confirmacion de Teresa-. Que sepamos, eres la unica Giulietta Tolomei del mundo. Eso te hace muy especial.

Me miraron expectantes, y me esforce por parecer agradecida e interesada. Me encantaba averiguar mas cosas de mi familia y conocer a parientes lejanos, claro esta, pero no era el momento. Hay noches en que una es feliz departiendo con ancianitas adornadas de encajes y otras en que preferiria hacer algo distinto. Ese dia, la verdad, habria preferido estar a solas con Alessandro -?donde demonios se habia metido?- y, aunque habria pasado horas sumergida en los tragicos sucesos de 1340, las tradiciones familiares no eran lo que mas me apetecia explorar esa noche.

Entonces fue Chiara quien me agarro del brazo para hablarme del pasado -con voz clara y fragil como el papel de seda-, y me acerque cuanto pude para oirla bien sin comerme la pluma.

– La senora Chiara te invita a su casa -tradujo Eva Maria- para que veas su archivo de documentos familiares. Su antepasada, la senora Mina, fue la primera mujer que intento esclarecer la historia de Giulietta, Romeo y fray Lorenzo. Ella encontro la mayoria de los viejos papeles: hallo la documentacion del juicio contra fray Lorenzo, y la confesion de este, en un archivo oculto en una vieja camara de tortura del palazzo Salimbeni y las cartas de Giulietta a Giannozza, escondidas en sitios distintos. Algunas estaban bajo el suelo del palazzo Tolomei, otras en el palazzo Salimbeni, e incluso una, la ultima de todas, en Rocca di Tentennano.

– Me encantaria tener esas cartas -dije, muy en serio-. He visto algunos fragmentos, pero…

– Cuando la senora Mina las encontro -me corto Eva Maria a instancias de la senora Chiara, cuyos ojos, a la luz de las velas, se veian encendidos aunque distantes-, viajo muy lejos para llevarselas, al fin, a Giannozza, la hermana de Giulietta. Cuando esto sucedio, hacia 1372, Giannozza vivia feliz con su segundo marido, Mariotto, y era abuela. Imagina su sorpresa al saber que su hermana le habia escrito hacia tantos anos, antes de quitarse la vida. Las dos mujeres, Mina y Giannozza, hablaron de todo lo ocurrido, y juraron hacer lo posible por mantener viva aquella historia en futuras generaciones.

Eva Maria hizo una pausa y, sonriente, abrazo con carino a las dos mujeres, que rieron como ninas agradecidas.

– Por eso nos hemos reunido aqui esta noche: para recordar lo ocurrido y procurar que no vuelva a suceder - dijo mirandome de forma significativa-. La senora Mina fue la primera, hace seiscientos anos. Mientras vivio, todos los anos, el dia de la noche de bodas, bajo al sotano del palazzo Salimbeni a encenderle velas a fray Lorenzo en la horrible celda. Cuando sus hijas fueron lo bastante mayores, empezo a llevarlas alli consigo para que aprendieran a respetar el pasado y continuaran la tradicion tras su muerte. Asi, durante muchas generaciones, las mujeres de ambas familias mantuvieron viva esa costumbre. Sin embargo, hoy, esos hechos quedan muy lejos y, claro -me guino el ojo, revelando una pizca de su yo habitual-, a los grandes bancos modernos no les gustan las procesiones nocturnas de mujeres en camison por sus camaras de seguridad. Preguntale a Sandro. Ahora nos reunimos aqui, en el castello Salimbeni, y encendemos las velas arriba, en vez de en el sotano. Somos personas civilizadas, y ya no tan jovenes. Por eso,carissima, nos alegra tenerte con nosotras esta noche, la noche de bodas de Mina, y te damos la bienvenida a nuestro grupo.

Estando junto al bufet, note por primera vez que algo me sucedia. Al querer agenciarme uno de los muslos de un pato asado exquisitamente dispuesto en una bandeja de plata, una ola de irresistible abandono barrio la orilla de mi conciencia meciendome con suavidad. Fue algo leve, pero la cuchara se me cayo de la mano, y los musculos dejaron de responderme de pronto.

Tras respirar profundamente un par de veces, pude levantar la vista y enfocar lo que me rodeaba. El espectacular bufet de Eva Maria se hallaba en la terraza, a la puerta del gran salon, bajo la luna, y alli fuera las altas antorchas desafiaban la oscuridad con semicirculos concentricos de fuego. A mi espalda, las decenas de ventanas iluminadas y los focos externos hacian fulgurar la casa, como un faro empenado en mantener a raya la noche, ultimo reducto del orgullo de los Salimbeni, y, o mucho me equivocaba, o las leyes del mundo no regian alli.

Cogi de nuevo la cuchara de servir y procure desprenderme de aquel repentino mareo. Solo me habia tomado una copa de vino -que me habia servido Eva Maria, interesada en saber mi opinion sobre su nuevo sangiovese-, pero habia tirado la mitad a un tiesto por no desmerecer su aptitud para la produccion vinicola no terminandomela. Dicho esto, y teniendo en cuenta todo lo que habia sucedido ese dia, no era de extranar que me sintiera algo trastornada.

Entonces vi a Alessandro. Salia del jardin en penumbra y, apostado entre dos antorchas, me miraba fijamente; aunque me alivio y me emociono volver a verlo, en seguida note que pasaba algo malo. No me parecio enfadado, sino mas bien preocupado, con cierto aire de condolencia, como si llamase a mi puerta para informarme de un terrible accidente.

Presa de una corazonada, deje el plato y me dirigi a el.

– «Cada instante -dije forzando una sonrisa-, pues los minutos se me antojan dias. ?Que vieja voy a ser, si mido el tiempo asi, cuando vuelva a ver a Romeo!» -Me detuve delante de el e intente leerle el pensamiento, pero su rostro entonces, como cuando lo habia conocido, parecia completamente falto de emocion.

– Shakespeare, Shakespeare… -replico despreciando mi poesia-, ?por que siempre tiene que interponerse entre nosotros?

Me atrevi a alargar la mano.

– Es nuestro amigo.

– ?Ah, si? -Me cogio la mano y me la beso, luego le dio la vuelta y me beso la muneca sin dejar de mirarme-. ?En serio? Dime, ?que nos haria hacer en este momento? -Al ver la respuesta en mis ojos, asintio despacio con la cabeza-. ?Y despues?

Tarde en entender a que se referia. Tras el amor, venia la separacion, y tras la separacion, la muerte…, segun mi amigo, el senor Shakespeare. Pero, antes de que pudiera recordarle que estabamos a punto de escribir nuestro propio final feliz -?no?-, Eva Maria se nos acerco gracil y extraordinaria, como un cisne dorado, con aquel vestido que refulgia a la luz de las antorchas.

– ?Sandro! ?Giulietta!Grazie a Dio! -Nos hizo una sena para que la siguieramos-. ?Venid! ?En seguida!

No nos quedaba otra mas que obedecer, asi que entramos en la casa tras la estela difusa de Eva Maria, sin molestarnos en preguntarle que podia ser tan urgente. O quiza Alessandro ya sabia adonde nos dirigiamos y por que; a juzgar por el brillo de sus ojos, nos encontrabamos de nuevo a merced del Bardo, o de la caprichosa fortuna, o de quien gobernase nuestros destinos esa noche.

De vuelta al gran salon, Eva Maria nos condujo fuera de la estancia por entre la multitud, por un pasillo a un comedor mas pequeno y formal, increiblemente oscuro y silencioso, teniendo en cuenta la fiesta que se estaba celebrando a un paso de alli. Solo entonces, al cruzar el umbral, se detuvo un instante y se volvio -con los ojos muy abiertos de emocion- para comprobar que la seguiamos y guardabamos silencio.

A primera vista la sala me parecio vacia, pero el teatro de Eva Maria me hizo mirar mejor. Entonces los vi. A ambos extremos de la larga mesa habia sendos candelabros con velas y en cada una de las doce sillas altas de comedor se sentaba un hombre, ataviado con el atuendo monocromo de los clerigos. A un lado, oculto entre las sombras, de pie, habia un joven con habito de monje que movia discretamente un incensario.

Al verlos, se me acelero el pulso y recorde de pronto la advertencia de Janice. Eva Maria, me habia dicho con exagerado sensacionalismo tras su conversacion con Peppo, era, al parecer, una manosa enredada en actividades turbias, y alli, en su castillo, se reunia una sociedad secreta que practicaba sangrientos sacrificios para convocar a los espiritus de los muertos.

Atontada como estaba, habria salido de alli pitando si Alessandro no me hubiese pasado un posesivo brazo por la cintura.

– Estos hombres -me susurro Eva Maria con voz algo tremula-son los miembros de la Hermandad de Lorenzo. Han venido desde Viterbo para conocerte.

– ?A mi? -Los mire muy seria-. Pero ?por que?

– ?Chis! -me dijo escoltandome muy solemne hasta la cabecera de la mesa para presentarme al monje de mayor edad, hundido en una especie de trono en la presidencia.

– No habla tu idioma, asi que yo te traduzco. -Le hizo una reverencia al monje, que tenia los ojos clavados en mi o, mejor dicho, en el crucifijo que llevaba colgado del cuello-. Giulietta, este es un momento muy especial. Me gustaria presentarte a fray Lorenzo.

Вы читаете Juliet
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×