– Si, conozco la historia. Mientras su primer marido estaba fuera de Roma, ella se lo hacia con dos amantes a la vez, uno propietario de un batan y el otro un sujeto llamado Macula, por la macula de nacimiento que tiene en una mejilla. De ahi el comentario de Fausto: «No entiendo por que a mi hermana no se le van las manchas; ?de que le sirve el que se la batanea?».

Hasta Davo solto la risa.

Senale un circulo de robles algo alejados de la carretera.

– Tienes una memoria perfecta, Eco. Ahi esta el altar de Jupiter que antes mencionaste.

– Quizas debieramos detenernos y hacer algo piadoso para compensar todo este cotilleo. -A Eco, el perfecto esceptico, le encanta mofarse de mi por infima que sea mi sensibilidad religiosa.

– No haria ningun dano dejar algunas monedas y rezar una oracion, hijo. Hasta ahora hemos tenido un viaje seguro y buena suerte.

Cuando desmontabamos a la sombra de los robles, de detras del altar de piedra surgio un hombre con una tunica blanca llena de parches. Tenia la mandibula cubierta de barba incipiente y olia a vino. Se presento con el nombre de Felix y explico que era el sacerdote de la zona y se ofrecio a recitar una invocacion a Jupiter en nuestro nombre a cambio de una pequena cantidad de dinero. Eco puso los ojos en blanco, pero le hice una senal para que abriera la bolsa. La oracion fue una formula sencilla, chapurreada tan rapidamente, que apenas pude oirla. En cambio, me puse a escudrinar los sombreados espacios reconditos entre los arboles que habia a nuestro alrededor y escuche el cercano murmullo de la corriente y el susurro de las ramas. Muy cerca de aquel tramo de la Via Apia, habitualmente bullicioso a la vez que civilizado, aquel antiguo paraje poseia un poderoso sentido de lo inefable e invisible. Existen buenas razones para que los altares y templos de los dioses se erijan en sitios como estos y no en otros. Los lugares eligen los altares, por decirlo de alguna manera, y no al reves. Aquel era un enclave de tales caracteristicas y no importaba que clase de sacerdote lo mantuviera, su caracter tan especial era tan palpable y tan escurridizo como el vaho que se produce al respirar en un ambiente frio.

Cuando se acabo la plegaria, nos dimos media vuelta para salir, pero el sacerdote me cogio del brazo.

?Estais de paso? -dijo Felix. Tenia la cara estrecha de un huron y los dientes amarillos.

– De camino entre un sitio y otro.

– Sabeis lo que ocurrio alli arriba en la carretera, ?verdad?

– Bastantes cosas, me imagino, durante todos estos anos.

– No, me refiero al asunto de Milon y Clodio.

– Ah, eso. ?Estamos cerca?

– ?Cerca? ?Es que no oyes los lemures de los muertos como agitan las hojas? La lucha acabo ahi abajo, en la carretera, en la vieja posada.

– Si, acabamos de comer alli. La propietaria nos ha contado algo.

Felix parecio desilusionado, pero luego se animo.

– Ah, pero no habra podido ensenaros donde comenzo la batalla.

– No. ?Es interesante de ver?

– ?Interesante? Cuando vuelvas a Roma, podras contar a todos tus amigos de cantina que viste el mismo sitio en donde comenzo la matanza.

– ?Que te hace pensar que somos de Roma?

Enarco la cejas como diciendo que nuestros origenes eran tan evidentes para un habitante de la region como para el mismo.

– Entonces, ?que? ?Quereis ver el sitio? ?Si o no?

– ?Te nos estas ofreciendo de guia?

– ?Por que no? Llevo veinte anos siendo sacerdote de este altar y se todo lo que hay que saber sobre estos contornos. Solicitaria, por supuesto, una pequena gratificacion para el mantenimiento del altar…

Entorne los ojos y mire a Eco:

– ?Que piensas?

Eco se acaricio la barbilla.

Supongo que podria ser interesante. No tenemos demasiada prisa.

– Oh, solo nos llevara un momento -dijo Felix-. No puedo dejar el altar solo mucho tiempo.

Fingi estar considerandolo y luego accedi.

– Muy bien. Acompananos.

Davo, Eco y yo mantuvimos a nuestros caballos al paso para que el sacerdote, que iba a pie, no se quedara rezagado. Pasado Bovilas, la carretera comenzaba a ascender de forma regular. Las arboledas de la colina se elevaban a nuestra izquierda y se inclinaban hacia abajo a nuestra derecha. A pesar del paisaje cada vez mas variopinto, la carretera que Apio Claudio habia construido continuaba su recorrido de forma regular, tan suave y amplia como siempre.

– Entonces, ya habeis estado en la posada -dijo nuestro guia-. ?Habeis visto las nuevas puertas y los nuevos postigos? Teniais que haber visto aquello justo despues de la batalla; como una bruja con los ojos y la dentadura arrancados. ?Y todos aquellos cuerpos por alli tirados!

– ?Presenciaste la lucha?

– Oi la pelea cuando comenzo en la zona alta del monte y supe que algo pasaba. Luego los vi pasar corriendo (se puede ver un trozo de la carretera desde el altar), el tal Clodio iba tambaleandose y dando traspies, sus hombres, cinco o seis, lo llevaban en volandas practicamente, y poco despues iban aquellos dos monstruos, Eudamo y Birria, persiguiendolos con su paso de elefante.

– ?Los reconociste?

– ?Y quien no? Nunca me pierdo un espectaculo de gladiadores si tengo la ocasion. Por motivos religiosos, ?comprendes? Los juegos se iniciaron como ritos funebres, ?sabes? Siguen siendo una institucion sagrada.

No tenia ganas de discutir sobre eso con un sacerdote.

– ?Eudamo y Birria fueron los unicos que persiguieron a Clodio y a sus hombres?

Felix solto un bufido.

– ?Ahora se haria de eso una leyenda! Los dos gladiadores sitiaron la posada de Bovilas y conquistaron todo ellos solos. No, no fueron los unicos. Todo un ejercito bajo detras de ellos.

– ?Un ejercito?

– Tal vez exagere.

– ?Cuantos hombres, entonces? ?Diez, veinte?

– Quiza mas.

– Entonces Clodio fue claramente superado en numero.

– Podria decirse que si.

– Y el cerco en la posada, ?lo viste tambien?

– No exactamente. No mientras sucedia. Me quede en el altar, desde luego, para protegerlo.

– Desde luego.

– Pero todo el mundo sabe como acabo. A Marco el posadero lo mataron brutalmente y el sinverguenza de Clodio y sus hombres yacian muertos en la carretera.

– ?El sinverguenza?

El sacerdote me miro de reojo y rechino los dientes.

– No pretendia ofender, ciudadano. ?Eras seguidor del amigo?

– No. La mesonera tenia una opinion diferente de Clodio, eso eso todo. Di lo que quieras de el.

– Entonces seguire adelante y lo llamare sinverguenza, si no te molesta.

– ?Preferias a Milon?

Felix levanto una ceja.

– Soy sacerdote del gran Jupiter. Reservo mis pensamientos para asuntos mas elevados que las rinas; entre politicos insignificantes en Roma. Pero cuando un hombre comete sacrilegio de forma tan descarada como lo hizo Clodio, los dioses se sienten obligados a golpearle tarde o temprano.

– ?Sacrilegio? ?Te refieres a cuando se disfrazo de mujer y se infiltro en los rituales de la Buena Diosa en Roma, con el proposito de hacer el amor con la esposa de Cesar, incluso mientras se estaban practicando los rituales? -Esta habia sido una de las aventuras mas infames de Clodio.

– Fue, en efecto, un sacrilegio terrible -dijo el sacerdote-. Clodio debio ser lapidado por eso, pero consiguio

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