que sonrio, dijo mi hermana. ?Sonrio! Fue entonces cuando Marco le grito que volviera arriba y mi hermana subio corriendo.
– ?Y que paso despues?
– Corrio hacia una ventana para ver de donde venian. Un poco mas arriba, en la carretera, un hombre acababa de caer. Dos hombres se abalanzaron sobre el y lo hicieron trizas a estocadas. La sangre volaba por todas partes. El hombre que cayo debia de ser de Clodio, los otros dos eran Eudamo y Birria. Mi hermana los reconocio en el acto (como demonios del Hades, dijo, como los monstruos de los viejos cuentos). A lo lejos, en la carretera, pudo ver mas hombres abatidos y lo que parecia un ejercito completo de gladiadores dirigiendose a la taberna. ?Imaginaos como se sentia mi hermana! Eudamo y Birria remataron a los hombres que cayeron y vinieron hacia la taberna a trompicones. Los demas fueron tras ellos precipitadamente. Oh, me pone enferma pensar en ello. Mi querida hermana… -Sacudio la cabeza y se dio golpes en el pecho.
Eco aparto su plato, ligeramente indispuesto. Davo clavo la mirada en la mujer con aire absorto y arranco un trozo de came con los dientes.
– Y luego, ?que?
– Marco habia atrancado las puertas y los postigos de la planta baja. Los atacantes se iban acercando cada vez mas y en seguida llegaron a la puerta. ?Pam, pam, pam! Aporreaban la puerta y los postigos con los punos, con los pomos de las espadas. El alboroto era espantoso. Mi hermana se tapo los oidos y ni aun asi pudo dejar de oirlo. Los hombres gritaban, la madera astillada crujia, los goznes destrozados rechinaban; gritos, chillidos, el choque del acero. -La mujer puso los ojos en blanco-. Algunas veces no puedo dormir por la noche imaginandome lo que debio de sufrir mi hermana, atrapada alli arriba, sola e indefensa. Al final, junto todas las mantas, se agacho en un rincon y las apilo encima de ella. Mi hermana dice que ni siquiera se acuerda de haberlo hecho, pero debio de hacerlo porque finalmente se dio cuenta de que ya no habia ruido y de que alli estaba ella, sudando debajo de todas aquellas mantas, pero temblando como si estuviera desnuda.
– ?Cuanto tiempo habia transcurrido?
– ?Quien sabe? ?Un rato, una hora? Mi hermana no me lo supo decir. Al final, reunio valor para echar un vistazo a traves de las mantas. Seguia sola en el piso de arriba, y abajo habia un silencio absoluto. Fue a asomarse a una ventana y vio cuerpos desparramados por toda la carretera y lo mas extrano de todo: enfrente de la taberna, una litera con un grupo de gente alrededor.
– ?Una litera?
– Si, no un carruaje o un carro, sino una litera, de las que acarrean los eslavos, con cortinas para la intimidad. La litera estaba depositada en el suelo y los porteadores permanecian de pie junto a ella. Un anciano con toga de senador y una mujer observaban a uno de los hombres caidos en la carretera mientras hablaban con las cabezas juntas.
– ?Tu hermana reconocio al senador?
– No, pero conocia la litera. La hemos visto durante anos, yendo y viniendo de Roma. Pertenece a un viejo senador que posee una de las villas de la montana, Sexto Tedio. No he visto nunca su cara. No es de la clase de hombres que entren en un- sitio como este.
– ?Y el hombre al que observaban?
– Clodio.
– ?Tu hermana pudo reconocerlo a esa distancia?
– Supongo que si. Eso fue lo que dijo, que era Clodio.
– ?Como llego hasta la carretera desde la taberna?
– ?Quien sabe! Probablemente Eudamo y Birria lo arrastraron hasta alli, como hacen los perros con el conejo. -Recorde las marcas de la garganta de Clodio. Quizas habia sido arrastrado literalmente del cuello. La mujer miro nuestros platos.
– ?Eh, vosotros dos no habeis acabado la comida! En un dia tan frio, un hombre necesita llenarse el vientre con comida caliente para mantenerse fuerte. ?Este si que sabe comer! -Dirigio una amplia sonrisa a Davo, que acababa de chuparse la ultima miaja de tuetano de un hueso y clavaba la mirada en la comida que habiamos dejado en nuestros platos-. ?No estaba buena?
– Excelente -la tranquilice-. Asado a la perfeccion. Me temo que antes nos llenamos con tu exquisito pan y queso. -Deslice mi plato y el de Eco hacia Davo-. Dices que tu hermana vio los cuerpos desperdigados por toda la carretera
– No era su esposa. El senador Tedio es viudo. La mujer seria su hija, me imagino. La unica hija que ha tenido; no se ha casado y quiere mucho a su padre.
– Entiendo. Entonces tu hermana vio al senador Tedio y a su hija con la litera delante de la taberna, discutiendo sobre lo que deberian hacer con Clodio. ?Donde estaban los hombres de Milon?
– Habian desaparecido. Habian ganado la batalla, ?no? ?Que motivo tenian para quedarse? Mi pobre hermana reunio por fin el coraje para bajar las escaleras a rastras. Se lo que vio porque yo misma lo vi despues. Todo patas arriba y hecho anicos, la puerta destrozada, todos los postigos hechos trizas. Era como si las mismas Furias se hubiesen desatado. Y lo peor de todo, al pie de las escaleras, el pobre Marco, agujereado por todo el cuerpo, cubierto de heridas, sin un halito de vida. Al pie de las escaleras, ?no lo entendeis? Defendiendola. Debio de perder el sentido, porque lo siguiente que recuerda es que llego a mi casa, que esta arriba en la colina. Apenas podia pronunciar palabra por el llanto. ?Ay, como lloraba!
– ?Y la gente que habia fuera de la taberna? -dije pausadamente-. ?El senador Tedio y su sequito?
La mujer se encogio de hombros.
– Ya se habian ido cuando mi esposo y yo llegamos aqui. Tampoco estaba Clodio, o lo que habia quedado de el. Despues nos dijeron que Tedio habia hecho llevar el cuerpo a Roma en su litera y que centenares de personas se agolparon en la casa de Clodio en Roma aquella noche y encendieron hogueras. ?Su pobre viuda! Pero el dolor de Fulvia no podia ser mayor que el de mi hermana. Aqui no hubo aglomeracion de gente ni hogueras, solo un monton de porqueria que limpiar. Al dia siguiente, mi marido vio todos los cuerpos agrupados y dispuestos en hileras junto a los establos. Un hombre de la villa de Clodio vino con su carro a reclamarlos. Pero no limpiaron de sangre la Via Apia (todavia se pueden ver grandes manchas desde aqui hasta el santuario de la Bue na Diosa). Y nadie se ha ofrecido a pagar ni un sestercio para las reparaciones que hemos tenido que hacer. Le dije a mi marido que deberia demandar a Milon por danos y perjuicios, pero dice que debemos esperar y ver como van las cosas en Roma antes de meternos en mas problemas. ?Que te parece? Los hombres honrados sufren en silencio, mientras que un hombre como Milon aun puede presentarse a consul. ?Es una verguenza!
Asenti compasivamente.
– ?De manera que tu y tu marido llegasteis despues de que todo el mundo se hubo dispersado?
– Si. Todo lo que vimos fueron los cadaveres.
– ?A que hora del dia sucedio todo?
– ?La batalla? Pues teniendo en cuenta la hora en que llegamos y lo que mi hermana me dijo, creo que debio de ser aproximadamente a la hora central de la tarde. Yo diria que Milon llego a Bovilas a la novena hora, dio de beber a los caballos, invito a una ronda a sus acompanantes y continuo su camino; despues, sus gladiadores persiguieron a Clodio hasta aqui a la decima hora.
– ?No mas tarde? ?No cerca de la puesta de sol? Nego con un movimiento de cabeza.
– ?Por que lo preguntas?
Me encogi de hombros.
– Uno oye tantas versiones diferentes del incidente alla en Roma…
Se oyo un ruido detras de nosotros, procedente de la entrada, que estaba abierta. Yo me puse tenso, pero la mujer sonrio a los hombres que entraban.
– Si no me engana mi nariz, hoy tenemos conejo asado -dijo uno de ellos.
– ?Y nabos con la salsa especial de nuestra mesonera! -dijo uno de sus acompanantes olisqueando el ambiente. Se instalaron en unos bancos del rincon.
– ?Cuanto te debemos? -pregunte a la mujer. Mientras contaba las monedas de la bolsa de Eco, me incline hacia ella por encima de la barra-. Tu hermana… ?Como se encuentra ahora?
Sacudio la cabeza.
– Una mujer destrozada, como te he dicho. No se si lo superara alguna vez.
– ?Hay