guarecernos bajo unos arboles. El suelo estaba cubierto de hojarasca.

– Muy bien, profeta -dijo mi tia Maria-, ahora haz que pare la lluvia para que podamos continuar.

Todos reimos, pero Jose comento:

– Un santo si puede hacer que llueva o deje de llover. Hablo en serio. En Galilea hubo un hombre santo, Joni el trazador de circulos, de los tiempos de mi bisabuelo, que era capaz de conseguirlo.

– Si, pero diles a los ninos lo que le paso -intervino mi tia Salome-. Te dejas la mejor parte.

– ?Que le paso a Joni? -pregunto Santiago.

– Los judios lo lapidaron en el Templo -dijo Cleofas encogiendose de hombros-. ?No les gusto su oracion! -Se echo a reir. Y siguio riendo a carcajadas, como si cada vez le pareciera mas divertido.

Pero yo no fui capaz de reirme.

La lluvia arrecio, las ramas ya no nos protegian y empezabamos a mojarnos.

Se me ocurrio una cosa, un pensamiento tan diminuto que lo imagine no mas grande que mi dedo menique. «Quiero que pare esta lluvia.» Simple de mi, pensar estas cosas. Hice inventario de todo lo sucedido -los gorriones, Eleazar…-y luego mire hacia arriba.

Habia dejado de llover.

Me quede pasmado contemplando las nubes, incapaz de hacer nada, de respirar siquiera.

Todo el mundo se alegro mucho. Salimos de nuevo al camino y continuamos hacia Nazaret.

No le dije nada a nadie, pero estaba preocupado, muy preocupado. Sabia que nunca podria contarle a nadie lo que acababa de hacer.

Al llegar, Nazaret me parecio muy bonito, la pequena calle y las casas blanqueadas y las enredaderas que crecian en nuestros enrejados pese al frio.

Me parecio incluso que la higuera habia echado todavia mas hojas en estos ultimos dias.

Y alli estaba Sara, esperandonos. El pequeno Santiago le estaba leyendo al viejo Justus. Y los mas pequenos se encontraban jugando en el patio o corriendo por las habitaciones.

Toda la tristeza y la pena de Seforis habia quedado atras.

Lo mismo que la lluvia.

17

Esa noche se decidio que yo me quedaria a trabajar con Jose en la casa y que Alfeo y sus hijos Levi y Silas, asi como Cleofas y quiza Simon, irian al mercado de Seforis para conseguir una cuadrilla de peones. Habia dinero y hacia buen tiempo.

Se decidio asimismo que, al margen de donde trabajara cada cual, los chicos visitariamos la sinagoga donde se impartian las clases y estudiariamos alli con los tres rabinos. Hasta que nos dejaran marchar, probablemente a media manana, no nos reuniriamos con los mayores.

Yo no queria ir a las clases. Y cuando cai en la cuenta de que, una vez mas, todos los hombres de la familia venian con nosotros colina arriba, me entro miedo.

Luego vi que Cleofas llevaba al pequeno Simeon de la mano, y que tio Alfeo llevaba al pequeno Josias y tio Simon a Silas y Levi. Quizas era la manera.

En la escuela nos encontramos a tres hombres que yo habia visto en la sinagoga. Nos acercamos al mas anciano, el cual nos indico por senas que entraramos. Aquel hombre no habia hablado ni ensenado durante el sabbat.

Era, como digo, un hombre muy viejo, y yo no habia llegado a mirarle del todo porque me dio miedo hacerlo en la sinagoga. Pero el era el maestro.

– Estos son nuestros hijos, rabino -dijo Jose-. ?Que podemos hacer por ti?

Ofrecio al rabino una bolsa de dinero, pero el rabino no la cogio. Senti un vahido.

Yo nunca habia visto rechazar una bolsa de dinero. Al levantar los ojos vi que el rabino me estaba mirando. De inmediato baje la mirada. Queria llorar.

No pude recordar una sola palabra de lo que mi madre me habia dicho aquella noche en Jerusalen. Solo me acordaba de su cara y de como me habia hablado en susurros. Y el aspecto de Cleofas en su lecho de enfermo, cuando hablo y todos creimos que se iba a morir.

El anciano tenia el pelo y la barba completamente blancos. Con la mirada fija en los bajos de su tunica, adverti que la tela era de buena calidad, las borlas cosidas con el apropiado hilo azul.

Hablo con voz suave y afable:

– Si, Jose. Conozco a Santiago, Silas y Levi, pero ?Jesus hijo de Jose?

Los hombres que estaban detras de mi no dijeron nada.

– Rabino, viste a mi hijo en el sabbat -dijo Jose-. Tu sabes que es mi hijo.

No necesite mirar a Jose para adivinar que estaba soliviantado. Hice acopio de fuerzas y levante la vista hacia el anciano, que miraba a Jose.

Entonces, sin poder evitarlo, rompi a llorar en silencio. Mis ojos parecian serenos, pero las lagrimas estaban alli. Trague saliva y aguante como pude.

El anciano no dijo nada. Todos callaban.

Jose hablo como si pronunciara una oracion:

– Jesus hijo de Jose hijo de Jacob hijo de Matan hijo de Eleazar hijo de Eliud de la tribu de David, que vino a Nazaret por unas tierras que le concedio el rey para establecerse en la Galilea de los gentiles. E hijo de Maria hija de Ana hija de Matatias y Joaquin hijo de Samuel hijo de Zakai hijo de Eleazar hijo de Eliud de la tribu de David; Maria de Ana y Joaquin, una de las que fueron enviadas a Jerusalen para estar entre las ochenta y cuatro menores de doce anos y un mes elegidas para tejer los dos velos anuales para el Templo, como asi lo hizo ella hasta que tuvo edad para volver a casa. Y asi consta en los archivos del Templo, sus anos de servicio y este linaje, como se hizo constar el dia en que el nino fue circuncidado.

Cerre y abri los ojos. El rabino parecia complacido, y cuando vio que yo le miraba, me sonrio incluso. Luego volvio a mirar a Jose.

– No hay nadie aqui que no recuerde vuestros esponsales -dijo-. Y hay tambien otras cosas que todos recuerdan, ya me entiendes.

Otro silencio.

– Recuerdo -prosiguio el rabino, sin alterar el tono- el dia en que tu joven prometida salio de la casa y alboroto a todo el pueblo…

– Rabino, estamos ante ninos pequenos -dijo Jose-. ?No son los padres quienes tienen que contarles esas cosas a sus hijos cuando llega el momento?

– ?Los padres? -pregunto el rabino.

– Segun la Ley, soy el padre del nino -dijo Jose.

– Pero di: ?donde se celebraron tus esponsales y donde nacio tu hijo?

– En Judea.

– ?Que ciudad de Judea?

– Cerca de Jerusalen.

– Pero no en Jerusalen…

– Nos casamos en Betania -dijo Jose- en casa de los parientes que mi mujer tiene alla, sacerdotes del Templo, su prima Isabel y el marido de esta, Zacarias.

– Ah, ya, y el nino nacio alli…

Jose no quiso responder, pero ?por que?

– No -dijo al fin-. Alli no.

– ?Donde entonces?

– En Belen de Judea.

El rabino miro a un lado y otro, y las cabezas de los otros dos rabinos que lo acompanaban se volvieron hacia el. No dijeron ni una palabra.

– Belen -repitio finalmente el viejo rabino-. La ciudad de David.

Jose guardo silencio una vez mas.

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