Quedamos a la espera. Mi madre me sujetaba por los hombros. Mire a Santiago, y se parecia tanto a Jose que me sorprendio no haberme percatado antes.
Por fin los gritos y el ruido cesaron.
– Recordad esto -dijo Jose. Nos miro alternativamente, a Santiago y a mi y al pequeno Josias, a mis primos y a Juan, que estaba de pie al lado de su madre-. Recordadlo. Jamas alceis la mano para defenderos ni para golpear.
Sed pacientes. Y si es preciso hablar, sed sencillos.
Todos asentimos con la cabeza. Sabiamos lo que habia pasado. La pequena Salome sorbia por la nariz. Y de repente, mi tia Maria, que estaba tan enferma, rompio a llorar y fue a sentarse al lado de Cleofas, que seguia mirando el techo. Parecia como si ya estuviera muerto, pero no lo estaba.
Los ninos corrimos hacia la pequena puerta de la casa. La gente estaba saliendo a la calle, despotricando contra los bandidos. Unas mujeres perseguian aves de corral, y alli en medio habia el cuerpo de un hombre tendido en el suelo, mirando el cielo tal como hacia Cleofas, pero le salia sangre por la boca. Era como el muerto del Templo.
Ya no tenia alma.
La gente pasaba por su lado y nadie derramaba una lagrima por el, nadie se arrodillaba.
