Mi madre habia visto un angel, el angel le habia hablado. Debio de apartarse de todos ellos, acercarse a mi madre para hablarle, pero ?que significaron sus palabras?

Quise llorar otra vez, pero me contuve. Estaba contento y triste a la vez, lleno de sentimiento como un vaso lo esta de agua. Tan lleno que mi cuerpo se ovillo bajo las mantas, y entonces sujete con fuerza la mano de mi madre.

Ella deslizo sus dedos entre los mios y se acosto a mi lado. Casi me dormi.

«Esta es la manera -pense-. Si, de este modo nadie puede saberlo. Por favor, nunca se lo digas a nadie. No, ni siquiera a la pequena Salome, ni siquiera a mi madre. No. Pero, Padre celestial, yo los vi, ?no? Y descubrire lo que sucedio en Belen. Lo averiguare todo.»

Regresaron, muchos de ellos, pero esta vez solo sonrei y no abri los ojos.

«Podeis venir, no hareis que me asuste ni que me despierte. Podeis venir, aunque seais tantos que no existan cifras para vosotros. Venis del lugar donde no existen numeros. Venis de donde no hay ladrones, ni incendios, ni hombres alanceados. Venid, pero vosotros no sabeis lo que yo se, ?verdad? No, no lo sabeis. Pero ?como lo se yo?»

10

?Que fue de la paz de aquella noche? ?Cuando se hizo anicos?

A la manana siguiente, el valle se poblo de los que huian de la sublevacion.

Nos despertaron gritos y llantos. Las aldeas cercanas estaban en llamas.

Cargamos las bestias y pusimos rumbo al norte.

Primero seguimos el rio, pero enseguida la vista de los incendios y el fragor de gritos nos empujo hacia el oeste, donde de nuevo vimos escaramuzas y gente que huia con bultos y ninos en brazos.

Cruzamos a la otra orilla y encontramos el mismo panorama. El camino estaba abarrotado de gente desdichada que contaba entre lagrimas lo que habian hecho los bandidos y los reyezuelos, que habian caido sobre ellos para aduenarse del ganado y el oro, incendiando sus aldeas sin motivo. Mi miedo aumento hasta arraigar en lo mas profundo de mi, de manera que la felicidad me parecio nada mas que un sueno, incluso a plena luz del dia.

Perdi la cuenta de los dias y no retenia los nombres de los pueblos y lugares por donde pasabamos. Una y otra vez nos detenian los bandidos. Se abrian paso entre la muchedumbre, gritando y maldiciendo, sin otro proposito que robar a todo el mundo. Nosotros nos apinabamos y no deciamos nada.

Poco antes de caer la noche, montabamos nuestro campamento lejos de los poblados, que en su mayoria estaban desiertos o eran pasto de las llamas.

En un pueblo hubimos de escondernos mientras los bandidos prendian fuego a las casas. La pequena Salome empezo a llorar y fui yo quien la consolo. Yo, que habia llorado tanto a las puertas de Jerico, ahora la abrazaba a ella y le decia que pronto estariamos a salvo en casa. Silas y Levi querian enfrentarse a los hombres que nos abordaban, pero Santiago les repitio las serias advertencias de su padre de que guardasemos silencio y no intentasemos nada, puesto que ellos eran muy numerosos.

Despues de todo, decian nuestros hombres, aquellos canallas portaban espadas y cuchillos. Mataban por capricho. Estaban sedientos de sangre. No habia que caer en ninguna provocacion.

A veces caminabamos bien entrada la noche mientras otros peregrinos montaban el campamento, y los hombres discutian, siempre con Cleofas en medio de todo. Tia Maria decia que el lo pasaba en grande teniendo a tanta gente nueva escuchando sus discursos. Ademas, ya no tenia mas fiebre.

Yo procuraba mantenerme cerca para oir lo que decia. Y Cleofas no paraba de hablar del rey Herodes Arquelao sin hacer caso de las ordenes de Jose, y Alfeo tambien desistio de hacerle advertencias. Todo el mundo sabia que Arquelao habia zarpado para Roma, pero tambien lo habian hecho otros hijos de Herodes, «los que habian tenido la suerte de sobrevivir», en palabras de Cleofas. Al parecer, el rey habia asesinado a cinco de sus hijos varones, asi como a innumerables hombres indefensos, a lo largo de sus mas de treinta anos de reinado.

Simon, el hermano de Jose, estaba callado, lo mismo que sus hijos y su hija. A ellos no les interesaban estas cosas. Tampoco a mi madre.

Cuando nos separamos de Zebedeo y de la prima mas querida de mi madre, Maria Alejandra, hubo muchas lagrimas porque «las tres Marias» ya no volverian a estar juntas hasta la proxima fiesta en Jerusalen y, dada la actual situacion, nadie podia asegurar cuando seria seguro ir.

– Y no olvidemos a Isabel -dijeron entre sollozos-, sola en el mundo y con el pequeno Juan viviendo con los Esenos.

Y aunque se habian separado de ella hacia mucho tiempo, volvieron todas a llorar otra vez. Lloraron por personas que yo no conocia y luego Zebedeo y los suyos montaron en sus bestias para dirigirse al mar de Galilea y Cafarnaum. Yo tambien queria ir a ese mar. Deseaba verlo con toda mi alma.

Echaba de menos la presencia del mar. Quiero decir, lo echaba de menos cuando el miedo remitia en mi interior. Alejandria era una pequena porcion de tierra entre el Gran Mar y el lago. En Alejandria siempre olias a agua, notabas la brisa fresca. Pero ahora estabamos tierra adentro y el terreno era pedregoso, los caminos duros. Y habia aguaceros.

Los hombres, que conocian las estaciones, dijeron que eran las ultimas lluvias, un poco tardias, y que en cualquier otro momento hubieran sido bienvenidas. Pero ahora nadie pensaba en las cosechas, sino en huir de los levantamientos y los problemas. Y la lluvia nos hacia arrimarnos unos a otros bajo nuestras capas, y teniamos frio.

Las mujeres temian por Cleofas, a causa de las lluvias, pero el no enfermo.

Ya no tosia nada.

Los que nos adelantaban traian historias de nuevas revueltas en Jerusalen.

Se decia que el ejercito romano estaba de camino desde Siria. Nuestros hombres alzaban los brazos al cielo.

Todavia eramos un grupo muy numeroso -habia peregrinos que regresaban a poblaciones de Galilea-, y pronto alcanzamos terreno mas elevado y verde, lo que me gusto mucho.

Alla donde mirara habia bosques y ovejas paciendo en las laderas, y alli por fin vimos a los campesinos trabajar como si no hubiera ninguna guerra.

Yo me olvidaba de los bandidos, pero de repente, salido de la nada, sobre la cresta de una loma aparecia un grupo de jinetes y todos nos poniamos a gritar. A veces el numero de peregrinos sin casa era tan grande que no se atrevian con nosotros y se alejaban hacia los campos, dejandonos en paz. En otras ocasiones torturaban a los hombres que solo les daban respuestas inutiles, como si fueran imbeciles, cuando en realidad no lo eran.

Noche tras noche, nuevos hombres se sumaban al circulo de la cena.

Algunos eran galileos que iban al norte; otros, parientes lejanos nuestros a los que no conociamos; y otros, en fin, gente que huia de las revueltas y los incendios. Los hombres se sentaban alrededor de la lumbre y se pasaban el odre y discutian a viva voz y se acaloraban. A la pequena Salome y a mi nos encantaba escucharlos.

Habian surgido caudillos rebeldes por todas partes, contaban. Como Atronges, que junto con sus hermanos lideraba un grupo muy activo y estaba reuniendo fuerzas. Y tambien en el norte estaba Judas, hijo de Ezequias el galileo.

Y no solo eran romanos los que venian hacia aqui, sino que se les habian sumado los hombres de Arabia, que incendiaban aldeas porque odiaban a Herodes. Ya no habia nadie que pudiera plantar cara y poner orden. Los romanos hacian lo que podian.

Todo esto nos animo a darnos prisa en nuestro viaje hacia Galilea, pese a que no sabiamos donde podiamos toparnos con esas temibles partidas armadas.

Los hombres discutieron acaloradamente.

– Si, todo el mundo hablaba de las maldades del rey Herodes, que si era un tirano y un monstruo -dijo uno de ellos-, pero ?mirad lo que esta pasando ahora! ?Es que siempre necesitaremos un tirano que nos gobierne?

– Podriamos apanarnos con el gobernador romano de Siria -dijo Cleofas-. Pero no necesitamos un rey judio

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