Luego pense en el joven Aristobulos, el sumo sacerdote a quien el viejo Herodes habia hecho asesinar. «Ojala los magos no se lo hayan contado a Herodes…»

Recorde las palabras de mi madre: «Tu no eres hijo de un angel.» Que nino era yo cuando me dijo eso. No habia vuelto a pensar en aquellas palabras desde la noche en que ella me hablo en el tejado, aqui en Jerusalen. No me habia permitido pensar en ello. Pero ahora si, y todas las extranas imagenes que me habia formado al oir el relato de Santiago explotaron de color en mi mente.

Pero yo no queria esos pensamientos, esos fragmentos de algo que era incapaz de completar. Yo queria la paz y la dicha que habia sentido hacia solo unos momentos. Y la paz y la dicha volvieron. Tanto es asi, que ya no fui un muchacho alli de pie entre otras personas, sino que fui mi alma, mi entendimiento, como si pudiera salir de mi cuerpo, mi alma transportada en las olas de la musica, como si yo no tuviera peso ni tamano y de este modo, en ese momento, pudiera entrar en el sanctasanctorum, y asilo hice: atravese la cancela y la pared, sin dejar de proyectarme mas y mas hacia fuera de mi mismo. «Te llamaron Christos Kyrios.»

«Senor, dime quien soy. Dime que debo hacer.»

Volvi en mi al sonido de un llanto, un sonido empequenecido por la musica y las oraciones susurradas en hebreo. Era Santiago. Estaba temblando.

Mire de nuevo el gran altar de piedra de los sacrificios, y los sacerdotes arrojando la sangre sobre las losas. La sangre pertenecia al Senor. Ya pertenecia al Senor cuando aun estaba en el animal, y tambien ahora. La sangre era la vida del animal. Un israelita j amas debia ingerir sangre. Las piedras del altar estaban empapadas de sangre.

Era una cosa hermosa y oscura como la musica, y como las oraciones que se oian por doquier en hebreo. El propio ir y venir de los sacerdotes recordaba los movimientos de una danza.

«No, ya no soy un nino. Ya no.»

Pense en los hombres que habian muerto un dia como aquel el ano anterior. Pense en los que habian perecido quemados en ese mismo Templo.

Pense en este Templo cubierto de sangre. Sangre. Siempre sangre.

Santiago sujetaba con fuerza a las dos tortolas, que trataban de escapar, formando una jaula con sus dedos.

– Confieso mis pecados -susurro-. Soy culpable de envidia y de rencor.

Intento tragarse las lagrimas. A sus trece anos, era un hombre que lloraba.

Yo no sabia si alguien se habia dado cuenta de que lloraba, pero entonces vi la mano de Jose en su hombro, dandole consuelo. Jose le beso en la mejilla. Jose queria a su hijo Santiago. Le queria mucho. Y tambien a mi. Queria a cada uno de un modo diferente.

Santiago mostro sus pajaros e inclino la cabeza cuando el sacerdote se acerco a nosotros.

– «Pues nos ha nacido un nino -recito Santiago del profeta Isaias-, se nos ha dado un hijo que lleva sobre sus hombros el dominio. -Trato de contener las lagrimas, antes de continuar-. Y se le ha dado el nombre de Consejero Portentoso, Heroe-Divino, Padre-Sempiterno, Principe de Paz.»

Me volvi para mirarle. ?Por que esa oracion?

– Que el Senor perdone mi envidia. Que el Senor perdone mis pecados y yo pueda quedar limpio. Deja que no tenga miedo. Dejame comprender. Me arrepiento de todo.

De subito, el sacerdote estaba alli plantado delante de nosotros, con la barba y el rostro salpicados de sangre. Pero era hermoso con su lino blanco y su mitra. Detras de el estaba el levita. El sacerdote acerco el cuenco dorado.

Con los ojos casi cerrados miro fijamente a Santiago, quien hizo una inclinacion con la cabeza y le entrego las dos tortolas.

– Esto es una ofrenda por pecar -dijo Santiago.

Me empujaron hacia delante y me inclinaron para que pudiese ver, pero el sacerdote se perdio enseguida entre los demas sacerdotes y ya no pude ver lo que hacian en el altar. Lo sabia por las Escrituras, eso si. Le retorcian el pescuezo al pajaro y derramaban su sangre. Esa era la ofrenda por pecar. El segundo pajaro seria quemado.

No estuvimos alli mucho tiempo.

Habia terminado. Deuda saldada.

Regresamos, casi a empujones, y pronto estuvimos entre la multitud del Patio de los Gentiles. Esta vez no fuimos hacia el centro sino que seguimos la columnata conocida como Portico de Salomon.

Habia maestros sentados bajo el porche, y muchos hombres jovenes formando corro alrededor. Tambien algunas mujeres se detenian para escucharlos. Oi a uno que ensenaba en arameo, y luego otro que contestaba a una pregunta en griego ante una abigarrada multitud.

Yo queria parar, pero la familia siguio adelante, y cada vez que yo aflojaba el paso para mirar a los maestros, para pescar alguna palabra suelta, alguien me cogia de la mano y tiraba de mi.

Finalmente vi el gran portico un poco mas alla. No habia tanta gente como antes. Salimos y vimos a la vieja Sara bajo el tejado, sentada a la sombra de una columna con Bruria, nuestra triste refugiada, y tambien Riba, que jugaba con su bebe. Estaban alli mi madre y mis tias. Me habia olvidado por completo de ellas. Ni siquiera sabia que las estabamos buscando. Sara recibio a Santiago con un abrazo y un beso.

Como estabamos muy cansados, nos sentamos con ellas. Enseguida me fije en que mucha gente hacia lo mismo pese a que los albaniles estaban trabajando a escasa distancia, en la pared del fondo. Nos pusimos muy juntos para que la gente pudiese pasar.

Muchos se marchaban del Templo. Dos o tres mercaderes habian recogido sus jaulas y estaban bajando las escaleras. Pero todavia habia otros que protestaban y se gritaban entre si, y varias personas se demoraban todavia en las mesas de cambiar dinero.

Los levitas que vendian el aceite y la harina para el sacrificio estaban plegando sus mesas. Entonces vi que los guardias se aproximaban a la escalera para observar a quienes abandonaban el Templo.

El sacrificio vespertino del cordero pronto habria terminado. Yo no lo sabia con certeza, pero no me preocupaba; aun tenia muchas cosas que aprender, todo a su tiempo.

Cerca de alli vi a un ciego sentado en un taburete, un hombre con una larguisima barba gris que estaba hablando en griego a nadie con los brazos extendidos, o tal vez hablaba a todo el mundo. La gente le lanzaba monedas al regazo. Los habia que se paraban a escuchar unos segundos. Yo no podia oirle bien debido al alboroto general. Le pregunte a Jose si me dejaba darle algo y escuchar lo que decia.

Jose lo penso un momento y luego me dio un denario, que era mucho. Cogi la moneda y corri a sentarme a los pies del ciego.

Hablaba un griego muy bonito, tan suave como el de Filo de Alejandria.

Estaba recitando un salmo:

– «Permite que mi grito de alegria llegue a ti, Senor, dame comprension como me prometiste…» -Callo un momento y palpo la moneda que yo habia dejado en su regazo. Roce el dorso de su mano. Tenia los ojos velados, de un gris palido-. ?Y quien es este que me da tanto y viene a sentarse a mis pies? -pregunto-. ?Un hijo de Israel o alguien que busca al Senor de Todos?

– Un hijo de Israel, maestro -respondi en griego-. Un alumno en busca de la sabiduria de tus cabellos grises.

– ?Y que quieres saber, nino? -pregunto el, mirando al frente. Deslizo la moneda en el cinto que cenia su tunica.

– Maestro, por favor, dime quien es Christos Kyrios.

– Ah, pequeno, son muchos los ungidos -dijo-, pero ?el ungido por el Senor? ?Quien crees tu que podria ser, aparte del hijo de David, el rey ungido de la raiz de Jese que habra de gobernar Israel y traer la paz a la Tierra Prometida?

– Pero, maestro, ?y si unos angeles cantaron cuando ese ungido nacio?, ?y si unos magos fueron a llevarle presentes, siguiendo una estrella en el cielo?

– Oh, esa vieja historia -dijo el ciego-. El bebe que nacio en un pesebre, alla en Belen. De modo que la conoces. Ya casi nadie habla de esa historia. Es demasiado triste. Creia que estaba olvidada.

Me quede sin habla.

– La gente dice «aqui esta el Mesias» y «alla esta el Mesias» -continuo, diciendo «Mesias» en hebreo-. Cuando venga el Mesias lo sabremos, ?como no vamos a saberlo?

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