vislumbro el destello del acero y en seguida supe que sujetaba un punal.

En diversas ocasiones me he enfrentado a la perspectiva de una muerte inminente en mis casi sesenta anos. Parece provocarme siempre la misma serie de pensamientos. «Idiota -pienso siempre, porque parece que semejantes situaciones podrian haberse evitado de alguna manera o por lo menos aplazado-, idiota, por fin estas en las ultimas. Los dioses han perdido interes por la insignificante historia de tu vida. Ya no les diviertes. Ahora te apagaras como la llama de una lampara que se extingue…»

Siempre ocurre lo mismo: los nombres de mis seres queridos resuenan en mi cabeza. Oigo el sonido acariciador de la voz de mi padre, que llevo sin oir muchisimos anos. Y a veces, en tales ocasiones, veo el rostro de mi madre, que murio cuando era yo muy joven y que de otra manera no soy capaz de evocar con claridad. Lo recorde nitidamente en aquel momento y tuve que darle la razon a mi padre cuando me hablaba, como a menudo hacia, de lo hermosa que era…

Pero claro, una parte de mi sabia que aun no me habia llegado la hora y lo comprendi de inmediato cuando el joven gigante, con voz ronca y desesperada, me dijo:

– ?Gracias a Jupiter que te he encontrado! ?El amo esta furioso! ?Vamos!

El individuo era uno de los guardaespaldas de Eco, por supuesto. Con lo trastornado que estaba, no lo habia reconocido.

Eco se habia escondido detras de un templo cercano, en donde un cobertizo adosado a un muro posterior ofrecia cierto grado de ocultacion. Alli podian vernos desde dos lados diferentes, ya que el cobertizo estaba abierto por ambos extremos, pero al menos estariamos mas protegidos que permaneciendo al aire libre.

– ?Papa! ?Gracias a los dioses que Davo te ha encontrado!

– Olvidate de los dioses. ?Agradeceselo a Davo! -Le dirigi una sonrisa al robusto joven, que me devolvio una mueca burlona-. Y ahora, ?que?

Eco echo una mirada al exterior con aire taciturno. No habia nada ni nadie que pudiera verse, salvo paredes vacias que devolvian el eco de la chusma amotinada.

– Supongo que podriamos quedarnos aqui. No es un mal sitio para hacer una parada, aunque nadie sabe con lo que podriamos tropezar.

– ?Y si nos escaparamos?

– No es mala idea. ?A tu casa o a la mia?

– La mia esta mas cerca -dije-. Pero tendriamos que atravesar el Foro y me imagino que hay mas posibilidades de que la revuelta se extienda hacia la casa de Milon. -Senti un escalofrio al pensar en mi esposa y mi hija solas en la casa, con una puerta atrancada y Belbo como unica proteccion.

– Entonces, ?a mi casa, papa?

– No, he de regresar con Bethesda y Diana.

Eco asintio con la cabeza. El alboroto del motin parecia aumentar, aunque podria tratarse de un efecto acustico. De repente surgieron dos figuras por la esquina del templo. Nos agachamos entre las sombras.

Por lo sencillo de sus tunicas, parecian esclavos. Doblaron la esquina con tanta rapidez que tropezaron y estuvieron a punto de caerse. El mas alto vio el cobertizo y apunto hacia el:

– ?Alli! ?Podriamos escondernos alli!

El mas bajo y rechoncho vio el cobertizo y se precipito hacia el quitando de en medio a su acompanante de un empujon. Eran casi como esclavos comicos sacados de una obra de Plauto, excepto que en una obra estarian huyendo de una paliza de su amo y no de una revuelta sangrienta.

– ?Por las pelotas de Jupiter! -dijo el mas alto, que se daba prisa para alcanzar al otro-. ?No tenias por que empujarme, Milon!

– ?Ni tu gritar mi nombre a los cuatro vientos, idiota! Vamos, antes de que alguien nos vea.

Milon ya estaba dentro del cobertizo antes de darse cuenta de que estaba ocupado. Lo primero que vio fueron cuatro dagas apuntandole cuando los guardaespaldas de Eco avanzaron. Celio, que venia detras, choco con el y lo empujo hacia delante. Las cejas de Milon subieron vertiginosamente y descubrio los dientes con una mueca cuando se tropezo con la daga mas proxima y a punto estuvo de atravesarse el solo. Celio, que vislumbro el acero, reculo rapidamente y miro dentro del cobertizo con ojos bien abiertos.

– ?Retiraos! -dijo Eco dirigiendose a los guardaespaldas-. Estos dos no nos haran dano.

Milon examino apresuradamente los rostros que se le encaraban y se detuvo en el mio.

– ?Gordiano? ?Eres tu? ?El hombre de Ciceron?

– Gordiano, si, pero el hombre de Ciceron, no. Y tu eres Milon, aunque nadie lo diria al verte. ?Donde has dejado la toga?

– ?Bromeas? La chusma va detras de cualquiera que lleve toga. Son todos un hatajo de esclavos asesinos y ladrones, que matan y roban a todo ciudadano que se les cruce en el camino. Me deshice de la toga a la primera oportunidad que tuve. Gracias a Jupiter, llevaba debajo esta tunica.

– Tambien te has deshecho del anillo de ciudadania -dije mirando el dedo desnudo.

– Si, bueno…

– Veo que Marco Celio ha seguido tu ejemplo. -Sacudi la cabeza. Dos de los hombres mas poderosos de Roma estaban disfrazados de esclavas y comportandose como tales. Repentinamente senti ganas de reir.

-?Basta ya! -me reprendio Milon.

Perdona. Es la tension del momento. -Pero se me volvio a escapar la risa y no tardaron en unirse a mi no solo Eco, sino tambien los esclavos de Eco. Incluso Celio, siempre dispuesto a ver el lado absurdo en cualquier situacion, se reia a mandibula batiente-. Y ?donde esta tu sequito, tus guardaespaldas? -pregunte.

– Exterminados. Dispersos. ?Quien sabe? -dijo Milon. -Supongo que esos no seran -dije mientras se desvanecia toda la risa de mi voz. Un grupo de hombres esgrimiendo punales acababa de aparecer por la esquina.

– ?Oh, por las pelotas de Jupiter! -gruno Celio. Milon y el se abrieron paso a codazos por el cobertizo y salieron huyendo por el otro lado. Yo prosegui con Eco y sus guardaespaldas cubriendo la retaguardia. Detras de nosotros, oi el entrechocar del acero y me volvi para ver a uno de los perseguidores tambalearse y caer agarrandose el pecho en el punto en que Davo lo habia herido. A la vista de uno de los suyos derramando sangre, los bandidos se desanimaron y se echaron para atras.

Celio y Milon habian desaparecido. Nos encontramos al borde de la revuelta, en medio de los cuerpos desparramados de heridos y muertos. Los adoquines del empedrado estaban resbaladizos por la sangre. La entrada del templo de Castor y Polux arrojaba humo. En la puerta de al lado, encima de la casa de las virgenes vestales, la Virgo Maxima y sus sacerdotisas se habian reunido en la azotea y observaban la escena con expresiones de indignacion y espanto.

– ?Vamos! ?Por aqui! -dije senalando el pasadizo pavimentado entre los dos edificios. Nos llevaba a la parte baja del monte Palatino y a la Rampa. Otros ya iban por delante de nosotros, huyendo por la larga pendiente como refugiados de una ciudad saqueada. Crei distinguir a lo lejos, a la cabeza del peloton, a Celio y Milon corriendo a un ritmo suicida mientras apartaban a la gente de su camino repartiendo golpes a diestro y siniestro.

Yo me habia quedado totalmente sin aliento antes de alcanzar la parte alta de la Rampa. Eco se dio cuenta de mi congoja e hizo una senal a sus guardaespaldas para que me echaran una mano. Me agarraron por los brazos y practicamente me llevaron en volandas los ultimos pasos. Atravesamos la calle a toda velocidad en direccion a mi casa.

De repente, delante de nosotros, de una de las casas de mis vecinos salieron corriendo a la calle un grupo de hombres armados. El cabecilla acarreaba un punado de joyas: collares de perlas y cadenas de plata colgaban de sus sucios dedos. En la otra mano sujetaba un punal que goteaba sangre. La puerta que habia a sus espaldas habia sido desquiciada a golpes.

– ?Eh, vosotros! -nos gritaron. Aunque estaba a cierta distancia de nosotros, le oli el aliento a vino y a ajo. El ajo para la fuerza, un viejo truco de gladiador, el vino para reforzar el coraje. Tenia la cara colorada y los ojos de un frio azul-. ?Lo habeis visto?

– ?A quien? -Hice gestos a los guardaespaldas para que evitaran al grupo pero siguieran avanzando.

– ?A Milon, claro esta! Estamos buscandole de casa en casa. Cuando lo encontremos lo crucificaremos por matar a Clodio.

– ?Buscais a Milon! -dijo Eco. Miraba el punado de joyas robadas; el tono sarcastico de su voz me dio miedo.

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