– ?Ciceron y Milon? -Pense en Ciceron, delicado en su juventud, dispeptico en la madurez, astuto, calculador, un modelo del gusto y el refinamiento, y despues en Milon, que parecia todo lo contrario con su imagen robusta de buey, su fanfarroneria y una tosquedad de caracter que ninguna suma de dinero o educacion hubiera conseguido suavizar nunca-. ?Parecidos en que aspectos, Eco?

– Ambos son los mas brillantes de los Hombres Nuevos, ?o no? ?No son acaso las estrellas mas relucientes del firmamento? O lo serian si Milon consiguiera que lo eligieran consul alguna vez.

Eco tenia razon. Ciceron habia sido el primero de su familia en obtener una magistratura. Habia nacido con dinero y medios, no hay duda, pero ninguno de sus antepasados habia ejercido nunca un alto cargo. Al ser elegido cuestor a los treinta anos, se habia convertido, al decir de las malas lenguas, en un Hombre Nuevo a las puertas del poder. Este hecho por si solo fue una gran hazana. Pero el ascenso de Ciceron no habia terminado con las magistraturas mas bajas; se trazo todo su camino hasta llegar a consul. Fue verdaderamente notable. Por regla general, el consulado lo consiguen solo candidatos que provienen de familias consulares, hombres cuyos antepasados ejercieron el consulado antes que ellos. De este modo la alta nobleza, mediante diversos ardides y trampas, perpetua su posicion social y excluye a los recien llegados. Pero contra todo pronostico, Ciceron habia conseguido el consulado y asi fue el primer Hombre Nuevo de su generacion en lograrlo.

Milon era tambien un Hombre Nuevo. Si llegara a consul, seria unicamente el segundo Hombre Nuevo vivo en la memoria, despues de Ciceron, en conseguirlo.

– Ya entiendo lo que quieres decir, Eco. Supongo que se ven a ellos mismos como los dos unicos miembros de un club muy exclusivo. Se han elevado por encima de su estirpe…

– De manera que ahora pueden mirar a personas como tu y como yo desde una comoda altura.

– Pero siguen siendo forasteros e intrusos para las viejas familias aristocraticas que nacieron con privilegios y grandes expectativas.

– Como su enemigo comun Clodio.

– O Pompeyo -acote-. O Cesar.

– Entonces, tanto mejor que sean tan diferentes por fuera -dijo Eco-. Asi hacen de alter ego del otro.

– ?Ciceron y Milon? Bueno, Ciceron parece realmente decidido a apoyar a Milon, no importa lo que haya hecho, tanto si gusta a la plebe como si no. Y por lo mismo, tanto si gusta a Pompeyo como si no.

– Pero ?con que fin? -pregunto Eco.

En cuanto a mi decision de acudir al contio de Celio aquel dia, no puedo culpar a nadie mas que a mi mismo.

El acontecimiento atrajo a muchisima gente (mas que la que habia asistido al contio de los tribunos radicales el dia anterior). La noticia de la lucha en casa de Lepido habia inquietado y preocupado aun mas a la gente. Como ya he dicho en otra ocasion, en epocas de conflictos los romanos se reunen por instinto en grupos grandes para escuchar discursos.

Con los guardaespaldas de; Eco ayudando a despejar el camino, conseguimos encontrar un buen sitio delante del estrado de los oradores a pesar de la aglomeracion. Adverti la presencia de un grupo de individuos conservadores y pomposos, hombres de posibles asistidos por una amplia comitiva de guardaespaldas y sirvientes, vestidos con togas inmaculadas, tejidas con lana de calidad superior. Eco senalo a un especimen que andaba cerca.

– Un negociante -dijo.

– Prestamista -comente simplemente por llevar la contraria.

– ?Pro-Milon?

– Anti-Clodio, lo mas probable. Y seguramente mas indignado por el incendio de la basilica Porcia que por la perdida del Senado.

Eco asintio:

– Probablemente impresionado de que los hombres de Milon salvaran a Marco Lepido.

– Probablemente espera que haya alguien que haga lo mismo por el si alguna vez la plebe ataca su casa.

– Pero ?es Milon el hombre para el?

– Quizas este aqui para decidirlo.

Mas numerosos entre la multitud que los ricos mercaderes y prestamistas eran los ciudadanos de aspecto modesto, que podrian haber sido vendedores, artesanos o trabajadores libres. Eco senalo con la cabeza a uno de aquellos hombres que estaba cerca, un personaje de aspecto sombrio al que asistia un solo esclavo y que vestia una toga con el borde desgastado.

– Ese tiene cara de tener menos que perder que nuestro amigo el prestamista.

– Y menos con que empezar. Un incendio en su vivienda podria borrarlo completamente del mapa.

– Al menos, si sucede lo peor, no se morira de hambre. Siempre habra el reparto de grano que Clodio establecio. Cabecee:

– Las personas como el prefieren un gobierno que ponga orden a uno que de un poco de grano. Anhela estabilidad no menos que nuestro amigo el prestamista.

– Tu crees que por eso esta aqui? ?En busca de la ley y el orden? ?Por que no?

– Averiguemoslo. Eco me cogio del brazo y juntos nos abrimos paso entre la multitud suavemente, para consternacion de los guardaespaldas de Eco, a los que les resultaba dificil seguirnos-. Ciudadano -dijo Eco-, ?no te conozco?

El hombre miro a Eco analizandolo:

– No lo creo.

– Si, estoy casi seguro de que frecuentamos la misma taberna. Si, hombre, ese sitio pequeno…

– ?Los Tres Delfines?

– ?Exacto! Si, estoy seguro de que hemos hablado antes.

– Puede que si. -La expresion taciturna del hombre se ilumino un poco.

– Ah, ?recuerdas que nos reimos un monton una vez…, ya sabes, de ese tipo tan curioso que trabaja alli…?

– ?Te refieres a Cayo? Si, es extrano. -El hombre se echo a reir.

– Y claro… Eco gesticulo con las manos para sugerir un voluminoso pecho.

El hombre esbozo una sonrisa torcida y asintio con la cabeza:

– Ah, la hija del viejo. La que, segun el, sigue siendo virgen. ?Ja! Eco me piso el pie discretamente, como diciendo: «?El pez ya ha mordido el anzuelo!». Ganarse la confianza de un perfecto desconocido es una de las tretas que Eco aprendio de mi, de la que le encanta presumir delante de su maestro. Vi como lanzaba una rapida mirada a las manos del hombre, apreciando las yemas de los dedos agrietadas y las unas manchadas de rojo.

– ?Sigues tinendo telas?

– ?Que otra cosa puedo hacer? Lavar y tenir, lavar y tenir. Alla en la calle de los Abatanadores. Todos los dias, ahora hara veinte anos. ?No me digas! Eco bajo la voz hasta alcanzar un tono mas confidencial-. Y dime, ?cuanto te han dado?

– ?Como?

– Esta manana. Ya sabes a lo que me refiero. ?Cuanto te han dado los hombres de Milon?

El abatanador miro a Eco y luego a mi con cautela.

– No te preocupes -dijo Eco-. Viene conmigo. Es un mudo inofensivo.

Le di una patada discreta en el tobillo. Era una broma privada (en una ocasion habia sido Eco el mudo y no yo). Ahora habia conseguido eficazmente impedirme que dijera una palabra.

– Conque ?cuanto te han dado?

– Lo mismo que a todo el mundo, imagino -dijo el abatanador.

– Si, pero ?cuanto?

– Bueno, no me gusta decir la suma exacta. Pero bastante. El hombre dio unos golpecitos a una bolsa que llevaba escondida dentro de la toga y produjo un sordo sonido metalico-. Y la firme promesa de que obtendria bastante mas si le votaba cuando llegara el momento. ?Y a ti?

– Cien sestercios -dijo Eco.

– ?Que! ?Cien! ?A mi solo me han dado la mitad!

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