vacios hacia el rio otra vez. De cuando en cuando algunos pendencieros se separaban del jolgorio frenetico de los dolientes para acosar a los esforzados hombres que se enfrentaban al fuego, apedreandoles y escupiendoles. Se desataron rinas a diestro y siniestro. Algunos guardaespaldas, enviados tambien por los prestamistas, llegaron para proteger a los que transportaban cubos.

Fue un dia de locura. Roma parecia trastornada por la fiebre, delirante. Con Clodio abandonado a las purificantes llamas y el Senado junto con el, sus dolientes proseguian con su peculiar celebracion funebre. ?Habrian planeado tanta locura con antelacion o la habian improvisado a medida que iba transcurriendo la jornada, inspirados por las danzarinas llamas y el vacilante humo, estimulados por el fuerte olor a chamusquina que se respiraba en el aire? A media tarde celebraron un festejo funebre. Antes de que ardiera el Senado, instalaron las mesas, las cubrieron con trapos negros y dispusieron un banquete.

Mientras los que apagaban el fuego continuaban con sus freneticos esfuerzos, los clodianos bebian y comian en honor de su lider muerto. Los pobres y hambrientos de la ciudad se les unieron, al principio timidamente y luego, al ver que eran bienvenidos, con alborozo. Llegaron enormes cantidades de comida (grandiosos recipientes llenos de morcillas, tarros de alubias negras, rebanadas de pan negro, todo oportunamente negro para una fiesta en honor del muerto, rociado con vino del color de la sangre). Mientras tanto, los ciudadanos de Roma, curiosos, confundidos y asustados (los que carecian de la ventaja segura de un tejado en el Palatino para observar lo que ocurria), bordeaban los limites del Foro asomandose cautelosamente por las esquinas y atisbando por las paredes, mirando con agravio, deleite, incredulidad o consternacion.

Pase la mayor parte del dia observando desde la azotea. Lo mismo hizo Ciceron. Desapareceria solo un instante para reaparecer con diversos visitantes, muchos de ellos senadores, por lo que pude deducir de los ribetes purpura de sus togas. Darian cuenta del espectaculo, cabecearian con aire disgustado o se quedarian boquiabiertos de espanto y luego desaparecerian charlando y gesticulando. Parecia que hubiera alguna especie de reunion de jornada completa en la casa de Ciceron.

Eco paso a verme un rato. Le dije que estaba loco si se aventuraba a salir en semejante dia. Habia estado lejos del Foro y aunque habia oido el rumor de que el Senado estaba destruido, habia pensado que era solo eso, un rumor. Lo subi al tejado para que viera por si mismo el espectaculo. En seguida regreso al lado de Menenia y los mellizos.

Hasta Bethesda supero la desconfianza que le inspiraba la escalera y se aventuro a subir al tejado un rato para ver todo el batiburrillo que se habia organizado. Le tome el pelo preguntandole si la vista de tanto alboroto la hacia sentir nostalgia de su Alejandria, ya que, por lo visto, los alejandrinos son celebres por los desordenes. El chiste no le hizo gracia. A mi tampoco.

El festejo y la lucha contra el fuego en el Foro continuo hasta despues del crepusculo. Ya de noche, Belbo me trajo un cuenco de sopa caliente y volvio a bajarse del tejado. Poco despues, Diana se unio a mi con su propio cuenco humeante. Mientras permaneciamos alli solos sentados en el tejado, el cielo se oscurecia en sombras cada vez mas espesas de un azul que se aproximaba al negro. En todas las estaciones del ano, el crepusculo es el momento del dia mas hermoso en Roma. Las estrellas comenzaron a verse en el firmamento, brillantes como fragmentos de escarcha. Habia incluso algo de belleza en las parpadeantes luces del Foro, ahora que la oscuridad ocultaba la fealdad de madera chamuscada y piedra ennegrecida. Los incendios ya hacia tiempo que se habian extinguido, pero la cada vez mas intensa penumbra revelaba parcelas de llamaradas ardientes entre las ruinas de la basilica Porcia y los edificios senatoriales.

Diana termino la sopa. Dejo el cuenco a un lado y se echo una manta por los hombros.

– ?Como murio Clodio, papa?

– Yo diria que a causa de las heridas. No querras que te las describa otra vez ?verdad?

– No. Me refiero a como sucedio.

– No lo se con certeza. Y no estoy seguro de que nadie lo sepa, salvo, claro esta, el mismo que lo asesino. Parecia haber bastante confusion al respecto anoche en su casa. Clodia dijo que hubo una especie de rina en la Via Apia, cerca de un lugar llamado Bovilas, en donde Clodio tenia una villa. Clodio y algunos de sus hombres tuvieron un altercado con Milon y los suyos. Clodio se llevo la peor parte.

– Pero ?por que se pelearon?

– Clodio y Milon han sido enemigos mucho tiempo, Diana.

– ?Por que?

– ?Por que dos hombres suelen ser enemigos? Porque quieren la misma cosa.

– ?Una mujer?

– En algunos casos. O bien un chico. O el amor del padre. O una herencia, o un trozo de terreno. En este caso, Clodio y Milon querian poder.

– ?Y no podian tenerlo los dos?

– Al parecer, no. En ocasiones, cuando dos hombres ambiciosos son enemigos, uno de los dos debe morir para que el otro continue viviendo. Por lo menos, asi es como generalmente se resuelve, tarde o temprano. Es lo que los romanos llamamos politica sonrei sin alegria.

– Tu aborreces la politica, ?verdad, papa?

– Me gusta decir que si.

– Pero yo creia…

– Soy como aquel hombre que dice odiar el teatro pero nunca se pierde una representacion. Pretende hacer creer a los demas que es su amigo el que lo arrastra a verlas. Aun asi, es capaz de citar cada verso de Terencio.

– De manera que, en secreto, te encanta la politica.

?No! Pero esta en el aire que respiro y no me preocupo de dejar de respirar. Dicho de otra forma: la politica es la enfermedad de Roma a la que no soy mas inmune que otros.

Fruncio el entrecejo y pregunto:

– ?Que quieres decir?

– Determinadas enfermedades son peculiares de determinadas tribus y naciones. Tu hermano Meton dice que alla en la Galia hay una tribu en la que todo el mundo nace sordo de un oido. Tu has oido decir a tu madre que hay un poblado a orillas del Nilo en donde todo el mundo corre en desbandada cuando se acerca un gato. Y en una ocasion lei que los hispanos padecen de una forma de putrefaccion de la dentadura que solo pueden curar bebiendose su propia orina.

– ?Papa! -Diana arrugo la nariz.

– No todas las enfermedades son de origen fisico. Los atenienses eran adictos al arte; sin el se volvian irritables y estrenidos. Los alejandrinos viven del comercio; venderian el suspiro de una virgen, de encontrar la manera de embotellarlo. He oido decir que los partos padecen hipomania; clanes enteros guerrean entre ellos por un buen semental.

»Bueno, la politica es la enfermedad de Roma. Todos en la ciudad la acaban cogiendo tarde o temprano, hasta las mujeres hoy en dia. Nadie vuelve a recuperarse. Es una enfermedad insidiosa, con sintomas perversos. Distintas personas la sufren de maneras diversas, y otros no la padecen en absoluto; a uno lo deja tullido, a otro lo mata y a otro lo engorda y lo fortalece.

– Entonces, ?que es? ?Algo bueno o algo malo?

– Simplemente romano, Diana. Si es bueno o malo para Roma, no te lo sabria decir. Nos ha hecho gobernantes del mundo. Pero empiezo a preguntarme si no sera nuestro final.

Me quede mirando el Foro, ya no como Jupiter observando la llanura de Ida, sino mas bien como Pluton supervisando los ardientes abismos del Hades.

Diana se reclino. Su cabellera, negra como el azabache, le servia de almohada mientras observaba el cielo. Sus oscuros ojos reflejaban el frio resplandor de las estrellas.

– Me gusta que me hables asi, papa.

– Ah, ?si?

– Asi solias hablar con Meton algunas veces, antes de que se alistara en el ejercito.

– Supongo.

Se volvio de lado, apoyo la cabeza en la mano y me miro con expresion seria.

– ?Va a ocurrir alguna desgracia, papa?

Me imagino que la gente de Clodio piensa que ya ha ocurrido.

– Me refiero a nosotros. ?Estamos en peligro, papa?

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