que no sea judio.

– ?Y entonces quien tendria la autoridad aqui, en Judea, Samaria, Peraea y Galilea? -objeto Alfeo-. ?Funcionarios romanos?

– Mejor que los Herodes -dijo Cleofas, y muchos compartieron su opinion.

– ?Y si llegara a Judea un prefecto romano con una estatua de Cesar Augusto representado como el Hijo de Dios?

– Eso no lo harian nunca -replico Cleofas-. Se nos respeta en todas las ciudades del Imperio. Observamos el sabbat y no se nos exige que nos alistemos como soldados. Respetan nuestras leyes ancestrales. ?Mejor ellos que esta familia de locos que conspiran entre si y asesinan a los de su propia sangre!

La discusion se prolongo. Me gustaba quedarme dormido escuchando. Me hacia sentir protegido y a salvo.

– Os cuento esto porque lo he visto -dijo Alfeo-. Cuando los romanos sofocan un disturbio, matan por igual a inocentes y culpables.

– ?Como van a distinguir los soldados entre unos y otros si entran a saco en la ciudad, o en las aldeas? -dijo un judio de Galilea-. Son como una tromba. Os aseguro que si vienen, lo mejor es apartarse del camino. Los romanos no tienen tiempo para escuchar como les dices que tu no has hecho nada. Es como una plaga de langostas detras de otra: primero los ladrones y despues los soldados.

– Y estos hombres, estos grandes guerreros -dijo Cleofas-, estos nuevos reyes de Israel recien liberados de las cadenas de la esclavitud, estos caudillos ungidos de un dia para otro, ?que haran de este pais salvo sumirlo en nuevas y mayores desgracias?

Mi tia Maria, la egipcia, grito.

Abri los ojos y me incorpore de golpe.

Maria se levanto rapidamente de entre las mujeres y se acerco a los hombres; las manos le temblaban y sus ojos vertian lagrimas que brillaban a la luz de la lumbre.

– ?Basta, no digais nada mas! -grito-. ?Hemos salido de Egipto para oir esto? Dejamos Alejandria y hemos recorrido el valle del Jordan aterrorizados por estos insensatos, y cuando la cosa esta calmada y casi hemos llegado, vosotros meteis miedo a los ninos con vuestro griterio, con vuestras profecias. ?Pero no conoceis la voluntad del Senor! ?Vosotros no sabeis nada! Podriamos llegar manana y encontrarnos con que Nazaret es un monton de cenizas.

Manana. Nazaret. ?En esta hermosa tierra?

Dos mujeres la sujetaron y la apartaron de los hombres. Cleofas se limito a encogerse de hombros. Los otros siguieron hablando pero en voz mas baja.

Cleofas meneo la cabeza y bebio un trago de vino.

Yo me levante y me acerque a Santiago, que estaba mirando el fuego como solia hacer.

– ?Tan pronto llegaremos a Nazaret? -pregunte.

– Puede -dijo-. Estamos cerca.

– ?Y si lo han quemado todo?

– No tengas miedo -dijo Jose con voz grave-. No lo habran quemado.

Estoy seguro. Vuelve a dormir.

Alfeo y Cleofas lo miraron. Algunos hombres rezaban en voz baja sus oraciones mientras se dirigian hacia sus camas al raso.

– ?Como vamos a saber la voluntad del Senor? -murmuro Cleofas-. El Senor quiso que abandonaramos Alejandria por esto, el Senor quiso que… -Callo porque Jose volvio la cabeza para fulminarlo con la mirada.

– ?Que nos ha pasado hasta ahora? -pregunto Alfeo.

Cleofas estaba enojado y murmuro algo, vigilado todo el tiempo por Jose.

Pero no encontraba las palabras adecuadas.

– ?Que? -repitio Alfeo-. Vamos, di. ?Que ha pasado?

Todos estaban mirando a Cleofas.

– Nada nos ha pasado -dijo Cleofas al fin-. Hemos salido airosos de todo.

Todos quedaron satisfechos; era la respuesta que esperaban oir.

Cuando me acoste, Jose vino a arroparme. El suelo estaba fresco y olia a hierba. Me llego tambien el aroma de los arboles cercanos. Estabamos desperdigados por la colina, unos al abrigo de los arboles, otros al raso como yo.

Judas y Simeon se acurrucaron conmigo, sin llegar a despertarse.

Contemple el cielo estrellado. Yo nunca habia visto las estrellas asi en Alejandria, tan claras y tantas que parecian motas de polvo o granos de arena, o todas las palabras que yo habia aprendido y cantado.

Los hombres habian abandonado la lumbre y el fuego se habia extinguido.

Asi pude ver aun mejor las estrellas, y lo cierto es que no queria dormirme. Yo nunca queria dormirme.

A lo lejos se oian tenues gritos, procedentes del pie de la colina. Me volvi y vi distantes llamas pendiente abajo, y me desagrado la manera como temblaban en el aire, pero los hombres no se levantaron. Nadie se movio.

Estabamos a oscuras. Nada cambio en nuestro campamento ni en los que estaban cerca de nosotros. Oi caballos en el pequeno valle.

Cleofas se acosto a mi lado.

– Nada cambia -dijo.

– ?Como puedes decir eso? -repuse-. Vayamos donde vayamos, esta cambiando.

Anhele que cesaran aquellos gritos. Y casi lo hicieron. Mas llamas. Las llamas me daban miedo.

Un cantico entonado a gritos fue acercandose cada vez mas. Era una mujer quien los proferia. Pense que cesaria, pero no fue asi. Y con los gritos me llego tambien sonido de pasos, primero tenues y luego fuertes, gente corriendo.

Una voz de hombre resono en la oscuridad exclamando palabras horribles, palabras llenas de odio y maldad, mientras la mujer seguia gritando. Llamo ramera en griego a la mujer, dijo que la mataria cuando la atrapara, y de su boca salieron terribles juramentos, palabras que yo nunca habia oido pronunciar.

Nuestros hombres se levantaron. Yo los imite.

De pronto los pasos de la mujer sonaron muy cerca, afanandose cuesta arriba. Respiraba jadeando y ya no podia gritar.

Cleofas corrio hacia ella, seguido de Jose y los otros hombres, y alcance a distinguir que le tendian las manos cuando su silueta aparecio, agitando los brazos contra el cielo furibundo. Rapidamente la hicieron agacharse y la escondieron entre nuestras mantas. Se quedaron quietos. Yo la oia respirar, y tambien toser y sollozar, mientras las mujeres le ordenaban que callara como si fuera una nina.

Yo estaba de pie, y Santiago detras de mi.

Recortado contra el fondo del incendio vi aparecer al perseguidor. Se detuvo. Era una silueta grande y negra como las rocas que nos rodeaban.

Estaba ebrio. Note que olia a vino y que meneaba la cabeza.

Llamo a la mujer empleando epitetos obscenos, palabras que yo solo habia oido ocasionalmente en el mercado, y palabras que sabia que jamas debian ser dichas.

Luego se quedo callado.

La noche entera enmudecio; solo se oia la bronca respiracion del desconocido, y el ruido que hacia al tambalearse sobre el suelo.

La mujer solto un grito ahogado.

Al oirlo, el hombre rio y fue directo hacia mi padre y mis tios, quienes lo sujetaron. Fue una mole de oscuridad apresando otra masa de oscuridad. La noche se lleno de sonidos sordos pero contundentes.

Se dirigieron colina arriba, todos ellos, y ahora me parecio que eran muchos; quizas iban tambien los dos hijos de Alfeo; todo sucedio muy deprisa y los sonidos se repetian. Yo sabia que los producia: estaban apaleando al hombre. Y el habia dejado de maldecir e insultar. Nadie decia nada, salvo las mujeres que hacian callar a la perseguida.

De pronto, desaparecieron de mi vista. No se por que me habia quedado alli quieto. Me levante dispuesto a seguirlos.

– No -dijo mi hermano Santiago. La mujer dijo en sollozos:

Вы читаете El Mesias
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату