masa y corrio directamente hasta la puerta. Puso la boca en la mirilla y comenzo a gritar:
– ?La echaremos abajo! ?La quemaremos! -Aporreo la puerta con los punos. Retrocedi con una sacudida, mi corazon latia violentamente. Por la mirilla vi al hombre que reculaba, con la expresion de un-maniaco congelada en el rostro. Aunque la puerta nos separaba, me eche a temblar. Despues, tan repentinamente como habia aparecido, el hombre regreso y se alejo corriendo, desapareciendo entre la multitud.
– ?Por Hades! ?Que pasa?
– Yo no te aconsejaria que salieras para averiguarlo -dijo Belbo seriamente.
Me pare a pensar un momento.
– Subiremos al tejado para echar un vistazo. ?Ve a buscar la escalera de mano, Belbo, y traela al jardin!
Momentos despues, me encontraba precariamente instalad sobre las inclinadas tejas de la parte delantera de mi casa. Desde alli podria divisar no solo la calle de abajo, sino tambien el Foro que estaba al otro lado, con sus templos y espacios publicos agrupados en el valle situado entre los montes Palatino y Capitolino. Justo debajo -de mi, la turba continuaba corriendo por la calle. Algunos iban en linea recta. Otros se dispersaban y cogian el atajo llamado la Rampa, que conduce hasta el
Foro y desemboca en un espacio estrecho entre la casa de las vestales y el templo de Castor y Polux. Algunos portaban palos y garrotes. Otros esgrimian dagas, desobedeciendo abiertamente la ley, que prohibia semejantes armas dentro de la ciudad. Y aunque ya era bastante avanzada la manana, algunos portaban antorchas. Las llamas rompian y azotaban el frio aire.
La turba finalmente se redujo, pero no tardo en seguirla un grupo aun mas amplio y lento de dolientes. Si aquello era un cortejo funebre, ciertamente era uno muy extrano. ?Donde estaban los enmascarados parodiando al hombre muerto para aliviar el animo? ?Donde estaban las efigies de cera de los antecesores del muerto, traidas de sus lugares de honor en el vestibulo para presenciar su recorrido que le reuniria con ellos al otro lado? ?Donde estaban las planideras que lloraban y se tiraban de las enmaranadas grenas? De hecho, ?donde se podia ver alli a una mujer?
Pero habia musica (trompas lugubres, flautas lloronas y panderetas estremecedoras, que hacian tal estrepito que me producia dentera). Y habia un cuerpo: el cadaver de Clodio transportado en unas andas de madera festoneadas con tela negra. Seguia desnudo, salvo por el-taparrabo, y manchado y untado desangre coagulada.
Algunos dolientes se separaron para ir por la Rampa hasta el Foro, pero la procesion principal con el cadaver de Clodio prosiguio por la calle que pasaba delante de mi casa y que recorre la cresta del Palatino. Comprendi que hacian deliberadamente un lento circuito por la colina, pasando junto a las casas de los ricos y poderosos en una sombria procesion y haciendo que tanto amigos como enemigos echaran un ultimo vistazo al hombre que habia causado tanto trastorno a la ordenada vida de la republica.
Unas casas mas adelante, su recorrido les llevaria directamente ante la puerta- del hombre que habia sido el enemigo mas implacable de Clodio en el Senado yen los tribunales. Clodio se habia convertido en el campeon de los humildes, de los soldados de a pie y de los libertos; contra el siempre habia estado Ciceron, el leal portavoz de los que se llaman a si mismos Optimates. El cortejo funebre parecia ir en orden, pero entre la muchedumbre que lo precedia se habian visto hombres con punales y antorchas. Contuve el aliento preguntandome que pasaria cuando alcanzaran la casa de Ciceron.
Cuando mire hacia la casa de Ciceron, comprendi que no era yo el unico con tal aprension; Casas y arboles intermedios me interceptaban la vision de la calle; pero de la propia casa pude distinguir claramente algunas ventanas con los postigos cerrados en la planta superior y una parte del tejado. Dos figuras habia alli encaramadas, igual que Belbo y yo en mi tejado, asomandose por el borde para ver la calle. Por la deslumbrante luz de la manana, reconoci al instante la silueta de Ciceron, de cuello grueso y firme mandibula. Agazapado detras de el, muy cerca y con los brazos extendidos para asegurarse de que su amo no fuera demasiado lejos al inclinarse, se hallaba una silueta mas esbelta, la del secretario de Ciceron de toda la vida, Tiron. Permanecieron quietos durante largo rato, como si se hubieran congelado por el aire frio de la manana; despues Ciceron estiro el brazo hacia atras para alcanzar el hombro de Tiron. Juntaron las cabezas y se consultaron preocupados. Por la forma en que se retiraron y estiraron los cuellos, tratando de ver sin ser vistos, saque la conclusion de que el insolito cortejo funebre estaba pasando inmediatamente debajo de ellos. La melodia funebre de las trompas y las flautas se torno mas estridente; el sonido de las distantes panderetas, mas enloquecedor. Absortos en el espectaculo que tenian a sus pies, Ciceron y Tiron no se dieron cuenta de que yo los observaba.
Al parecer, la procesion se detuvo ante la casa de Ciceron. Ciceron subia y bajaba la cabeza como una codorniz nerviosa. Pude imaginarme su duda (tenia miedo de apartar los ojos del gentio y, sin embargo, la menor vision de su persona podria incitarles a la violencia). Las trompas resonaban, las flautas trinaban y repiqueteaban las panderetas.
Por fin el cortejo prosiguio su camino y el canto funebre se desvanecio..
Ciceron y Tiron se reclinaron hacia atras suspirando con alivio. En seguida, Ciceron hizo una mueca de dolor y se agarro el estomago. Lo que el talon era para Aquiles, era el vientre para Ciceron; su desayuno se habia vuelto contra el. Se levanto, aun en cuclillas, y se subio a la parte alta del tejado como lo harian los cangrejos, seguido muy de cerca por Tiron, que al girar la cabeza, nos pillo observandoles. Toco la manga de su amo y le hablo. Ciceron se detuvo y volvio la cara-hacia nosotros. Levante la mano para saludarle como buen vecino. Tiron nos devolvio el saludo. Ciceron permanecio largo rato inmovil, despues se agarro el estomago y se precipito hacia delante, desapareciendo por el borde del tejado.
Mientras tanto, en la calle, mas hombres de luto continuaban corriendo de un lado a otro en grupos de dos y tres, rezagados, apresurandose para mantener el ritmo. La mayoria cogio por la Rampa. Intente ver adonde se dirigian todos, pero lo que yo podia ver del Foro era en gran parte tejados de cobre brunido brillando al sol; alguna que otra vez podia vislumbrar diminutas figuras que se movian ponlos recodos. Parecian reunirse ante el Senado, al otro extremo del Foro; en donde la cara escarpada del monte Capitolino forma una muralla natural.
Desde mi posicion, tenia una clara vision de la parte delantera del Senado. Amplios escalones de marmol conducian a las macizas puertas de bronce que estaban cerradas. Pude distinguir unicamente una pequena porcion del espacio abierto delante del Senado, pero esto incluia una clara vision de la Columna Rostral, la plataforma elevada desde donde los oradores se dirigen al pueblo. En el espacio entre la Columna Rostral y el Senado ya se aglomeraban los dolientes vestidos de negro.
El canto funebre, que durante un rato habia dejado de oirse, ahora retornaba elevandose desde el Foro. Al resonar desde el valle, la musica discordante sonaba aun mas confusa y disonante que nunca. De repente fue superada por un enorme grito entre la multitud. El cuerpo de Clodio habia llegado. Poco despues vi que lo llevaban con las andas hasta la Co lumna Rostral y lo mantenian en alto para que la multitud lo viera, tal como lo habian expuesto en los escalones de la casa de Clodio la noche anterior. ?Que diminuto parecia y, sin embargo, incluso a semejante distancia, aun producia una cierta conmocion la vision de aquel cuerpo desnudo en medio de tanto luto y tanta piedra cincelada y fria!
Un orador subio a la Columna Rostral. Solo podia captar el debil eco de su voz. Mientras aquel se paseaba a un lado y otro de la Colum na agitando los brazos, senalando el cadaver de Clodio y alzando los punos, la multitud estallaba en un rugido atronador. A partir de entonces, el estruendo de la multitud se elevaba y decaia pero no llegaba a descender nunca del todo.
– ?Que sucede?
Me volvi, sobresaltado.
– ?Diana, baja ahora mismo de la escalera!
– ?Por que? ?Es peligroso estar aqui arriba?
– Muy peligroso. A tu madre le daria un ataque si te viera.
– Oh, lo dudo. Ha estado sujetando la escalera para que subiera. Pero creo que a ella le da miedo hacerlo.
– Deberias seguir su ejemplo.
– Y ?tu que, papa? Me atreveria a pensar que es mas probable que un viejo como tu pierda el equilibrio a que lo haga una joven como yo.
– ?Como he llegado a tener una hija tan impertinente?
– No soy impertinente, solo curiosa. Es igual que la toma de Troya, ?verdad?
– ?Que?