para que me sumara a su grupo, cosa que hice pero manteniendome un poco rezagado. Despues de todo, estaba cubierto del polvo del campamento, mientras que el iba como siempre, de punta en blanco, lo mismo que quienes le acompanaban, que probablemente eran tambien sacerdotes.

Pero yo hacia lo que Cleofas me habia dicho. Iba acompanado por alguien.

No estaba solo.

Cuando llegamos a las cercanias del Templo me escabulli.

El Patio de los Gentiles no estaba muy lleno, y por primera vez pude apreciar realmente la magnitud del Templo y sus ornamentos. Era tal como decia Cleofas.

Pero no era esto lo que yo queria ver.

Fui al Portico de Salomon para escuchar a los maestros.

Habia muchos, y algunos de ellos atraian mas publico que otros. Yo buscaba a un anciano, un hombre fragil por sus muchos anos y con el pelo blanco.

Finalmente di con el mas anciano de todos, un hombre muy flaco, con unos ojos que despedian chispas y sin un solo pelo en la cabeza debajo del chal, aunque si pelos grises en los lados. Iba bien vestido y llevaba hilos azules cosidos a sus borlas. Tenia un buen corro de jovenes alrededor, algunos bastante mayores que yo.

Lo observe y escuche sus palabras.

El anciano hacia preguntas a los chicos, mirando fijamente a quien respondia. Tenia una risa facil, amistosa y agradable, pero todo el irradiaba autoridad. Decia lo que tenia que decir, sin malgastar una sola palabra. Y su voz tenia la viveza de una persona mucho mas joven.

Sus preguntas eran parecidas a las que nuestros rabinos podrian habernos hecho. Me acerque un poco mas y ofreci algunas respuestas. El anciano parecio complacido. Me indico por gestos que me aproximara. Los chicos me hicieron sitio para que me sentara a sus pies. Ni siquiera pense en Santiago. Ofreci respuesta tras respuesta a sus preguntas. El rabino Berejaiah me habia adiestrado bien. Y al poco rato, el maestro dejo que otros chicos respondieran tambien.

Cuando sono el cuerno para el sacrificio vespertino, hicimos una pausa para decir las oraciones.

Llego entonces el momento que yo estaba esperando sin saberlo siquiera.

Mi corazon latia con fuerza. Los chicos se fueron a las habitaciones donde dormian o a sus casas en la ciudad. El maestro se encamino hacia la biblioteca del Templo, y yo le segui junto con otros dos chicos.

La biblioteca era grande, mas que la de Filo, y estaba llena de pergaminos.

Habia escribas copiando textos con la cabeza gacha, y cuando el anciano entro se levantaron en senal de respeto.

Pero el maestro paso de largo y fue hacia su lugar de estudio particular, permitiendonos entrar con el. Uno de los chicos le hizo preguntas sobre la Ley de Moises.

Yo lo oia todo, pero las palabras no penetraban en mi mente. Mi proposito era solo uno.

Por fin, quedamos a solas el y yo. Se habia sentado a su mesa y le habian llevado un vaso de vino. Las lamparas estaban encendidas y alrededor todo eran pergaminos. La sala olia a papiro y al aceite de las lamparas. Si mi corazon no hubiera estado aporreando mi pecho, aquel lugar me habria encantado.

– ?Que quieres de mi, chico? -pregunto el rabino-. Has esperado mucho este momento. Di lo que sea.

Espere un instante, pero no me venia nada a la cabeza, ninguna pregunta en concreto.

– Hace ocho anos, en Belen nacio un nino. Los angeles anunciaron el lugar a unos pastores. Lo llamaron «Cristo, el Senor». Unos dias despues se presentaron tres hombres de Oriente, unos magos persas que le ofrecieron presentes, afirmando que una estrella los habia guiado hasta el nino.

– Si -asintio el-. Conozco esa historia.

– ?Que fue del nino?

– ?Por que te interesa saberlo? ?Por que preguntas?

– Te suplico que me lo digas. No puedo pensar en otra cosa, noche y dia. Soy incapaz de comer o beber mientras no averigue lo de ese nino.

El maestro medito. Tomo un sorbo de vino.

– Te lo contare -dijo despues-, para que puedas quitartelo de la cabeza y estar en paz. Y estudiar, que es lo que deberias hacer.

– Si -dije.

– Esos magos, como tu los llamas, esos hombres sabios, vinieron a Jerusalen. Fueron al palacio de Herodes, al sur de Belen. Dijeron que habian seguido una estrella y que habian visto senales en el cielo que hablaban del nacimiento de un nuevo rey. -Hizo una pausa-. Eran hombres ricos, llevaban bellas vestiduras y venian con una caravana de sirvientes, eran asesores de sus gobernantes. Traian regalos para ese nino. Pero cuando estaban cerca de Jerusalen, la estrella quedo flotando sobre una serie de poblados. No consiguieron encontrar el sitio donde podia estar el nino. Herodes habia recibido a esos hombres y habia fingido interesarse por ese nuevo rey. -Sonrio con amargura. Bebio otro sorbo.

Espere.

– Nos convoco a nosotros, los ancianos, los escribas, los que conociamos las Escrituras, a fin de determinar donde habia de nacer el verdadero rey de Israel. El Cristo. Como de costumbre, Herodes ofrecio todo un espectaculo de ostentacion y fingimientos, implorando que le dijesemos que predecian las Escrituras.

Meneo la cabeza y aparto la vista, mirando hacia las paredes, para luego mirarme de nuevo.

– Le dijimos que el nuevo mesias habia de nacer en Belen. Era la verdad, ni mas ni menos. No deberiamos haberle dicho nada. ?Pero entonces no sabiamos que un nino habia nacido en Belen rodeado de signos milagrosos! No estabamos todavia al corriente porque el nino habia nacido solo unos dias atras. No sabiamos nada de los angeles, ni de la virgen madre. De todo eso nos enteramos despues, mucho despues. Solo conociamos las Escrituras, y pensamos que esos hombres de Oriente no eran mas que gentiles embarcados en una estupida busqueda. De modo que respondimos, no con astucia, sino con la verdad. En cuanto a Herodes, comprendiamos perfectamente que la ultima cosa que le habria gustado encontrar era al verdadero rey, el Cristo.

Inclino la cabeza y se quedo callado.

Yo no pude soportar su silencio.

– Maestro, ?que sucedio? -dije.

– Los magos fueron alli, eso lo supimos mas tarde. Encontraron al nino y le ofrecieron sus presentes. Pero no volvieron a hablar con Herodes como este les habia pedido. Se marcharon por caminos desconocidos. Y cuando Herodes descubrio que le habian enganado, monto en colera. Muy de manana, mientras todavia estaba oscuro, envio soldados de su fortaleza, y mientras el observaba desde un torreon, los soldados registraron todas las casas de Belen ?y mataron a todos los ninos menores de dos anos!

Me estremeci y las lagrimas afloraron a mis ojos.

– Arrancaron a los ninos de brazos de sus madres, les aplastaron la cabeza contra las piedras, los degollaron. Los mataron a todos. Ni uno solo escapo con vida.

– ?Pero eso es atroz! -exclame quedamente, ahogandome casi con mis palabras-. ?No es posible que hayan hecho eso!

– Por supuesto que si- dijo el maestro.

Los sollozos se agolpaban en mi garganta. No podia moverme. Intente taparme la cara pero no podia moverme. Me puse a temblar y llorar con todo mi cuerpo y toda mi alma.

Senti las manos del maestro en mis hombros.

– Hijo -dijo, tratando de calmarme-. Hijo. Pero yo no podia parar.

No podia parar ni podia decirselo. ?No podia decirselo a nadie! ?Esa tragedia habia ocurrido por nacer yo! Empece a gritar. Grite como la noche en que vi arder Jerico, y el terror que ahora me atenazaba era mil veces peor que aquel miedo, mil veces peor. No me tenia en pie.

Alguien me sujeto. El maestro me hablo con dulzura, pero las palabras se perdieron en medio de mi panico.

Vi los bebes. Los vi arrojados contra las piedras. Vi sus cuellos rajados. Vi los corderos degollados en el Templo durante la Pascua. Vi la sangre. Vi las madres gritando. No podia dejar de llorar.

Alrededor de mi alguien susurraba. Unas manos me izaron.

Fui tendido en una cama. Note un pano fresco en la frente. Los sollozos me atragantaban. No podia abrir los ojos. No podia dejar de ver a los bebes asesinados. No podia dejar de ver los corderos degollados, la sangre en el altar, la sangre de los bebes. Vi al hombre, a nuestro hombre, agonizando traspasado por la lanza. Vi a la

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