contratados, con las ropas y las caras manchadas de hollin, corrian de un barullo a otro.

Yo oia a las mujeres gritar en la noche, gritos roncos pidiendo ayuda, el sonido metalico del acero contra el acero. Habia rumores brutales de toda suerte de ultrajes: violaciones, asesinatos, secuestros, ninos atrapados en sus casas y quemados vivos, hombres colgados boca abajo en las esquinas de las calles, matados a garrotazos y dejados alli como trofeos.

Un dia despues de que mataran a Belbo, Eco y yo desafiamos las calles para llevar su cuerpo al cementerio que habia fuera del recinto amurallado. Dos de los esclavos a mi servicio tiraban del carro que llevaba su cadaver. Los guardaespaldas de Eco escoltaban nuestro cortejo. Aunque pasamos junto a numerosas bandas de saqueadores, nadie nos molesto. Estaban demasiado ocupados en robar a los vivos para molestarse por los muertos.

En el bosquecillo de Libitina inscribimos a Belbo en el registro de los fallecidos. Los hornos crematorios estaban muy ocupados aquel dia. Belbo fue incinerado junto a muchos otros en una pira ardiente y sus cenizas llevadas a una tumba comun. Parecia un final demasiado insignificante para una vida tan energica.

Eco y yo discutimos si mi familia debia ir a su casa o la suya venir a la mia para unir nuestras defensas. Al final decidimos dejar sus esclavos domesticos en la casa del monte Esquilino para que guardaran el recinto, pero trasladar a Menenia y a los mellizos a mi casa que, una vez reparada y reforzada la puerta, era indiscutiblemente mas defendible. El Palatino era peligroso, pero habia habido numerosos incendios y otras atrocidades tambien en el Esquilino, y abajo en la Subura no habia nada que recordara el orden. Ademas, mi casa ya habia sido atacada. No habia razon para que los mismos saqueadores volvieran por segunda vez.

Como acostumbra a suceder en tales circunstancias, el ambiente de crisis prestaba en efecto una reconfortante solidaridad en la vida domestica. Bethesda, Menenia y Diana trabajaban todas juntas, encargandose de reparar los muebles danados, haciendo listas de lo que necesitaba reemplazarse, encontrando el modo de alimentar a toda la casa cuando la mayoria de los mercados estaban totalmente cerrados y el resto abiertos solo unas pocas horas al dia. Los gemelos, Tito y Titania, que sospechaban la gravedad de la situacion, se morian por ayudar y se comportaban con una madurez excesiva para sus siete anos. Me sentia mas seguro en compania de Davo y de los demas guardaespaldas y era estupendo tener a Eco a mi lado. Pero la propia casa saqueada era un recuerdo permanente de nuestra vulnerabilidad. Siempre que pasaba por el jardin, veia a Minerva rota en el suelo. Siempre que pasaba por el vestibulo, recordaba a Belbo tal y como lo habiamos encontrado. Sentia profundamente su ausencia. A veces lo llamaba en voz alta antes de detenerme. Lo habia tenido a mi lado todos los dias durante tanto tiempo que habia llegado a dar por hecho que estaria siempre junto a mi, como el aire; y como el aire, cuando ya no lo tenia me di cuenta de lo mucho que lo habia necesitado.

Un interrex daba paso al siguiente, y al siguiente, y seguia sin haber elecciones, o siquiera perspectiva de elecciones. ?Como podria haberlas en medio de semejante caos? Dia tras dia y hora tras hora, el sentimiento de que Roma necesitaba un dictador parecia ir en aumento. De cuando en cuando se mencionaba el nombre de Cesar. Mas a menudo, y con mayor vehemencia, era Pompeyo el invocado, como si el nombre del Grande fuera algun encantamiento magico que pudiera tornar las cosas del derecho.

Cada dia me levantaba pensando que podria volver a tener noticias de Ciceron, pero no hubo mas llamadas de Tiron, ninguna reunion apresurada con Milon y Celio. Casi deseaba que Ciceron me hiciera llamar, de este modo podria tener alguna idea de lo que el y su circulo estaban tramando en medio del desorden.

Fue otro el que acudio a mi en su lugar.

Era una manana fria y brillante de febrero. Eco habia ido a su casa para comprobar algunos asuntos, de manera que estaba solo en mi despacho. A pesar del frio, habia abierto los postigos para que entrara algo de sol y un poco de aire fresco. Quizas los numerosos incendios provocados por toda la ciudad habian sido por fin sofocados; solo olia un debil tufo a humo. Davo entro en el despacho para decir que una litera acompanada por un tren de esclavos habia acampado delante de la puerta principal y que uno de los esclavos tenia un mensaje para mi.

– ?Una litera?

– Si. Un vehiculo muy grande. Tiene…

– Rayas rojas y blancas -dije por un golpe de intuicion.

?Caramba, si! -Alzo las cejas y me recordo a Belbo; no pude evitar una punzada de tristeza. El joven Davo no se parecia en nada a el; era moreno y considerablemente mucho mas guapo de lo que habia llegado a ser nunca Belbo, pero tenia el mismo tamano y el mismo aspecto bovino. Arrugo la frente-. Parece conocida.

– ?Podria ser la misma litera que vimos llegar a la casa de Clodio la noche de su muerte?

– Creo que si.

– Entiendo. ?Y dices que hay un esclavo con un mensaje para mi? Dejale entrar.

El hombre era el tipico sirviente de Clodia, joven e impecablemente arreglado, con una figura impresionante y un cuello musculoso. Habria sabido quien lo enviaba aunque Davo no me hubiera hablado de la litera, pues habia rastros del perfume de Clodia en sus ropas. No habia olvidado aquel aroma a nardos y al costoso aceite de azahar. Debia de ser favorito entre los esclavos para tener tan impregnado el olor de su ama.

Su actitud pedante me confirmo su posicion. Husmeaba y curioseaba por todo el despacho como si estuviera pensando en comprar la casa y no simplemente en entregar un mensaje.

– Bueno -dije por fin-, ?y que quiere Clodia de mi, joven?

Me lanzo una mirada como diciendo: «No me lo puedo ni imaginar» y luego sonrio.

– Solicita el placer de tu compania en su litera.

– ?En su litera? Pero ?como? ?Espera que ande por las calles en una litera, en un momento como este, con todo lo que esta sucediendo?

– Si es tu seguridad lo que te inquieta, no te preocupes. ?En donde podrias estar mas seguro?

«Ciertamente, aqui no», parecia estar sugiriendome mirando por encima de mi hombro y por los postigos abiertos a la destrozada Minerva en el jardin. Y probablemente tenia razon. Eran los clodianos los amotinados; todos conocian la litera de Clodia; no se les ocurriria atacar a la hermana de su idolo. Ademas, su sequito incluiria probablemente algunos de los gladiadores mas grandes y violentos de la ciudad. Efectivamente, en que otro sitio podria estar mas seguro que atravesando en volandas el Palatino en la litera de Clodia (a no ser que, claro esta, tropezaramos con una cuadrilla de Milon buscando camorra…).

Por otra parte, teniendo en cuenta las circunstancias -(anarquia en las calles, bandas rivales que hacen virtual la guerra civil, una dictadura perfilandose, un futuro incierto), probablemente no era una buena idea asociarse con Clodia en aquel momento. Seguramente Eco me habria aconsejado en contra, pero Eco no estaba alli y yo estaba harto de esconderme en mi casa y de representar el papel del espectador pasivo en una ciudad que giraba descontrolada. Mientras Ciceron me habia ofrecido toda su confianza, por muy sospechosas que fueran las circunstancias, me habia sentido como si hubiera tenido acceso a un conocimiento especial. El privilegio de saber mas que otros hombres me tranquilizaba; me daba la sensacion de control y poder, tanto si era real como si no. Ahora me sentia aislado, a la deriva, mas inquieto que si deliberadamente estuviera exponiendome a un peligro que al menos comprendia. Un encuentro con Clodia prometia un atisbo de informacion privilegiada. No me podia resistir.

La ocasion de volver a estar cerca de Clodia no tenia nada que ver, me decia a mi mismo. La oportunidad de reclinarme junto a ella en la litera, envuelto en el aura de su perfume, lo bastante cerca para sentir el calor de su cuerpo…

– Davo, di a tu ama que me han llamado y que he tenido que salir a hacer un pequeno recado. Espero no estar mucho tiempo fuera, pero si tardo, enviare a un mensajero.

– ?Vas a salir, amo?

– Si.

– Deberia ir contigo.

– No seras muy necesario -dijo el esclavo de Clodia, dirigiendole a Davo una mirada despectiva. Supongo que Davo le parecia un enclenque comparado con los pelirrojos gigantes de Clodia.

– Sospecho que el chico tiene razon, Davo. Preferiria que te quedaras aqui para cuidar de la casa.

Segui al esclavo por el vestibulo, hasta la calle. Bajo el tibio sol, el toldo de rayas rojas y blancas de la litera era deslumbrante. El aire apenas se movia con un ligero asomo de brisa, pero la tela era tan delicada que las

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