Yo estaba demasiado agitado para decir nada.

– Dime las palabras de Daniel, nino… «El que vendra como Hijo del Hombre.» Nino, ?estas ahi?

– Si, maestro, pero ?que historia es esa, la del nino que estaba en un pesebre? -pregunte.

– Fue algo espantoso, y ademas ?quien sabe que paso exactamente? Todo ocurrio muy rapido. Solo Herodes pudo hacer algo tan horrible, ?un malvado sediento de sangre! Pero no debo decir estas cosas. Su hijo es ahora rey.

– Pero, maestro, ?que fue lo que hizo? Estamos a solas, no hay nadie por aqui cerca. El ciego me tomo la mano.

– ?Cuantos anos tienes? Tu mano es pequena, y esta aspera de trabajar.

No quise decirselo. Sabia que se iba a sorprender.

– Maestro, debo averiguar lo que sucedio en Belen. Cuentamelo, te lo ruego.

– Cosas indecibles… -Meneo la cabeza-. ?Como hemos podido acabar bajo el yugo de semejante familia?, ?de unos hombres que ceden a la colera, que asesinan a sus propios hijos? ?A cuantos de sus propios descendientes aniquilo Herodes? ?A cinco? ?Y que dijo Cesar Augusto acerca de Herodes cuando este asesino a sus dos hijos varones? «Preferiria ser un cerdo de Herodes a ser su hijo.»

El ciego rio. Yo hice otro tanto por respeto a el, pero mi mente estaba conmocionada.

– Nino, responde por mi -dijo-. Debido a mi ceguera ya no puedo leer mis libros, y los libros lo eran todo para mi, mi unico consuelo, y me cuesta un dinero tener alguien que me los lea, mis libros son mi tesoro. No los regalare para pagar a un muchacho que me lea lo que queda de ellos. No puedo regalar los que yo mismo copie con tanto esmero, conforme a la Ley. Dime de Zacarias: «En ese dia… En ese dia…» Vamos, la ultima linea, nino…

– «En ese dia no habra ya mas mercaderes en la casa del Senor» -dije.

El anciano asintio.

– ?Los oyes? -pregunto.

Se referia a los hombres que cambiaban las monedas y a quienes discutian con ellos.

– Si, los oigo.

– ?En ese dia! -repitio-. En ese dia.

Mire sus ojos, el grosor del velo que los cubria. Era como leche sobre sus ojos. Si yo… No, pero habia hecho una promesa. Si yo hubiera sabido que eso estaba bien… pero lo habia prometido.

Sus dedos, blandos y resecos, apretaron los mios.

Y yo asi su mano y rece silenciosamente por el. «Oh, Dios misericordioso, solo si esa es tu voluntad, concedele el consuelo, concedele algun alivio…»

Jose estaba detras de mi.

– Ven, Yeshua -dijo.

– Que Dios te bendiga, maestro -dije yo, y le bese la mano.

El hombre se quedo agitandola a modo de despedida.

Tan pronto la vieja Sara se puso de pie y Riba se hubo asegurado el bebe con unas ligaduras, iniciamos el trayecto para salir del Templo.

En lo alto de la escalera que daba al tunel, Jose se detuvo y me agarro de la mano. Santiago habia seguido andando.

El ciego venia presuroso hacia nosotros, sus ojos negros y centelleando de luz. Miro a derecha e izquierda y luego de nuevo a Jose. Ver resucitar a un muerto no habria sido menos pasmoso.

El corazon me dio un vuelco.

– ?Aqui habia un nino! -exclamo el anciano-. ?Un nino! -Miro hacia mi y luego escalera abajo hacia la muchedumbre-. Un chico de doce o trece anos. Acabo de oir su voz hace un momento. ?Adonde ha ido?

Jose meneo la cabeza y, agarrandome con su fuerte brazo derecho, me subio a su hombro y camino hacia el tunel.

De camino a casa no me hablo en ningun momento.

Yo queria repetirle las palabras de mi oracion, para que viera que me habian salido del alma, que yo no habia querido hacer nada malo, que tan solo habia orado y me habia puesto en manos del Senor.

24

Los dias que siguieron fueron alegres y plenos para la familia. Estuvimos en el Templo para la purificacion y nos banamos despues de ser rociados por segunda vez, como era de rigor. Durante el periodo de espera paseamos por las calles de Jerusalen, maravillados de las joyas, los libros y las telas que vendian en el mercado, y Cleofas compro incluso un librito en latin. Jose le compro a mi madre unos bonitos bordados, que ella podria coser en un velo para lucirlos en las bodas del pueblo.

Eso durante el dia. Por la noche habia musica e incluso bailes en Betania, entre los campamentos.

Y la Pascua propiamente dicha fue una maravilla.

Jose se encargo de degollar el cordero delante del sacerdote y el levita, que recogieron la sangre. Y cuando estuvo asado, cenamos segun la costumbre con pan sin levadura y las hierbas amargas, contando la historia de nuestro cautiverio en tierras de Egipto, y como el Senor nos habia rescatado de alli y hecho cruzar el mar Rojo para devolvernos a la Tierra Prometida.

Comiamos el pan azimo porque al huir de Egipto no habiamos tenido tiempo de hacer pan con levadura; las hierbas amargas eran en recuerdo de lo amargo que habia sido nuestro cautiverio; el cordero, porque ahora eramos libres y podiamos celebrar que el Senor nos habia salvado; y fue la sangre del cordero en las puertas de los israelitas lo que habia hecho que el Angel de la Muerte pasara de largo cuando habia asesinado a los primogenitos de Egipto porque el faraon no queria dejarnos ir. ?Y quien de nosotros, de nuestra pequena asamblea, no iba a dar a todo esto un significado especial, haciendo un ano que habiamos salido de Egipto, padecido guerras y penurias, y encontrado nuestra tierra prometida en Nazaret, desde donde habiamos acudido gozosos al Templo del Senor?

Pasada la festividad, cuando muchos ya se marchaban de Jerusalen y nuestra familia empezaba a hablar de la partida, si la vieja Sara estaria en disposicion de hacer el viaje, y de esto y de lo de mas alla, yo busque a Jose en vano.

Cleofas me dijo que habia ido a Jerusalen con mi madre, al mercado, ahora que habia poca gente, con la intencion de comprar hilo.

– Quisiera volver al Templo para oir a los maestros del portico -le dije-. No nos marcharemos hoy mismo, ?verdad?

– No, que va. Busca alguien que te acompane. Esta bien que veas el Templo cuando no hay aglomeraciones, pero no puedes ir solo. -Fue a hablar con los hombres.

En todo este tiempo, Jose no me habia dicho una sola palabra acerca del ciego. Lo que habia ocurrido con el lo habia asustado. Yo no me habia dado cuenta en el momento, pero ahora lo sabia. Lo que no sabia era si Jose podia ver el cambio operado en mi. Porque yo habia cambiado.

Mi madre si lo notaba. Ella lo veia, pero no la preocupaba. Despues de todo, yo no estaba triste. Solo habia renunciado a jugar con los otros chicos. Y como veia las cosas con otros ojos, me mostraba callado pero en absoluto infeliz. Escuchaba a los hombres cuando hablaban, prestaba atencion a cosas que antes no habria notado, y la mayor parte del tiempo estaba solo.

De vez en cuando tenia tentaciones de enojarme, enojarme con aquellos que se negaban a decirme las cosas que yo queria oir. Pero cuando recordaba que el ciego se habia negado a hablarme de aquellas «cosas horribles», comprendia por que nadie habia querido contarmelas. Mi madre y Jose trataban de protegerme de algo, pero yo no podia estar protegido por mas tiempo. Necesitaba saber.

Necesitaba saber lo que los otros sabian.

Fui hasta el camino que llevaba al Templo. Jose Caifas estaba bajando en compania de varios miembros de su familia directa y me saludo con una sonrisa.

Yo me puse a la cola.

Jose volvio la cabeza un par de veces y me llamo por mi nombre, cosa que me sorprendio, y me hizo senas

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