Despues del largo trecho cuesta arriba desde la ciudad hasta el pueblo, estaba tan cansado que quise ahorrar mi alegria por estar cerca de Jerusalen para el dia siguiente. Era la hora del crepusculo y habia gente acampada por todas partes. Mi madre y mi padre me tomaron de las manos y fuimos rapidamente a ver a Isabel.
La casa era grande, una casa rica, con buenos pavimentos, paredes pintadas y ricos cortinajes en las puertas. El joven que nos recibio tenia modales exquisitos, lo que sin duda significaba que habia sido rico. Vestia de lino blanco y llevaba unas sandalias de hermosa factura. Su pelo negro y su barba brillaban de aceite perfumado. Tenia un rostro luminoso, y nos recibio con los brazos abiertos.
– Este es tu primo Jose -nos presento mi madre-. Es sacerdote, y su padre Caifas tambien, como lo fue su propio padre. Jose, este es nuestro hijo Jesus.
– Me puso una mano en el hombro-. Venimos a ver a nuestra prima Isabel de Zacarias. Nos han dicho que se encontraba mal y que se alojaba aqui. Te damos las gracias por tu hospitalidad.
– Isabel es mi prima, como vosotros tambien -dijo el joven con voz suave.
Tenia ojos oscuros y vivaces, y me sonrio de una manera que me hizo sentir bien-. Entrad, por favor. Os ofreceria un sitio donde dormir, pero ya veis, tenemos gente por todas partes. Ya no cabe nadie mas…
– Oh, no, no venimos por eso -dijo Jose rapidamente-, solo para ver a Isabel. Y para pedirte si podemos acampar fuera. Somos toda una tribu.
Venimos de Nazaret, Cafarnaum y Cana.
– Sois bienvenidos -dijo el joven, indicando que le siguieramos-. Encontrareis a Isabel tranquila pero callada. No se si os conocera. No os hagais muchas ilusiones.
Yo sabia que estabamos ensuciando la casa con el polvo del camino, pero no habia nada que hacer. Habia peregrinos por todas partes, tumbados en mantas en cada habitacion, y gente que iba de aca para alla con vasijas, y ya habia bastante polvo. Seguimos adelante.
Entramos en una habitacion tan repleta como las otras, pero con grandes ventanales de celosia por donde entraba el sol de la tarde; el ambiente era agradable y calido. Nuestro primo nos llevo hasta un rincon donde, en una cama levantada del suelo, Isabel yacia inclinada sobre unas almohadas, muy abrigada con mantas de lana blanca. Estaba mirando hacia la ventana, al parecer contemplando el paisaje.
Nuestro primo se inclino hacia ella y le cogio el brazo.
– Esposa de Zacarias -dijo con dulzura-, unos parientes tuyos han venido a verte. Fue inutil.
Mi madre se inclino para besarla y le hablo, pero no obtuvo respuesta.
Isabel seguia mirando por la ventana. Se la veia mucho mas vieja que el ano anterior. Sus manos estaban tensas y retorcidas, apuntando rigidas hacia abajo. Parecia tan vieja como nuestra querida Sara, como una flor marchita a punto de desprenderse de la enredadera.
Mi madre miro a Jose y lloro contra su pecho, y nuestro primo Jose meneo la cabeza y dijo que habian hecho todo cuanto era posible.
– Ella no sufre -anadio-. Esta como sonando.
Mi madre no podia dejar de llorar, de modo que sali con ella mientras Jose hablaba con nuestro primo sobre sus respectivos antepasados, la charla habitual de familias y matrimonios.
Una vez fuera, mi madre y yo encontramos a los tios y la vieja Sara comodamente reunidos en las mantas, un poco aparte del resto de los peregrinos y no lejos del pozo.
Varios parientes de la casa se nos acercaron para ofrecernos comida y bebida, y nuestro primo Jose venia con ellos. Vestian todos de lino, eran bien educados y nos trataron con amabilidad, mas aun que si hubieramos sido personas de su condicion.
El mayor de ellos, Caifas, padre de Jose, nos dijo que como estabamos tan cerca de Jerusalen podiamos comer la Pascua en su casa. Que no nos preocuparamos por no estar dentro de las murallas. ?Que importaban unas murallas? Habiamos venido a Jerusalen y estabamos alli, y veriamos las luces de la ciudad en cuanto anocheciera.
Las mujeres salieron de la casa y nos ofrecieron mantas, pero nosotros ya teniamos las nuestras.
La vieja Sara y los tios entraron a ver a Isabel antes de que se hiciera tarde.
Santiago fue con ellos y luego volvio.
Cuando estuvimos todos reunidos y los primos ricos se hubieron marchado a Jerusalen para cumplir con sus obligaciones en el Templo por la manana, la vieja Sara dijo que le gustaba el joven Jose, que era un buen hombre.
– Son descendientes de Zadok, y eso es lo importante -dijo Cleofas-. Con eso basta.
– ?Por que son ricos? -pregunte.
Todos rieron.
– Son ricos gracias a las pieles de los sacrificios que les pertenecen por derecho -dijo Jose, muy serio-. Y proceden de familias ricas.
– Si, ?y que mas? -dijo Cleofas.
– La gente nunca habla bien de los ricos -dijo la vieja Sara.
– ?Es que tienes algo bueno que decir de ellos, anciana? -replico Cleofas.
– ?Ah, con que se me permite hablar en la asamblea de los sabios! -respondio ella, ironica. Mas risas-. Pues si, tengo cosas que decir. ?Quien crees que los escucharia si no fueran ricos?
– Hay muchos sacerdotes pobres -dijo Cleofas-·. Lo sabes tan bien como yo. Los sacerdotes de nuestro pueblo son pobres. Zacarias era pobre.
– No, el no era pobre -repuso Sara-. Rico tampoco, pero nunca fue pobre. De acuerdo, hay muchos que trabajan con sus manos y no tienen mas remedio. Y van ante el Senor, si. Pero ?poner en lo mas alto a quienes protegen el Templo? No, eso no. Ese sitial solo pueden ocuparlo hombres que sean temidos por otros hombres.
– ?Importa quienes sean mientras cumplan con sus obligaciones, mientras no profanen el Templo, mientras tomen de nuestras manos los sacrificios? -tercio Alfeo.
– No, claro que no importa -dijo Cleofas-. El viejo Herodes eligio a Joazer como sumo sacerdote porque era el que mas le interesaba. Y ahora Arquelao quiere a otro distinto. ?Cuanto tiempo hace que Israel no elige a su sumo sacerdote?
Levante la mano como habria hecho en la escuela. Mi tio Cleofas se volvio hacia mi.
– ?Como sabe la gente si los sacerdotes hacen lo que deben hacer? -pregunte.
– Todos observan su comportamiento -dijo Jose-. Los otros sacerdotes, los levitas, los escribas, los fariseos.
– ?Oh, desde luego, los fariseos sobre todo! -bromeo Cleofas.
Y eso si nos hizo reir. Queriamos mucho a nuestro rabino, el fariseo Jacimus, pero su estricta observancia de las normas se prestaba para las chanzas.
– ?Y tu, Santiago? -dijo Cleofas-. ?No tienes nada que preguntar?
Sombrio, Santiago estaba absorto en sus pensamientos.
– El viejo Herodes asesino a un sumo sacerdote -dijo en voz baja, como un hombre mas-. Asesino a Aristobulos porque este deslumbraba a su pueblo, ?no es verdad?
Los hombres asintieron con la cabeza.
– Asi es -dijo Cleofas-. Ordeno que lo ahogaran por ello, y todo el mundo lo sabia. Todo porque Aristobulos se presentaba ante el pueblo con sus vestiduras y al pueblo le gustaba.
Santiago aparto la vista.
– ?Pero que conversacion es esta! -dijo Jose-. Hemos venido a la casa del Senor para ofrecer sacrificios. Para ser purificados. Para comer la Pascua. No hablemos de estas cosas.
– Si, tienes razon -dijo la vieja Sara-. Yo digo que Jose nuestro primo es un buen hombre. Y cuando despose a la hija de Anas, estara mas cerca de quienes tienen el poder.
Mis tias, y Alejandra tambien, estuvieron de acuerdo.
Cleofas estaba asombrado.
– ?No llevamos aqui ni dos horas y las mujeres ya sabeis que Jose Caifas se va a casar! ?Como haceis para enteraros de esas cosas?
– Todo el mundo lo sabe -dijo Salome-. Si no estuvieras tan ocupado citando a los profetas, tu tambien te enterarias.
– Quien sabe -dijo la vieja Sara-. Quizas algun dia Jose Caifas llegara a sumo sacerdote…
