incendiadas de Seforis, a pesar de que buena parte de la ciudad estaba intacta y que la gente compraba y vendia tranquilamente en el mercado.
Mis tias vendieron el lino bordado de oro que habian traido de Egipto con ese unico proposito, y obtuvieron mas de lo que esperaban; lo mismo paso con los brazaletes y las tazas. La bolsa del dinero abultaba cada vez mas.
Nos acercamos a los que lloraban a sus muertos entre vigas quemadas y cenizas, o a aquellos que preguntaban: «?Habeis visto a este, habeis visto a aquel?» Dimos un poco de dinero a las viudas. Y durante un rato lloramos, quiero decir, la pequena Salome y yo, y tambien las mujeres. Los hombres habian seguido adelante.
Era el centro mismo de la ciudad lo que habia ardido, segun nos contaron; el palacio de Herodes, el arsenal, y tambien las casas proximas a este donde se habian hecho fuertes los rebeldes.
Ya habia hombres despejando el terreno para empezar la reconstruccion.
Se veian soldados del rey Herodes por todas partes, alertas y vigilantes, pero los que estaban de duelo no se fijaban en ellos. Era un espectaculo muy humano: el llanto, el trabajo, el luto, la actividad del mercado… Los dientes ya no me castaneteaban. El cielo estaba de un azul intenso y el aire era frio pero limpio.
En una casa cercana vi unos cuantos soldados romanos que parecian dispuestos a marcharse de la ciudad cuanto antes. Deambulaban delante de las puertas con aire impaciente. El sol se reflejaba en sus cascos.
– Oh, si, parecen inofensivos -dijo una mujer que vio que yo los miraba.
Tenia los ojos enrojecidos y la ropa cubierta de ceniza y polvo-. Pero el otro dia hicieron una matanza aqui, y a cambio de dinero permitieron que los mercaderes de esclavos cayeran sobre nosotros y encadenaran a nuestros seres queridos. Se llevaron a mi hijo, mi unico hijo varon, ?y ahora no volvere a verlo! Pero ?que habia hecho el, aparte de ir por la calle en busca de su hermana? A ella tambien se la llevaron, pese a que unicamente trataba de llegar a la casa de su suegra. ?Son unos malvados!
Al escuchar esta historia, Bruria rompio a llorar por su hijo. Al final fue con su esclava hasta una pared donde la gente dejaba mensajes para sus desaparecidos. Pero Bruria confiaba muy poco en tener noticias suyas.
– Ten cuidado con lo que escribes ahi -la advirtio mi tia Salome. Las otras mujeres asintieron con la cabeza.
De las ruinas salian hombres pidiendo gente para trabajar:
– ?Vais a quedaros aqui lloriqueando todo el dia? ?Os pago por ayudarme a retirar los escombros de mi casa! Y otro:
– Necesito gente para transportar cubos de tierra. ?Quien se ofrece? -Enseno unas monedas que destellaron al sol.
La gente maldecia al tiempo que lloraba. Maldecia al rey, a los bandidos, a los romanos. Unos fueron a trabajar y otros no.
Abriendose paso entre la multitud aparecieron nuestros hombres, con una carreta nueva llena de tablones de madera y sacos de clavos, e incluso tejas, motivo de discusion entre ellos. Cleofas dijo que eran una buena compra, y bastante baratas, mientras que Jose dijo que con el adobe el tejado ya estaba bien. Alfeo estuvo de acuerdo con este ultimo y anadio que la casa era demasiado grande para tejarla toda.
– Ademas, visto todo este afan de construir, por aqui se van a acabar las tejas enseguida.
Unos hombres los abordaron ofreciendoles trabajo.
– ?Sois carpinteros? Os pago el doble de lo que os ofrezca cualquiera.
Vamos, ?que decis? Podeis empezar a trabajar ahora mismo.
Jose nego con la cabeza.
– Acabamos de llegar de Alejandria. Solo hacemos trabajos especializados…
– ?Pues es lo que yo necesito! -dijo un hombre orondo y bien vestido-. He de terminar una casa entera para mi senor. Se ha quemado todo. No queda otra cosa que los cimientos.
– Tenemos trabajo de sobra en nuestro pueblo -explico Jose, mientras intentabamos seguir nuestro camino.
Los hombres nos rodearon, querian comprarnos la madera de la carreta y utilizarnos como cuadrilla. Jose les prometio que volveriamos tan pronto nos fuera posible. El mayordomo del hombre rico se llamaba Jannaeus.
– Me acordare de vosotros -dijo-: los egipcios.
Nos reimos del comentario y, finalmente, pudimos salir de alli y encaminarnos de regreso a la paz del campo. Pero asi fue como acabaron conociendonos, como «los egipcios».
Volvi la cabeza y vi a lo lejos todo aquel trajin humano bajo el sol de poniente. Tio Cleofas me dijo:
– ?Alguna vez te has fijado en un hormiguero?
– Si.
– ?Y has pisado alguno?
– No, pero vi como otro nino pisaba uno.
– ?Que hicieron las hormigas? Correr como locas de un lado al otro, ?verdad? Pero no abandonaron el hormiguero, y luego lo reconstruyeron. Es lo que pasa con esta guerra, sea pequena o grande. La gente sigue con su vida.
Se levanta y sigue adelante porque necesita comer y un techo, y vuelve a empezar ocurra lo que ocurra. Y un dia los soldados pueden apresarte y venderte como esclavo, y al siguiente ni siquiera se fijan en ti cuando pasas, porque alguien ha dicho que todo termino.
– ?Por que te haces el sabio con mi hijo? -lo pincho Jose.
Caminabamos a paso lento detras de la carreta.
– Si no me hubiese pescado una mujer -respondio Cleofas, riendo-, yo habria sido profeta.
Toda la familia rio a carcajadas, incluso yo. Su mujer, mi tia, dijo:
– Habla mejor que canta. Y si hay un salmo en que salga una hormiga, no dejara de cantarlo.
Mi tio se puso a cantar y su esposa gruno, pero enseguida le hicimos coro.
Nosotros no conociamos ningun salmo donde saliera una hormiga.
Cuando Cleofas se harto de cantar, dijo:
– Deberia haber sido profeta.
Jose rio.
– Pues empieza ahora -dijo mi tia-, dinos si va a llover antes de que lleguemos a casa.
Cleofas me agarro del hombro y me miro a los ojos:
– Tu eres el unico que siempre me escucha. Te dire una cosa: ?a los profetas no les hacen caso en su propia tierra!
– En Egipto yo tampoco te hacia caso -rio su mujer.
Despues de que todos, incluido Cleofas, nos hubieramos reido de esto, mi madre dijo:
– Yo si te hago caso, hermano. Siempre.
– Es cierto, hermana -reconocio el-. Y no te importa cuando le enseno a tu hijo un par de cosas, porque el no tiene abuelos en este mundo, y yo de joven fui casi escriba.
– ?Casi fuiste escriba? -pregunte-. No tenia ni idea.
Jose me llamo la atencion agitando un dedo y meneo exageradamente la cabeza: «No es verdad.»
– ?Que sabras tu de eso, hermano? -salto Cleofas, divertido-. Cuando llevamos a Maria a Jerusalen para entregarla a la casa donde tejian los velos, yo estudie varios meses en el Templo. Estudie con los fariseos, con los mas eruditos. Me sentaba a sus pies. -Me dio unos golpecitos en el hombro para cerciorarse de que le escuchaba-. Hay muchos maestros en las columnatas del Templo. Los mejores de Jerusalen y, bueno, si, tambien algunos no tan buenos.
– Y unos cuantos alumnos «no tan buenos» -apostillo Alfeo.
– ?Ah, lo que habria podido ser yo si no me hubiera ido a Egipto! -se lamento Cleofas.
– Pero ?por que fuiste? -pregunte.
Me miro y se produjo un silencio. Seguimos andando, callados.
– Fui -respondio al cabo con una afable sonrisa- porque mi familia iba: tu, mi hermana, su marido y los hermanos de el…
Esa no era una verdadera respuesta a mi pregunta.
Oi tronar largo y grave.
Inmediatamente apretamos el paso, pero nos pillo una llovizna y hubimos de desviarnos del camino para
