Supe por que decia eso. Pese a su juventud, Jose tenia un aire especial, en su manera de moverse y hablar, una facilidad de trato con todos, una gentileza peculiar. Al recibirnos se habia preocupado por nosotros pese a que no eramos ricos, y detras de sus expresivos ojos negros habia un alma fuerte.

Pero ahora mis tias estaban discutiendo sobre ese punto con mas ardor que los hombres, que les decian a ellas que se callaran, que no sabian nada de nada, y que eso era avanzar mucho las cosas, pero todos sabian que Arquelao podia cambiar al sumo sacerdote cuando le viniera en gana.

– ?Te has vuelto profeta, Sara, y por eso sabes que ese hombre sera sumo sacerdote? -la pincho Cleofas.

– Quiza -dijo ella-. Se que seria un buen sumo sacerdote. Es inteligente y devoto. Es pariente nuestro. Es… es un hombre que me llega al corazon.

– Pues dale tiempo -dijo Cleofas-. Y que nuestros primos que nos han acogido aqui sean bendecidos por su generosidad. ?Que opinas tu, Jose? -anadio.

Jose, que se mantenia callado, sonrio, fingio estar reflexionando profundamente, y luego dijo:

– Jose Caifas es un hombre alto. Muy alto. Y camina muy erguido, y tiene unas manos largas que parecen pajaros volando pausadamente. Y se casa con la hija de Anas, nuestro primo, que es primo de la casa de Boethus. Si, yo creo que sera sumo sacerdote.

Todos reimos. Incluso la vieja Sara.

El miedo me habia abandonado, pero yo aun no lo sabia. La cena estuvo muy apetitosa.

La familia de Caifas nos sirvio un buen potaje de lentejas con muchas especias, una pasta de deliciosas aceitunas en aceite y abundantes datiles confitados, que nosotros casi nunca comiamos en casa. Y, como siempre, habia pasteles de higos secos, pero estos estaban muy ricos. El pan era ligero y recien sacado del horno.

La esposa de Caifas, madre de Jose Caifas, se ocupo personalmente de que nos sirvieran vino; sus velos eran muy decorosos y le cubrian todo el cabello, dejando visible solo una pequena parte de la cara. La luz de las teas nos permitio verla en el umbral. Ella saludo con el brazo y volvio a entrar en la casa.

Hablamos del Templo, de nuestra purificacion y de la festividad en si: las hierbas amargas, el pan sin levadura, el cordero asado y las oraciones que pronunciariamos. Los hombres lo explicaban de manera que los chicos pudieran entenderlo, pero otro tanto habian hecho los rabinos en la escuela, de modo que ya sabiamos lo que pasaria y lo que debiamos hacer.

Estabamos ansiosos porque el ano anterior, entre los disturbios y el miedo, no habiamos podido cumplir con el ritual. Ahora queriamos aparecer ante el Senor tal como la Ley de Moises lo exigia.

Debo decir que Santiago ya casi habia terminado la escuela. Ahora tenia trece anos y ante el Senor era ya un hombre. Silas y Levi eran mayores que el y ya no asistian a la escuela. Ambos habian tenido problemas con los estudios.

El rabino no queria que se fueran pero ellos le habian suplicado, aduciendo que tenian mucho trabajo en casa. Asi, mientras los demas repasabamos las normas de la festividad, ellos se alegraron de saltarse las clases.

Mientras nos acababamos la cena, varios chicos de los campamentos vinieron a buscarnos. Eran simpaticos, pero yo estaba pensando en mi primo Juan hijo de Zacarias, que se habia ido a vivir con los Esenos. Me preguntaba si se sentiria bien alli. Estaba en pleno desierto, decian. ?Cada cuanto veria a su madre? ?Reconoceria ella a su propio hijo? Pero ?por que pensar en estas cosas? Vinieron a mi mente aquellas palabras sobre que su nacimiento habia sido anunciado. Mi madre tambien habia acudido a los Esenos cuando supo que yo iba a nacer. Ardia en deseos de ver a Juan, pero ?cuando iba a tener esa posibilidad?

Los Esenos no asistian a las festividades. Vivian una existencia muy apartada y eran mas estrictos aun que los fariseos. Los Esenos sonaban con un Templo renovado. Una vez vi a un grupo de Esenos en Seforis, todos con sus prendas blancas. Estaban convencidos de que ellos eran el verdadero Israel.

Al final, aunque tenia ganas de jugar, deje a los chicos y trate de localizar a Jose. Estaba anocheciendo y alla abajo la ciudad empezaba a llenarse de luz.

Las luces del Templo eran brillantes y hermosas, pero yo no podia buscar en todo el pueblo y los campamentos, y ni siquiera di con Cleofas.

Solo, Jose estaba contemplando la ciudad, escuchando la musica y el batir de cimbalos que procedian de algun lugar cercano. Daba sorbos a un vasito de vino.

Se lo pregunte a bocajarro:

– ?Volveremos a ver algun dia al primo Juan?

– Quien sabe. Los Esenos estan al otro lado del mar Muerto, al pie de las montanas.

– ?Tu crees que son buena gente?

– Son hijos de Abraham como el resto de nosotros -dijo-. Se puede ser peores cosas que Eseno. -Hizo una pausa y continuo-: Eso pasa con nosotros los judios. Ya sabes que en nuestro pueblo hay hombres que no creen en la resurreccion del ultimo dia. Y luego estan los fariseos. Los Esenos creen con toda su alma y se esfuerzan al maximo para agradar al Senor. Asenti con la cabeza.

A mi me constaba que todos los del pueblo querian ir al Templo, y que observar las festividades era importante para ellos. Pero no lo dije, porque me parecio que en sus palabras habia verdad. No tenia mas preguntas que hacer.

Me consumia la tristeza. Mi madre queria a su prima. Recorde verlas abrazadas al despedirse la ultima vez que habiamos estado juntos. Y que yo habia sentido mucha curiosidad por mi primo. Despedia tal sensacion de… de seriedad, si, esa es la palabra, seriedad. Eso fue lo que me atrajo de el.

Los otros chicos del campamento eran muy simpaticos y los hijos de los sacerdotes hablaban bien y decian cosas buenas, pero yo no tenia ganas de estar con ellos. Deje a Jose. Yo tenia prohibido preguntarle las cosas que me pesaban en el corazon. Prohibido.

Me tumbe en la estera e intente dormir pese a que en el cielo apenas empezaban a aparecer las primeras estrellas.

Alrededor, los hombres discutian sin parar, unos decian que el sumo sacerdote no era el mejor, que Herodes Arquelao se habia equivocado en su eleccion, mientras otros sostenian que el sumo sacerdote era aceptable y que nos convenia tener paz, no mas revueltas.

Sus voces airadas me asustaron.

Me levante, deje alli la estera y eche a andar alejandome del campamento por la ladera. Me sento bien estar bajo las estrellas.

Habia otros campamentos pero mas pequenos; cubrian las pendientes y sus fogatas iluminaban poco, mientras en lo alto la luna brillaba hermosa sobre la region. Las estrellas desparramadas por el firmamento formaban sus bonitos dibujos.

La hierba olia muy bien y no hacia demasiado frio. Me pregunte si Juan estaria viendo ahora esas mismas estrellas en el desierto.

Entonces se acerco Santiago llorando.

– ?Que te pasa? -pregunte incorporandome. Le cogi la mano. Nunca habia visto asi a mi hermano mayor.

– Necesito decirtelo… -empezo-. Lo siento. Perdona todas las cosas malas que te he dicho. Perdona por… haber sido malo contigo.

– ?Malo? Santiago, pero ?que estas diciendo?

– Nadie podia oirnos ni vernos.

– No puedo ir manana al Templo con esto dentro de mi, sabiendo que te he tratado tan mal.

Fui a abrazarle, pero el se aparto.

– Santiago -dije-, ?tu nunca me has hecho dano!

– No tenia ningun derecho a contarte lo de los magos que fueron a Belen.

– Pero yo queria que me lo contaras -repuse-. Queria saber lo que paso cuando naci. Necesito saberlo, Santiago. ?No quieres contarmelo todo?

– No te lo conte para complacerte. ?Lo hice solo para fastidiarte!

Sabia que eso era verdad. La dura verdad. Una mas de las duras verdades que Santiago solia decir.

– Pero me dijiste lo que yo queria saber -replique-. Eso estuvo bien. Yo lo queria.

Santiago nego con la cabeza. Sus lagrimas no cesaban. Era el sonido de un adulto llorando.

– Santiago, te apenas por nada, en serio. Yo te quiero, hermano, no sufras por esto.

– Tengo que decirte otra cosa -susurro, como si hablar en susurros fuera necesario, aunque no lo era: estabamos lejos de los demas-. Te he odiado desde que naciste -dijo-. Te odiaba ya antes de que nacieras. ?Solo

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