lineas ondeaban y se rozaban unas con otras como temblorosas serpientes. Los pelirrojos gladiadores que rodeaban la litera se pasaron la senal. Uno de los porteadores corrio para colocar un bloque de madera delante de la entrada a la litera, para que sirviera de escalon. Antes de que pudiera hacerlo yo mismo, las cortinas se descorrieron desde el interior. La esclava que las abrio se hizo a un lado y movio la cabeza hacia el sitio que me tenian reservado, proximo a su ama, pero todo lo que vi fueron los ojos de Clodia. Sus celebres ojos
Giro el rostro hacia otro lado. En cualquier otra circunstancia podria haber pensado que aquel movimiento estaba calculado para exhibir el impresionante contorno de su frente y la linea de la nariz. El cabello oscuro resplandeciente le colgaba suelto por el luto. Su tunica era negra al igual que los cojines que la rodeaban. La oscuridad del rincon parecia absorberla por completo, salvo el rostro y el cuello, que eran de un blanco cremoso y refulgente.
Me deslice dentro de la litera junto a ella. Intento cogerme la mano; aun seguia mirando hacia otro lado:
– Gracias por venir, Gordiano. Tenia miedo de que no lo hicieras.
– ?Por que, por temor a las calles?
– Por temor a tu esposa alejandrina. -Sus labios se distendieron en una sonrisa muy sincera.
– ?Adonde vamos?
– A la casa de Clodio. -La sonrisa se torno rigida-. O a la casa de Fulvia, supongo que deberia decir.
– ?Para que?
– Has de recordar que, cuando te invite a entrar en la casa la noche en que el murio, tuve la premonicion de que podria necesitarte, tarde o temprano. Tenia razon. Es Fulvia la que te necesita.
– ?Es eso cierto? Me parece recordar que tu cunada estaba menos que contenta con mi presencia en el velatorio.
Las cosas cambian. Te enteraras de que Fulvia no es sino una mujer practica. Resulta que tu eres el hombre que ella necesita ahora mismo.
– ?Para hacer que?
– Ya te lo explicara ella misma. Pero lo que yo te pido es lo siguiente: todo lo que descubras sobre la muerte de mi hermano, dimelo, por favor. -Volvio a poner sus ojos en mi y me estrujo la mano-. Ya se que tu crees en la verdad, Gordiano. Se lo mucho que te importa. Tambien me importa a mi. Si pudiera saber con seguridad como murio Clodio, quien lo mato y por que, quizas pudiera dejar de llorar por fin.
Consiguio esbozar otra debil sonrisa y me solto la mano.
– Hemos llegado.
– ?Ya? -El paseo en litera habia ido tan suave que ni siquiera me habia dado cuenta de que nos moviamos.
– Te esperare aqui hasta que estes listo para marchar y luego te llevare a casa.
La esclava descorrio las cortinas por mi. El bloque de madera ya aguardaba fuera a que diera el paso. El gran antepatio de la casa de Clodio estaba desierto, a excepcion de algunos hombres que vigilaban los jardines y la verja. Uno de los gladiadores de Clodia me acompano al subir las escalinatas. Las inmensas puertas se abrieron hacia dentro como si una rafaga de viento divino me precediera.
Un esclavo me acompano por pasillos y
Vi a Sempronia en primer lugar. Estaba sentada en una silla cerca de los ventanales, envuelta en una manta roja para resguardarse del frio. Su largo cabello gris seguia suelto por el luto, pero recogido con una horquilla en la nuca y colgaba recto por la espalda hasta tocar el suelo. La mirada que me lanzo fue casi tan fria como el aire de la calle.
Fulvia avanzo hasta colocarse delante de las ventanas. La luz que entraba a raudales era tan brillante que solo distingui una silueta alta y esbelta. A medida que se iba aproximando, el velo de sombra que habia caido sobre sus rasgos lentamente se desvanecio. Era como la recordaba, menos atractiva que Clodia pero impresionante en su propio estilo, mas joven y con un toque de sagacidad profunda en la mirada. Se sento en una silla junto a su madre. Como no quedaban mas sillas en la estancia, permaneci de pie.
Fulvia me evaluaba con la mirada:
– Clodia dice que eres muy inteligente. Supongo que ella sabra lo que dice.
Me encogi de hombros, no seguro de si responder al cumplido o a la insinuacion.
– Tengo entendido que ultimamente has hecho algunas visitas a Ciceron. -Me clavo la mirada.
– No durante los ultimos dias.
– Pero despues del asesinato de mi marido.
– Si, en un par de ocasiones. ?Como lo sabias?
– Digamos simplemente que he heredado los ojos y los oidos de mi marido.
Y sus ademanes calculados tambien, pense. Iba toda de negro, por supuesto, pero no vi ninguna otra senal de luto. Los accesos de histerismo que tuvo delante de la multitud reunida en el antepatio aquella noche, ?habian sido pura exhibicion o era realmente una liberacion sincera de la angustia que sentia? Ciertamente, parecia controlarse en ese momento. Clodia era mas como la viuda doliente, pense, y Fulvia como la heredera impasible, no desperdiciando ninguna lagrima cuando tomo el manto de su esposo.
– Estas tratando de adivinar mis pensamientos -dijo-. No te molestes, que yo no tratare de adivinar los tuyos. Los tratos que tengas con Ciceron son asunto tuyo. No voy a pedirte nada que comprometa la relacion que tengas con el, cualquiera que esta sea. O con Milon, lo mismo da. -Levante la mano con la intencion de protestar, pero ella prosiguio Todos saben que Milon fue el responsable de la muerte de mi esposo. No es eso lo que quiero que averigues por mi.
– Entonces, ?que?
Por primera vez habia una chispa de malestar en su rostro, una ligera arruga en la frente, un temblor en los labios.
– Cierto hombre, amigo de mi esposo, y amigo mio tambien, se ha acercado a ofrecerme sus servicios cuando llegue el momento de procesar a Milon. Podria utilizar su ayuda, su… apoyo. Pero…
– ?Si?
– No estoy segura de poder confiar en el.
– ?Puedes decirme su nombre?
– Marco Antonio. -Enarco una ceja-. ?Lo conoces?
– No.
– Pero la expresion de tu cara…
– He oido hablar de el, si. Uno de los hombres de Cesar. Ah, si, ahora recuerdo. Nuestros caminos se cruzaron aquella misma noche. Cuando salia de tu casa, el venia hacia aqui. Resulta que conoce a uno de mis hijos. Intercambiamos unas pocas palabras.
– ?Solo unas pocas?
– Dejame pensar. Me pregunto si los rumores eran ciertos. Sobre Publio Clodio. Le dije que si.
Sempronia hizo ruido con la manta. ?Adquiriria alguna vez su hija aquella expresion tan severa?
– ?Y como reacciono Antonio? pregunto Fulvia.
– Estaba oscuro. No pude ver bien su cara. Pero la voz sonaba muy desilusionada. Dijo algo como: «Ah, entonces todo ha acabado. El final de Publio, para bien o para mal». Y prosiguio su camino.
Fulvia miro por la ventana hacia el distante Capitolino. Fue Sempronia la que respondio:
– Vino a parar aqui. Pero Fulvia no estaba en condiciones de recibirle, ni a el ni a ningun otro. Antonio paso un rato hablando con los hombres que habia en la antesala y despues se marcho. Por eso sabemos que Antonio estuvo en Roma aquella noche.