salmos.

Por fin tuvimos noticias de que Herodes Arquelao y Herodes Antipas acababan de llegar junto con todo el sequito que habia ido a entrevistarse con Cesar Augusto. Nos congregamos en la sinagoga para oir el anuncio de boca de un sacerdote joven recien llegado de Jerusalen con la mision de comunicar la noticia. Hablaba muy bien el griego.

Herodes Antipas, hijo del temido Herodes el Grande, iba a ser gobernador de Galilea y Perea; Herodes Arquelao, a quien todo el mundo odiaba, seria el etnarca de Judea, mientras que otros hijos de Herodes gobernarian lugares mas alejados. El palacio de la ciudad griega de Ascalon se adjudicaba a una princesa de Herodes. El nombre Ascalon me gusto.

Cuando pregunte a Jose por esa ciudad, me dijo que habia ciudades griegas a lo largo y ancho de Israel y Perea, e incluso en Galilea, ciudades con templos a idolos de marmol y oro. Alrededor del mar de Galilea habia diez ciudades griegas, conocidas como Decapolis.

Aquello me sorprendio. Estaba acostumbrado a Seforis y sus costumbres judias. Si, sabia que Samaria era Samaria, y que no teniamos tratos con los samaritanos pese a que estaban muy cerca de nuestras fronteras. Pero ignoraba que hubiera ciudades paganas en la region. Ascalon. Imagine a la princesa Salome, la hija de Herodes, paseando por su palacio en Ascalon. Yo nunca habia entrado en un palacio, pese a que sabia lo que era, tal como lo sabia respecto a un templo pagano.

– Cosas del Imperio -dijo mi tio Cleofas-. No te preocupes por que haya tantos gentiles entre nosotros. Herodes, rey de los judios -dijo con tono de inquina-, construyo muchos templos al emperador y a esos idolos paganos.

Ahi tienes a nuestro rey de los judios.

Jose hizo un gesto para que se callara.

– Estamos en nuestro hogar -dijo-. En Israel.

– Si -ironizo Alfeo-, pero si sales por esa puerta estas en el Imperio.

No supimos si podiamos reirnos de eso, pero Cleofas asintio con la cabeza.

– Entonces, ?donde empieza y termina Israel? -pregunto Santiago.

– ?Aqui! -dijo Jose, senalando-, ?y alli! Y dondequiera que haya judios observando la Ley de Moises.

– ?Veremos alguna vez esas ciudades griegas? -pregunte.

– Ya viste Alejandria, has visto las mejores, las mas grandes -dijo Cleofas-. Alejandria solo es superada por Roma.

Estuvimos de acuerdo.

– Recuerda esa ciudad y recuerda todo esto -prosiguio Cleofas-, pues en cada uno de nosotros esta toda la historia de lo que somos. Estuvimos en Egipto, como estuvo nuestro pueblo hace mucho, y al igual que ellos regresamos a casa. Vimos combates en el Templo, como nuestros antepasados bajo el dominio de Babilonia, pero el Templo ya esta restaurado. Sufrimos durante el viaje hasta aqui, como nuestro pueblo padecio en el desierto y bajo el yugo de los enemigos, pero hemos vuelto a casa.

Mi madre levanto la vista de su costura.

– Ah, entonces fue por eso -dijo, como habria hecho una nina. Se encogio de hombros, meneo la cabeza y siguio con su labor-. Antes no lo comprendia…

– ?El que? -pregunto Cleofas.

– Pues por que un angel tuvo que aparecerse a Jose y decirle que volviera a casa pese a toda la sangre y todos los horrores, pero tu acabas de darle un sentido, ?no? -Miro a Jose.

El sonrio, creo que porque hasta ese momento no habia pensado en eso.

Los ojos de mi madre tenian un brillo infantil, la confianza del nino.

– Si -dijo Jose-. Ciertamente, asi parece. Esa fue nuestra travesia del desierto.

Mi tio Simon, que estaba dormitando en su estera con la cabeza apoyada en el codo, se incorporo y dijo con voz de sueno:

– Los judios le sacamos sentido a cualquier cosa. Sila rio.

– No -dijo mi madre-, es verdad. Es solo cuestion de verlo. Recuerdo cuando estaba en Belen y le pregunte al Senor: «Pero ?como?, ?como?», y despues…

Me miro y me paso la mano por el pelo, como hacia a menudo. A mi me gustaba, pero no me acurruque con ella. Ya era mayor para eso.

– ?Que paso en Belen? -dije, olvidando por un momento la orden de Jose de no hacer preguntas-. Lo siento - susurre.

Mi madre se dio cuenta de todo y miro a Jose.

Nadie dijo una palabra.

Mi hermano Santiago estaba observandome con expresion severa.

– Tu naciste alli, ya lo sabes -dijo mi madre-, en Belen. Habia mucha aglomeracion aquella noche. -Hablaba mirandonos alternativamente a Jose y a mi-. No encontramos alojamiento en todo el pueblo (eramos Cleofas, Jose, Santiago y yo), y el posadero nos instalo en un establo situado en una cueva que habia al lado. Fue una suerte, porque alli se estaba caliente. Fuera nevaba.

– ?Yo quiero ver la nieve! -dije.

– La veras algun dia -respondio ella.

Los demas permanecieron callados. La mire. Mi madre queria continuar, se lo note en la cara. Y ella sabia lo mucho que yo deseaba que siguiera hablando.

– Naciste en aquel establo -anadio-. Y yo te envolvi y te puse en el pesebre.

Todos rieron, la acostumbrada risa familiar.

– ?En un pesebre?, ?como si fuera heno para los burros? -Entonces, ?este es el secreto de Belen?

– Si -respondio mi madre-, y probablemente estuviste mejor alli que cualquier otro recien nacido en Belen aquella noche. Gracias a los animales estuvimos calentitos, mientras que los huespedes se helaban en las habitaciones de la posada.

Otra vez la risa familiar.

Recordarlo los puso a todos contentos, menos a Santiago, que estaba pesaroso, sumido en sus pensamientos. Debia de tener unos siete anos cuando sucedio aquello, la edad que yo tenia ahora. ?Como saber lo que el penso? Nuestras miradas se encontraron, y algo paso entre los dos. El aparto la vista.

Yo queria que mi madre me contara mas.

Pero se habian puesto a hablar de otras cosas, de las primeras lluvias, de las noticias de paz que venian de Judea, de las perspectivas de volver a Jerusalen en la proxima Pascua si las cosas seguian yendo bien.

Me levante y sali. La noche era fria, pero me sento bien despues del calor de la casa. ?El secreto de Belen no podia ser solo eso! Tenia que haber algo mas.

Resultaba dificil encajar todas las piezas, las preguntas, los momentos y las frases pronunciadas, las dudas.

Recorde aquel horrible sueno, el ser alado y las cosas malas que me habia dicho. En el sueno no me habian hecho dano. Ahora si, y como. ?Ah, si hubiera podido hablar con alguien! Pero no tenia a nadie a quien contarle lo que llevaba en mi corazon, ?y nunca lo tendria!

Oi pasos detras de mi y al punto una mano me toco el hombro. Oi una respiracion y supe que era la vieja Sara.

– Ve dentro, Jesus hijo de Jose -me dijo-, hace demasiado frio para que estes aqui contemplando las estrellas.

Di media vuelta y obedeci, pero porque ella me lo decia, no porque quisiera entrar en la casa. Volvimos a la calida reunion familiar. Esta vez me tumbe con mis tios, el brazo por almohada, y contemple el brasero con sus ascuas encendidas.

Los pequenos empezaron a alborotar. Mi madre fue a ocuparse de ellos y luego pidio ayuda a Jose.

Mis tios fueron a acostarse a sus habitaciones respectivas. Tia Esther estaba en la otra parte de la casa con su bebe, Esther, que volvia a berrear.

La vieja Sara estaba sentada en el banco, porque era demasiado anciana para hacerlo en el suelo. Santiago me estaba mirando, y el fuego se reflejaba en sus ojos.

– ?Que pasa? -le pregunte-. ?Que quieres decirme? -pregunte quedamente.

– ?Que ha sido eso? -salto Sara, al parecer oyendo algo, y se puso de pie-. ?Ha sido el viejo Justus? -Fue a la

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